ALERTA SPOILING. Esta columna contiene información que podría adelantar datos, no sobre el desarrollo de la serie coreana que está batiendo récords, sino sobre nuestra realidad.
Compañenténicos; contertulies aisladites y distanciades con dudas ante el relajamiento infodémico y la cruda realidad que nos hace salir, pero despacito; doblevacunades; deseosos, deseantes y desesperades por salir a la calle a enarbolar banderas irreprochables mas aún no satisfechas: es con todos y todas vosotres.
Soy
parte insoslayable del sinnúmero de argentinos que permanecen a la
expectativa acerca de qué se puede, se debe o se quiere hacer, y qué
no, en esta realidad tan pan- e infodémica
*Tenemos
testimonios de personas que no salen de su casa sin un preservativo.
*Otros
sugieren que la gente se autoperciba doble, de modo de poder
constituir una pareja y tener relaciones sexuales, amorosas y hasta
comerciales consigo misma y evitar así los riesgos del contagio y
de la sociabilidad.
*No
falta quien, desde una perspectiva claramente conservadora pero
disfrazada de progresista, sugiere que nadie se saque el barbijo
para comer. De esta manera, la ingestión se hace complicada, si no
imposible, y esa sería la manera aceptable de que bajen los costos
de los alimentos.
Hablando
de alimentos, la oposición evitó esta semana que se sancionase la
Ley de Etiquetado, con la cual las personas sabríamos si estamos
comprando un producto rico o pobre, en lugar de, como ahora, que las
personas pobres voten a un producto rico, por más de que les haga daño.
Si la Ley se sancionara, quizás algunos partidos deberían llevar la
etiqueta “Alto contenido en garcas”.
Sorprendido por todo esto, y también por la increíble noticia de que nuestro exSumo Maurífice, habiendo sido citado por la Justicia de nuestro país, decidió permanecer en Miami ¡dando clases! sobre “El correcto porte del humano en la reposera” o sobre “Cómo no decir nada y que igualmente no se entienda” o “Espía, espía, que algo quedará” o “El océano es grande y el barco es pequeño” o "Cómo esquiar con un pie en Suiza y el otro en Panamá” o alguna otra materia off shore, quiero decir: “fuera de programa”.
En plan de cuidarme y cuidarnos, evité las salidas y las noticias que podrían provocarme algún tipo de reacción alérgica aguda, de esas que les agarran a las personas cuando se exponen de golpe a algo que les puede hacer mal, y a las sociedades cuando no elaboran los duelos por hechos trágicos ocurridos. Creo que, para no caer en recidivas, deberíamos “elaborar la pandemia y los cuatro años de maurificato” como sociedad. Y no me parece que lo estemos haciendo.
Así
que, como mecanismo de auto y heteropreservación, me quedé en
casa y vi series, películas y todo eso. Y entre otras, no pude ni
quise dejar de conocer el nuevo boom
coreano, “El juego del calamar”, que, por si nos está leyendo
algún lector algo despistado, no se trata de la historia del club
“Platense” (que no digo que no merezca una serie sobre su
trayectoria), sino de un extraño juego con reglas simples casi
infantiles, donde “el que gana, cobra; y el que pierde es
eliminado”. Una extraña meritocracia asiática, donde se pelean
“pobres contra pobres” mientras los ricos miran, apuestan y ganan
siempre; se los engaña mediáticamente, se los trata en términos
“cool”
y aparentemente respetuosos, mientras se los denigra en cada acto de
la vida; se los espía, se los alimenta mal y se les hace creer que
“ya viene la luz al final del túnel”. Sí, es en Corea. No, no
es acá. Sí, es una serie. No, no está escrita por Durán Barba.
No pude dejar de pensar, entonces, en nuestra improbable versión local: "El juego del 'calamauri'”. El mecanismo es simple: 45 millones de jugadores deben 55.000 millones de dólares a unos personajes oscuros que no se ponen caretas de animales porque no las necesitan, y que bien podrían autodenominarse “los VIP”, porque de verdad se consideran “exentos” de las reglas y riesgos que suelen limitar o amenazar al resto del género humano.
Los “jueguitos” podrían ser “la mancha venenosa”, "la escoba del 15" –al 30 de cada mes no llega nadie–; “el teléfono roto”, que más te vale comprar uno nuevo que repararlo; el “quiebra-papel-tijera”; "jugar al doctor con la cuota de la prepaga que aumenta después de cada turno” y tantos otros.
Los que ganan, siguen, los que pierden, se descartan. Si más de la mitad de los jugadores decide “no jugar” votando otro proyecto, el juego se suspende automáticamente, pero la deuda no. Los jugadores son dormidos mediante una hipnosis “mediático- enfermónica” y quedan librados a su suerte. Bueno, eso parece, pero en realidad hay un plan para que ganen siempre los mismos, que, además, no juegan.
No está claro aún si los creadores de la serie le pagarán a la Argentina por “la idea original” o, lo más probable: viceversa, como siempre.
Sugiero al lector acompañar esta columna con el video "Locuravirus”, de RS Positivo (Rudy-Sanz):