Muchos se preguntan acerca del valor comunicacional y representativo de los emojis. La multiplicación ha sido enorme y existe ya un lenguaje tipo pictograma, adaptado a estas épocas de lenguaje inclusivo. Algunos de los últimos emojis, como la imagen de un varón embarazado, desafía la delimitación biológica y la historia patriarcal, demuestran que este tipo de comunicación se va complejizando y abriendo nuevas opciones: a todos los colores, a todas las etnias, a todos los géneros.
¿Podríamos pensar que los emojis son progresistas, en un tiempo donde, al mismo tiempo, se visibilizan vituperios, rencores, cuestionamientos furibundos del otro y operaciones que deslegitiman formas de gobierno como las fakenews? Pero ¿no se vuelven en factores continuos de achatamiento del pensamiento por su rechazo a su puesta en palabras y porque, por su aparente simpleza, nadie está autorizado a pedir explicaciones de un emoji sin enfrentarse a la posibilidad de ser considerado un infradotado?
Los emojis son pequeñas imágenes digitales que deben ser analizadas como íconos, como símbolos, pictogramas o signos figurativos que “representan” cuestiones tan disímiles como un objeto real, un significado, una emoción, un posicionamiento ideológico. En la prehistoria de la humanidad, los pictogramas fueron antecedentes históricos de sistemas de escrituras propiamente dichos. Hoy, a diferencia de esas épocas, un pulgar para arriba (de diferente color) tiene un significado comprensible universal pero la reunión de tres emojis, una lengua, un pepino, gotas de sudor, resulta un pictogramas que merece una decodificación más compleja y discutible: se trata del deseo (patriarcal) de descarga sexual directa. Los emojis son signos icónicos que intentan eludir la ambigüedad del lenguaje, el malentendido, pero que han generado otro tipo de comunicación que se ha complejizado mostrando nuevos desafíos comunicacionales.
La llegada continua de nuevos emojis como el “montoncito” en el 2020, que tiene valor de gesto (se hace con todos los dedos juntándolos al centro), plantea un interesante analizador del lugar que han cobrado. Ese emoji representa el gesto italiano que acompaña a la frase “ma che vuoi”, una expresión que se utiliza para situaciones de desacuerdo, frustración o incredulidad, y que nosotres traducimos en la frase: ¡¿qué estás diciendo?!
Si bien los emojis intentan eludir la ambigüedad propia del lenguaje, que es el malentendido, crecientemente han puesto el acento en el enunciatario, en aquellas emociones que puntúan el discurso del otro a partir de lo siente quien manda o recibe (en el sistema de cibercomunicación no están diferenciados en la enunciación) el mensaje.
Hay algo que particulariza a los emojis y es su relación con el comic, una cara llena de besos, casi moretones de besos, implica un guiño que despierta tanto una sonrisa de quien lo recibe como el deseo de decodificación de ¿hasta dónde quiere llegar? La creciente utilización no ha dejado de aumentar, aunque cada cual utilizará una paleta reducida de favoritos, siempre abiertas a la novedad.
En un mundo tan crecientemente desigual y con tantos problemas sociales, no parecieran ser estos pequeños objetos comunicacionales con el predominio de lo icónico un tema de envergadura, aunque fundamentemos de su rechazo a lo dialógico (muchas veces definitivo) o enfaticemos el lugar que ocupa como cierre o apertura de nuevas unidades de sentido comunicacionales, no lograremos despertar demasiado interés teórico por el asunto. Si el emoji se sostiene en la premisa de que una imagen vale más que mil palabras, entonces mil palabras no hay quien las soporte.
El emoji del hombre embarazado, en épocas de mucho tránsito comunicacional y poco tiempo, nos deja poco tiempo para reflexionar acerca de lo que las nuevas tecnologías están haciendo de la subjetividad epocal. Son invenciones rápidas que no necesitan un nivel de consenso anónimo como es el lenguaje, pero que al minimizar su lugar en la comunicación, nos quita lugar para su estudio. El lenguaje va a pie, a fuerza de sangre, en cambio los emojis se multiplican como conejos, y se encuentran en plena ebullición, apelan a la sensibilidad emocional para expresar sentimientos frente a lo que se habla, con el laudable intento de sortear la explicación de costosos sentimientos de ambivalencia afectiva.
Los emojis, aunque su naturaleza y economía sea la simpleza, paradójicamente en conversaciones íntimas no se comprenden, los amantes piden explicaciones de lo que quisiste decir con ese emoji, funcionan tan bien como signos denotativos pero su poder connotativo pegados sobre una superficie pulida y translucida en nuestros celulares inteligentes, nos llenan de preguntas hasta el punto de que son materia actual de investigaciones psicoanalíticas y semiológicas. Se vuelvan crecientemente difíciles de comprender, y factores de continuas incomprensiones que no logran, por su naturaleza, ponerse en palabras. Al ser poco valorados y aparentemente decorativos, facilitan su utilización frecuente, muchas veces despiertan esa bronca tan peculiar por esa dificultad de no contar con claves de interpretación. Son desvalorizados quienes intentan tomarlos como objetos de teorización... ¿qué se puede teorizar del tema? Un producto cultural con ideas políticas, representaciones del mundo y un particular humor que siempre se nos está escapando de comprender de qué se trata su envergadura comunicacional.
* Martín Smud es psicoanalista y escritor.