Difícil encontrar una causa que provoque semejante unidad, convicción y militancia entre músicos y músicas populares argentinos como la del Día del Estudiante Solidario. Desde que ocurrió la maldita tragedia que sufrieron nueve estudiantes y una profesora del Colegio Ecos hace quince años, y con dos campeones de la música picando en punta ante la urgencia –Luis Alberto Spinetta y León Gieco-, la unidad en la acción aflora cada 8 de octubre. Y cada año, por convocatoria, por emocionalidad, por compromiso, crece más.
Esta vez, pandemia tardía mediante, la juntada solidaria volvió a ser virtual, pero no por ello menos real. Menos vivida y participativa. Por contrario, ante un lema matriz que reza “Sabernos juntos nos hace más fuertes”, más de cincuenta artistas del sonido confluyeron entre cruces inesperados, canciones sorpresivas, data preventiva y un fin que no se mueve: rendirlas como plegarias a los estudiantes del Ecos y la profe Mariana que perdieron la vida en el accidente, mientras regresaban de una patriada solidaria en Quitilipi, Chaco.
El variopinto concierto organizado por la Asociación Civil “Conduciendo a Conciencia” ya está subido a Tickethoy, y allí permanecerá on demand hasta el próximo sábado 17 de octubre. Se podrá acceder a él a través del sitio de TicketHoy y el de Estudiante Solidario, y lo recaudado será destinado a la compra de útiles escolares y alimentos no perecederos para dieciocho escuelas y tres hospitales de cinco provincias norteñas.
Hacia allí, bien alto, van entonces las voces, los sonidos, los cruces y las emociones que tiñen la conmemoración. Los encuentros sorprendentes, en especial. El del final va de suyo, claro. Todos, todas, incluido el coro de niños y jóvenes del proyecto artístico ambiental “Canciones urgentes para mi tierra”, cantando “8 de Octubre”, la canción que fundió a fuego las plumas de Gieco y Spinetta en honor a esas almas, y que hace falta retener siempre.
“Abrazo y corazón / Mi grito es el de tu voz
Viento y libertad / Mi huella es la de tu andar
Fuego y fragilidad/lágrimas de tu humedad
Luna y bendición/mi brillo es el de tu sol (…)
Yo creo que sin querer / A Dios de la siesta saqué / Y ahora mis sueños crearán / Más vida, más felicidad”.
Pero hay otras confluencias que vale la pena ver, escuchar, sentir. Por caso, la de Ana Prada y Tabaré Cardozo que desde el Uruguay envían directo al corazón de las rutas argentinas una versión de “La escalinata de la vanidad”, un tema en clave folkie de Tabaré, cuyo espíritu melancólico da un intento por reflejar la tristeza que aparece cuando termina el carnaval. La alquimia de frontera abierta, por supuesto, no se limita a ese dúo. Se reproduce en artistas cuyos países también tienen rutas, accidentes e irresponsables etílicos al volante. Una de ellas es la aterciopelada Andrea Echeverri que extiende su mano desde Colombia para hacer “Como un tren”, junto al omnipresente Gieco y La Bruja Salguero, o los Comisario Pantera, banda nacida en el Distrito Federal de México, que se une a Los Tipitos para encarar una versión argenmex de “Resplandor”.
Otra intervención del país del tequila y los tacos llega a través de Julieta Venegas y la ejecución de una pieza llamada “Los momentos”, cuya solidez ancla en la austeridad instrumental: apenas un acordeón a piano Gabanelli y la voz continental de la compositora, activista y actriz. El histórico grupo Congreso es otro aporte latinoamericano: desde Chile envían una hermosa, hermosísima versión de “Ya es tiempo”.
El cupo solidario femenino, otra de las aristas clave del concierto, está más que garantizado en la cruzada fraterna, a través de presencias que motivan sentires desde el principio. Tras un collage que mezcla imágenes de conciertos pasados, y un relato en off que encuadra la situación, la dupla Barbarita Palacios-Lula Bertoldi actúa en tándem en beneficio de los temas inaugurales. Uno es “El viento que va”, pieza que puebla Criolla, último disco solista de la ex Semilla. El otro, la sentida “Poetas de Latinoamérica”, que Celeste Carballo escribió a hacia fines de la década del ochenta. “Hay que seguir trabajando para que estas tragedias en las rutas de nuestro país ocurran cada vez menos, hasta que no ocurran más (…) es fundamental que como conductores mejoremos nuestra empatía por el otro, que es lo más importante”, testimonia la cantante y guitarrista santafesina, antes de encarar la rabiosa versión que tuvo en Javier Casalla un sostén entre cuerdas. “El infierno fue de los necios / la primavera será nuestra”, es una frase más que adecuada, dados el marco y el propósito.
La veta unisex, en tanto, transcurre en alquimias que van de un fino y sentido dueto entre Willy Piancioli y la cantante popera Vale Acevedo en favor de “Quedándote o yéndote”, del Flaco Luis Alberto, hasta la visita a la imperecedera zamba “Canción de lejos” (Armando Tejada Gómez-César Isella), que triangula bella entre los cantares de Ligia Piro, el grupo Ahyre y Raly Barrionuevo. O desde la juntada León-Mavi Díaz, que se pasea plena por “La cultura es la sonrisa”, hasta otro clásico leoniano de la década del ochenta, y “Todavía cantamos”.
Interactúan del himno de Víctor Heredia ellas (Eruca Sativa) más ellos (Nahuel Pennisi y Lito Vitale). El tema suena rítmico, poderoso, sólido. Poseído a su vez por un pico emocional que se acrecienta a la hora de su frase de ayer, de hoy, de siempre… De los desaparecidos de la dictadura, y de los que dejaron sus vidas en las rutas argentinas. “Por un día distinto / sin apremios ni ayuno / sin temor y sin llanto / porque vuelvan al nido / nuestros seres queridos”. Acto seguido, Lito queda en pantalla para climatizar una original mirada sobre “Seminare”, cantada por Rosario Ortega e Iván Noble. Y reaparece, varias canciones mediante, para reencontrarse una vez más con Juan Carlos Baglietto en favor de “Inconsciente colectivo”.
La producción especial vía virtual, claro, extraña los abrazos, los encendedores flameando sus llamas, los y cánticos anónimos “a coro pelado” de otras ediciones. Pero suple la carencia del voz a voz, del cuerpo a cuerpo, con el fuego vivo de la memoria de los estudiantes y, sobre todo, el compromiso colectivo que anuda a todos y todas. Como dijo Ricardo Mollo -cuya participación pasa esta vez por “Cinco siglos igual”, grabada junto a Gieco y Gurevich- en la edición de Página/12 del domingo pasado. “Lo que hacemos todos los años es acompañar, como podemos, con nuestra música (…) Una cantidad de gente se solidariza y converge, ahora será por una pantalla. Virtual, presencial, como sea, seguimos juntos".
Un propósito que, por supuesto, ratificó el rey León. "A las injusticias que pasan delante mío, generalmente no las miro al costado del camino. A las que puedo, las enfrento, y trato de armar grupo con otros que piensan parecido, y así hacerlas aunque sea tropezar. Y si entre muchos logramos algo de eso, a veces, sin saberlo ni constatarlo, hasta se logra salvar una vida. Entonces, vale la pena el trabajo, el movimiento, las esperanzas y el propio vivir".
Entre el movimiento, las esperanzas y el propio vivir sigue transcurriendo entonces el concierto on demand que se desplaza hacia las plumas de Alicia Scherman y Luis Gurevich. Un particular cuarteto de “entre casas” conformado por Nahuel Pennisi, Franco Luciani, Magalí Fontana y el mismo Gieco recuperan la belleza de “Alas de tango”, en sepia y entre libros de buenas memorias. “Canción de amor para Francisca”, es otro de los clásicos del rosquinense, que suena a manos suyas, pero también de su hija Joana, y del joven pelilargo Alejo León, guitarrista actual de la banda de Ricardo Iorio. El trío a dos violas y acordeón a piano brinda una hermosa versión agreste y natural de aquella canción de los setenta. Pico emotivo, sin dudas. Otro, más telúrico aún, es el que suma a la armónica y la guitarra de León, las sachaguitarras santiagueñas sobrevoladas por el aura de Elpidio Herrera. Juntos los siete hacen “Un himno santiagueño”, y recuerdan ciertos pasajes de la gesta de De Ushuaia a la Quiaca.
El espíritu de juntada replica con un plus en dos muy buenas iniciativas que marcan la apertura de perspectiva. La primera hace confluir a Gieco con una agrupación llamada Sale 500. Se trata de la Banda del taller de música del Centro Universitario San Martín, el CUSAM, que funciona en el interior de la Unidad Penal 48 de José León Suárez, perteneciente al Servicio Penitenciario Federal. Con ellos haciendo música desde el interior del penal –atestigua así el material fílmico- el santafesino recrea una remozada y muy sentida versión de “El ángel de la bicicleta”, la cumbia compuesta junto a Gurevich en recuerdo del militante rosarino asesinado por la policía, “Pocho” Lepratti. Otra confluencia singular es la que se da entre León y Puede Fallar, banda integrada por profesionales y docentes de la Fundación Favaloro. El tema elegido es “El argentinito”, y todos salen a rockearla con tapabocas, y vestidos de enfermeros.
Poniendo su parte para superar lo recaudado el año pasado (nueve toneladas de alimentos repartidas entre casi dos mil chicos y chicas de trece colegios) emergen en pantalla también los Arbolito con Sandra Vázquez colocando el color femenino de su voz en el clásico de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota que la banda folk-rock de Crucecita viene proponiendo hace años: “El pibe de los astilleros”. Tampoco quisieron perderse la oportunidad de colaborar dos titanes venidos desde los inicios profundos del rock argento. Litto Nebbia y Gustavo Santaolalla entrelazan talentos y experiencia en favor de “Madre escúchame”, gema primigenia de Los Gatos. Otro clásico de aquellos es el que comparten Marcela Morelo y David Lebón: “El tiempo es veloz”. O, de más acá, “Superhéroes”, tema de Yendo de la cama al living que comparten Javier Malosetti y Los Tipitos.
Todos fueron, todos son y todos pueden ser también hacia el final cuando pasa lo esperado: casi la mitad de los partícipes confluye en una nueva versión, siempre necesaria, de “8 de octubre”. Todo dicho.