Después de una hora de concierto sonríe y dice que “ya se va yendo” pero no se va, y hace muchas canciones más (incluido el reverenciado y esperado “Poema”). Ahí sonríe y dice que ahora sí, que ya se va, pero tampoco se va y anuncia “una sorpresa”: canta ¡en español! –una rareza para Buenos Aires– el fabuloso “Sangre latina” (Secos & Molhados, 1973). Sonríe de nuevo y dice que ahora sí se va... y efectivamente se va, porque en algún momento se tiene que ir; y desaparecen todos sus músicos, también. Sin embargo, quince minutos enloquecidos de un aplauso extraordinario, ensordecedor, interminable, lo obligan a salir a escena otras tres veces, solo con su alucinante estampa, únicamente para saludar, como hacen los bailarines del Colón; incluso, en su última aparición, ya está con la bata de toalla puesta, la misma de la ducha del camarín. Pero ahora... ahora sí que se va. Ya se fue, ya fue. Pero otros diez minutos de locura de más de tres mil personas (todas de pie, aplaudiendo, ¡revoleando paraguas abiertos!, coreando el canto de la lluvia de Woodstock, aullando, pataleando a lo Godzilla los tablones del piso de madera del teatro) consiguen lo imposible: Ney Matogrosso y sus músicos regresan al escenario. Ya no tiene las botas; el señor está descalzo, ahora. Mira a Amback, su director musical, y ríen; no habían planeado nada para estas circunstancias. Ney levanta los brazos al público: “¡Ahora no sé qué cantar!”, se divierte. “¿Cuál quieren que cante?”. La respuesta de la multitud, al unísono, resulta inconcebible: “¡¡Cante cualquiera…!!”. Entonces Matogrosso, así, a medio vestir, repite “Roendo as unhas” (“Comiéndose las uñas”, de Paulinho Da Viola) en patas, en patas desnudas, mientras danza a mil kilómetros por hora, arriesgándose entre todo el cablerío eléctrico del escenario. No le pasó nada, los electrocutados eran los demás.

“En teoría” (sólo en teoría), Ney Matogrosso hizo este jueves el mismo show que había presentado por primera vez en el teatro Coliseo en 2015, luego de catorce años sin pisar la Argentina: esta vez se trató de la misma gira y del mismo álbum, Atento aos sinais, pero con un público mucho más atento y más tremendo (la comunidad brasileña local hizo su propia cancha). Este artista crece allí arriba cuanto más crece el fervor allá abajo, y así creció esta entrega. Volvieron a verse las muy buenas proyecciones en pantallas LED que, de acuerdo con las canciones, por momentos evocan revueltas en las calles o decadencias y epifanías del mundo, y hasta la propia historia de Ney en imágenes en “Vida louca vida”, uno de los temas de Cazuza que hace en este show y en los que Matogrosso vuelve a demostrar que es el mejor intérprete de ese gran compositor carioca. Y otra vez volvió a resultar casi imposible prestarles atención a las pantallas de atrás: era tanta la intensidad del cantante allí adelante, su presencia y sus movimientos, que sólo en “Two Naira Fifty Kobo” (Caetano Veloso), cuando él mismo se sienta de espaldas al público a ver los videos de tribus originarias del Brasil y a sus mujeres amamantando a sus niños, es cuando se puede fijar la vista en algo que no sea Ney. Y aún así fue difícil. La gente miraba su espalda.

A los 75 años, la voz de Ney Matogrosso sigue casi inexplicablemente intacta (“La garganta es un músculo”, avisa –véase la nota de este mismo diario del jueves pasado– donde explica que sólo su piel ha cambiado un poco); él es un pájaro extraño que ¡pide besos!... Pero por un irritante defecto ad hoc en el diseño de este gran teatro, en “Isso não vai ficar assim”, cuando Ney baja a la platea pidiendo besos (gesto que repite en cada presentación por el mundo) no pudo tener la respuesta esperada. Los pasillos del Gran Rex son muy estrechos y están sólo a los costados; no se puede llegar a ellos sin dar una vuelta rara, y la gente se apiña tratando de alcanzar al artista. Aunque él descendió las estrechas escaleritas y hasta se recostó en ellas, el beso no llegó. Muchos deben de haberse sentido frustrados (incluyendo la cronista).

Matogrosso cambiará su espectáculo internacional el año que viene o el otro, quizás, cuando empiece a grabar cosas nuevas y tenga que mostrarlas. Pero Atento aos sinais seguirá siendo uno de los discos y de los shows más interesantes de su carrera reciente: no sólo por la compulsión del “ahora” como concepto (considerando el ahora del mundo, semifusilado) ni por la voluntad de haber elegido temas de compositores nuevos, algunos de ellos casi desconocidos, sino también por las muestras de su preocupación por los rumbos del planeta, de la política y de la ecología. 

No se abundará aquí en los 44 años de carrera de uno de los más grandes transgresores artísticos que dio la América del Sur (para eso está Google); sí podría decirse que estar “atento a las señales” es el don de Ney.

El tipo en patas, el teatro en llamas y el show inolvidable. A Buenos Aires le gusta esto.