El títere y el titiritero tienen una historia que se remonta a tiempos inmemoriales, inclusive hasta el origen mismo del ser humano, ya que hay quienes sostienen que cuando el hombre primitivo vio reflejada su sombra, fue el comienzo de este antiquísimo arte.

Cierto es que en el mundo contemporáneo, el titiritero como artista, está asociado a pueblos antiguos como Grecia, Roma o China. Inclusive, en la Edad Media, la iglesia misma los utilizó para representar pasajes de la Biblia. Y así, la expansión siguió su curso.

Ya en el país son ineludibles las referencias al gran maestro Javier Villafañe, titiritero, poeta y narrador argentino nacido en 1909, que recorrió el mundo entero con sus creaciones. En tanto, en Salta, solo por nombrar alguno, resulta saliente la figura del Guaira Castilla, maestro del títere de guante e hijo del célebre poeta Manuel Castilla.

Sin embargo, la historia coetánea tiene grandes exponentes que siguen su legado al tiempo que construyen nuevos caminos a la luz de la historia actual.

Primeros encuentros

Claudia Peña nació en Mendoza pero desde niña vive en Salta. Es integrante de “La Faranda”, grupo fundado en 1997. Hoy el conjunto mantiene su formación de dúo junto a Fernando Arancibia.

Peña relata aquellos iniciáticos registros que la relacionaron al mundo del títere. “Los primeros recuerdos son recuerdos gráficos. Tenía un tío que se llama ‘Pipo’ Ferrari, un artista muy reconocido. Él nos regalo, cuando éramos chicas, unos cuadritos con un personaje que se llamaba 'el pícaro portugués', que eran títeres. Eso fue lo primero, y después recuerdo a mi papá, regalándome a los 11 años un teatrino de cartón con unos personajes que venían con unos libretos. Como yo soy la mayor de cinco hermanos, hacía títeres para mis hermanos y para los amiguitos del barrio”.

"Pepelui" Zenteno conforma el grupo de teatro de títeres “La luna mimosa” junto a Liliana Castro. Brotan de su relato los primeros recuerdos vinculados al mundo del títere: “La primera vez que vi títeres en mi vida fue a los 13 o 14 años en la Plaza Evita, cerca de mi barrio. Quedé maravillado por la forma en que se comunicaban con el público, siempre me quedó eso. Hasta que un par de años después conocí a Jorge ‘Pilín’ Cortez, que animaba fiestas infantiles. Hacía su show, una obra de títeres y después una presentación de payasos. Me invitó a participar y yo, sin tener idea de dramaturgia ni nada, con 16 años, empecé de alguna forma a jugar. Después ese jugar se transformó en trabajo. Nos divertíamos mucho adentro del retablo”.


Comenzar a explorar

La historia de la titiritera Andrea García tiene una matriz distinta y viene entrelazada desde la cuna con la disciplina. “Soy hija de titiritero, así que para mi fue algo natural, parte de la vida. El teatro de títeres formaba parte de la cotidianidad. Si bien mi papá no vivía de ser titiritero, teníamos un constante vínculo con el teatro de títeres en la infancia”.

“Cuando fuimos un poquito más grandes, lo que hacía era acompañar a mi papá a hacer las funciones, ayudarlo y de a poco ir aprendiendo la profesión. Hasta que de a poco empezamos a hacerlo solas, en la adolescencia, con mis hermanas. Después, decidimos estudiar y me costó un poco entender qué es lo que había que seguir, porque si bien hay una carrera de teatro de títeres (que después me enteré) en Buenos Aires, estudié teatro en la Universidad de Tucumán. Ahí empece a entender el mundo del teatro, que no lo vinculaba desde la infancia con los títeres, para mí eran mundos diferentes”, cuenta García, quien desde 2006 lleva adelante “La Ventolera”, un espacio cultural creado con el afán de construir lugares propios donde multiplicar diferentes expresiones artísticas.

En tanto Pepelui, como lo conocen en el mundillo, comenta sus primeros acercamientos más formales con la actividad: “Todo comenzó un poco más seriamente cuando se desarrolló en Salta un Festival Internacional de Títeres, a principios de los 80. Había grandes titiriteros, venían grupos internacionales como el grupo 'Tempo', de Venezuela, y había talleres de construcción de marionetas, entre otras actividades. Cuando ví las funciones y lo comparé con lo que hacíamos nosotros, dije ‘nooo, esto es una falta de respeto’. Y ahí comencé mi primer curso de construcción de marionetas, y no paré más. No solamente a formarme con los títeres, sino todo lo relacionado al teatro y la dramaturgia... en esos años también estaba en la universidad estudiando Letras, así que se conjugaba bastante lo que hacíia con lo que estudiaba y con lo que me gustaba”.

Claudia, integrante de La Faranda, recuerda: “Mis primeros acercamientos más concretos a los espectáculos fueron los actos escolares, de eso tengo mucho recuerdo. Porque al tener buena dicción desde chica me hacían decir poesías, participar en obras, y después de alguna forma yo seguí. Cuando terminé el secundario, después de haber hecho varias obras participando en muestras estudiantiles, corría el año 78, y con 17 años le digo a mi mamá y a mi papá que me quería ir a estudiar arte dramático a Buenos Aires. Pero claro, no me iban a dejar que yo fuera en el 78 a estudiar arte a Buenos Aires. Me dí cuenta mucho después por qué me dijeron que no. Lo lamenté eso mucho tiempo, pero después entendí que habrán tenido miedo, y que era una forma de cuidarme”. Drásticamente, Claudia tomó otro rumbo. “Entonces, ante esa negativa, como tenía facilidad para la matemática, me puse a estudiar ingeniería química y ahí transcurrí mucho tiempo. Volví a hacer un taller de teatro y también de títeres en el 94, cuando tenía 33 años. O sea que desde los 17 hasta los 33 estuve totalmente en otra cosa”.

En el afán de crear, encontrarse y continuar su formación, Andrea García cuenta: “Una de las primeras cosas que hicimos con amigas y titiriteras del NOA fue organizar el festival 'Ojo al títere' en el 2001, un espacio que todavía continúa. Ese era un modo de aprender, de invitar grupos a nivel nacional, traer talleres, espectáculos y aprender. Siempre el sentido del festival fue formarnos para ir acercándonos a colegas y grupos”.

Encuentros y anécdotas

El oficio, profesión o pasión titiritera lleva consigo la trashumancia del acto teatral que se desplaza a uno y otro lado del país y el continente. En este sentido, las anécdotas abundan en aprendizaje, risas y retroalimentación para nuevas creaciones.

Claudia comenta una graciosa anécdota que pinta tal cual las ocurrencias de los titiriteros y sus formas de buscar soluciones a pequeños grandes problemas cotidianos. “Estábamos en un hotel en Resistencia, Chaco. Ahí, un poco solos en un lugar que no conocíamos y queríamos ver un poco de tele, pero no funcionaba el control remoto. Entonces cada vez que queríamos cambiar el canal había que levantarse. Así fue que Fernando pensó, pensó y armó un dispositivo que desde la cama tirabas de un hilito y ese hilito tenía como una patita, y cuando la movías, se apretaba en el lugar justo del televisor que cambia los canales. Entonces apretabas y el canal subía, apretabas y el canal bajaba. Con el hilito y la patita de alambre, tenías un control remoto. Armó todo un mecanismo impresionante”. Como esta, se repiten historias de cientos de ocurrentes inventos artesanales que los titiriteros ingenian constantemente para sus propias creaciones teatrales.

En materia de anécdotas, Pepelui Zenteno pareciera ser una fuente inagotable gracias a los múltiples caminos que los títeres le fueron abriendo en su vida. Comenta que cuando organizaban el Festival Nacional de Títeres en Salta, venían grupos de Buenos Aires, Rosario, Mendoza, Tucumán, "y en aquella oportunidad teníamos un contacto, para nosotros muy importante, en la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Tartagal. Gracias a ello teníamos a disposición vehículos y sonido para ir a las comunidades originarias y hacer funciones. Los titiriteros de otras provincias que no conocían la zona volvían con una carga emotiva y de experiencia increíbles. Muchos de los espectadores no hablaban castellano pero entendían perfectamente, a través de los movimientos, el mensaje que tenían cada una de las obras. Verles la cara de sorpresa y alegría, para nosotros era lo más importante”. Y agrega: “Era interesante también porque siempre que se visitan comunidades originarias, se llevan cuestiones materiales, que claramente las necesitan, pero también es importante transmitir en ese contexto, un poco de alegría y distracción. Esas cosas llenan el alma”.

El trasladarse pareciera una constante en el mundo titiritero. “Los viajes son mágicos, nos permiten entrar a distintas comunidades y encontrarnos con gente que nos dice que es la primera vez que se conecta con el teatro de títeres. Es impresionante porque uno va todo el tiempo por municipios, barrios y, sin embargo, siempre hay alguien que te cuenta que es la primera vez que los ve. Con Elsa Mamaní, una titiritera con mucha historia, comencé a trabajar en 2006 y viajamos a muchísimos lugares de América Latina y el país. Siempre nos encontramos haciendo funciones en escuelas rurales, alejadas, de difícil acceso. Es un desafío para nosotras ir mas allá”, así lo comenta Andrea García y añade una anécdota que retrata la vida en la Puna salteña: “En Iruya, como mucha gente vive alejada del pueblo, tocaban la campana de la iglesia y después de una hora o dos, la gente iba llegando, bajando de atrás de los cerritos a ver la función. Esos momentos son mágicos”.

Sentir titiritero

“Cuando estás adentro de la obra te transformás, sos el encargado de darle vida, entonces para darle vida tenes que poner toda tu energía y transformarte un poco en el personaje, sea el que fuera”, comenta Pepelui y agrega: “La gestación del personaje va desde el momento mismo de la escritura. Después los vas creando en relación a como van a ser dentro de tu imaginario y de la obra. Yo también construyo los títeres, y eso para mí es muy lindo porque le pongo mi sello”.

Claudia, desde su vasta experiencia con La Faranda, comparte las sensaciones que le produce una vez que ingresa al maravilloso mundo del títere. “Cualquiera de nosotres que haya jugado en la niñez puede tener referencia de lo que sentimos los titiriteros. En ese juego no hay separación entre la ficción y la realidad, es algo así como una simbiosis. Cada vez que hago una función es como si estuviera en el patio de mi casa jugando con mis hermanes. Es otro mundo. Y los espectadores que lo ven me ayudan a crear ese mundo. Todos en ese momento estamos participando de ese mundo, realmente aparece otra dimensión de la vida”.

Andrea intenta encontrar las palabras para describir las sensaciones difíciles de transmitir de forma oral al momento de entrar en el universo de la obra titiritera. “Es un momento que te saca del aquí y ahora, entrás a una nueva realidad que se genera… un nuevo mundo en este mundo en donde los títeres toman la vida. Es como un engranaje en donde vos estás ahí en otro tiempo y espacio generando un vínculo, se entra en otra dimensión”.

Cada uno desde su espacio, donde prima el espíritu colectivo y de cooperación, sigue empujando la disciplina desde el norte del país con la intención de mostrar la potencia de una actividad que crece en cantidad de artistas y en calidad de espectáculos.

El teatro de títeres, con su frescura y desfachatez, interpela a grandes y chicos generando una fuerte pulsión de vida e invitando a encontrarse con el asombro y la sorpresa, sobre todo para aquellos que la fueron perdiendo en la vorágine diaria de un mundo apurado.