El inglés Tyson Fury y el estadounidense Deontay Wilder regresaron al boxeo a la era de las cavernas. No hubo técnica, estilo ni estrategia en la madrugada del domingo sobre el ring de T Mobile Arena de Las Vegas. Solo hubo potencia, golpes aterradores, aguante, dar y recibir en su más extrema expresión. Fue una pelea épica. Fury cayó dos veces en el 4º round. Wilder fue a la lona en el 3º, el 10º y finalmente en el 11º, cuando recibió dos derechas feroces del campeón inglés que terminaron de extinguir lo poco de él que quedaba en pie. Fury ganó por nocaut técnico, retuvo el título de los pesados del Consejo Mundial de Boxeo y con sus dos victorias por fuera de combate le dio cierre a una trilogía histórica. Sólo Muhammad Ali y Joe Frazier, con sus tres terribles enfrentamientos entre 1971 y 1975 pudieron superar el drama, la agonía y el éxtasis que provocaron el inglés y el estadounidense las tres veces que se enfrentaron (2018, 2020 y 2021) por el campeonato de todos los pesos.
El triunfo del Rey de los Gitanos (tal es el apodo de Fury) ratificó además, el dominio que Europa viene sosteniendo en la máxima categoría desde los tiempos en que los hermanos ucranianos Vitaly y Wladimir Klitschko acapararon los cuatro títulos más importantes. Otro ucraniano, Oleksandr Usyk es el triple campeón de la Asociación, la Organización y la Federación Internacional luego de haber derrotado hace dos semanas en Londres al inglés Anthony Joshua. Y el noqueador inglés Joe Joyce se recorta como la principal amenaza para los dos campeones a partir de su récord escalofriante: 13 triunfos consecutivos, 12 antes de límite. Usyk y Fury no unificarán todavía sus campeonatos: el ucraniano le dará la revancha a Joshua y recién después se verá si es negocio concentrar todas las coronas en una misma cabeza.
Pero además de ser campeón del mundo y estar invicto con un registro de 31 victorias (22 por la vía rápida) y un empate, Fury (125,600 kg) es, sin dudas, el máximo showman del boxeo en la actualidad. Desbocado, gran vendedor de su propio personaje y perfecto conocedor de las reglas del juego que está jugando, tras haber arrasado a Wilder (107,900) y luego de las declaraciones periodísticas de rigor sobre el ring, pidió el micrófono y le dedicó una canción a los miles de hinchas ingleses que llegaron a la capital del estado de Nevada para alentarlo y de paso, consumir hectolitros de cerveza. Mientras todo esto sucedía, Wilder bajaba tambaleante del cuadrilátero, sabedor de que había encontrado en la fiereza del Rey de los Gitanos, la horma de su zapato. Y que quizás su carrera pugilística había tocado a su fin.
Después de haber caído en el 3º round, Wilder casi se lleva la gloria por delante en el 4ª cuando derribó dos veces a Fury. Pero no le fue suficiente con el tremendo poder de su puño derecho: el inglés hizo valer sus 18 kilos de más, le tiró encima el peso de su cuerpo en cada amarre y eso le debilitó sus piernas y lo agotó prematuramente. Al comienzo del 6ª round, los dos se habían vaciado. Sólo los sostenía el corazón. Pero Fury afirmó mejor las manos en algunos cruces y más allá de su agotamiento evidente, mostró mayor presencia a la hora de la definición. Por eso ganó. El Rey de los Gitanos sigue siendo el Rey de los Pesados porque en una pelea cavernaria que disparó una emoción detrás de la otra, pudo imponer su ley, la más antigua del boxeo, la ley del más fuerte.