La semana pasada fue sencilla y complejamente ratificatoria del escenario planteado al cabo de las primarias. Y, sobre todo, de esas horas siguientes a la carta pública de Cristina, cuando pareció no haber retorno para la ruptura del Gobierno.
No se rompió porque los pases de factura, las desconfianzas, el clima denso, las heridas a cielo abierto entre quienes vertebran el Frente de Todos, fueron barridas al rincón en la seguridad de que ninguno de ellos podrá salvarse solo. Ninguno y ninguna.
El Presidente, la vice, Kicillof, Massa, la dirigencia sindical, los movimientos sociales, los aliados externos al PJ cualquiera fuere el significado que hoy tenga esa sigla partidaria, el campo intelectual que muy mayoritariamente adhiere al Gobierno, saben a la perfección que está en riesgo mucho más el futuro que el presente.
Semeja a frase hecha, pero no hay manera de retrucarla.
La leyenda del peronismo unido que es invencible entró, siendo módicos, en debate severo.
Y las “excusas” por más gigantescas y justificadas que sean, como en el caso de haber atravesado una pandemia universal, valen de consuelo aunque no de relanzamiento asegurado.
Dubitativo en cómo acertarle a medidas que auténticamente sirvan para recomponer confianza popular; acechado por una inflación frente a la que no da pie con bola; cercado por la herencia de una deuda en dólares que compromete a generaciones y con plazo a la vista para arreglar con el FMI sin seguir ajustándose la soga, el Gobierno va tomando disposiciones económicas que están bien pero que, a fines de las urnas de noviembre, son de efectividad dudosa.
Por eso, la cabeza oficialista, la de todos sus componentes, ya está antes en 2023 que de cara a las elecciones legislativas.
El mientras tanto es la recuperación económica inercial, en lo que ya se considera el después del bicho. Y aspectos como la positiva designación de Roberto Feletti en Comercio Interior: un hombre con mucha experiencia en la gestión estatal, probo, de ideas firmes.
Hay algo o bastante de paradójico, de contradictorio, de llamativo, en --por ejemplo, sólo por ejemplo-- la explosión turística de este fin de semana, y el auge del Plan PreViaje, y los boliches de barrio que abren o reabren, y etcéteras, contra el ingrediente clasemediero enfadado y hasta furioso con el Gobierno.
Más una mayoría del abajo y centro-abajo de la pirámide que lo mira por tevé.
Todos --digamos-- enojados contra el oficialismo y así se lo hicieron sentir. Según cualquier pronóstico que se tome, es altamente probable que volverán a hacerlo.
Y el Gobierno debe hacerse cargo por sus funcionarios que no funcionaron ni funcionan; porque da esa imagen de arrugar contra el poder real; porque no muestra cosas susceptibles de ser consideradas como pateadoras de algún tablero; porque su comunicación es muy mala.
Salvo que se produzca la sorpresa de revertir el resultado o achicar fuertemente la distancia, el gran desafío es que una renovada derrota electoral no impida que el Frente se mantenga unido y que las medidas tomadas y a tomar, más esa inercia de la recuperación, recompongan la credibilidad mayoritaria en que esto es o puede ser mejor que lo otro. Que lo anterior. Que Macri.
No es inercial que, para lograr eso, también hace falta un oficialismo dispuesto a enojarse con alguien. Y a proceder en consecuencia, más allá de la retórica.
A fuerza del vacío o la flacura de los bolsillos, de la agresión mediática, de un Gobierno y de sus comunicadores enroscados con vivir respondiéndole a los medios, de no mostrar ejemplaridad en los gestos de la vida cotidiana, pareciera ser veraz que el disgusto y la rebeldía se corren a la derecha. Y a la izquierda testimonial, en porciones que no son relevantes como construcción de poder pero sí suficientes para afectar segmentos del electorado que, hoy, el FdT necesita en forma imperiosa.
A eso se agrega la retroalimentación indignada de propios y facilistas, para los cuales la toma del Palacio de Invierno y el asalto al Moncada quedan acá, a la vuelta, con el solo recurso de romantizar a Cristina.
Fue y es Cristina, precisamente, quien viene convocando a entender que toda salida imaginable es en los marcos de un capitalismo necesariamente injusto, al que debe recortársele su dictado avasallador.
¿Cómo refutar lo que escribió José Pablo Feinmann en este diario, en torno de que peronismo con hambre no es peronismo y que a lo posible no se lo espera, sino que se lo crea?
Un comentarista, profesional o no, tiene el lugar cómodo de no ejercer funciones. Pero no por eso deja de ser cierto que quienes desempeñan cargos de poder político deben enseñar que se dedican a ello para cambiar algunas cosas de fondo, en vez de que el fondo sea no cambiar nada.
Bien por dentro de estas u otras consideraciones generales sobre “la política”, sus consecuencias económicas, el dramático momento electoral que vive el Gobierno y cuantos avatares quieran agregarse, el cierre de esta columna pasa obligatoriamente por el derrumbe judicial de una de las causas armadas más miserables que los argentinos hayan conocido. Y en buena medida, comprado.
Antes que tratarse del sobreseimiento de CFK y de todos los acusados, en un principio por las ensoñaciones descaradas de Alberto Nisman y después por la persistencia de la DAIA y algunos familiares de AMIA, ha llegado la reivindicación de Héctor Timerman.
El excanciller, como bien ya se dijo, pagó con su vida la monstruosidad de un juez, Claudio Bonadio, que le impidió viajar a Estados Unidos para continuar su tratamiento contra el cáncer.
El fallo del Tribunal Oral Federal 8 es de una sencillez descriptiva que no suele abundar en el lenguaje críptico del área.
Tampoco había que darle tantas vueltas, como en su momento, a fines de febrero de 2015, no las pegó el juez Daniel Rafecas al desestimar la primera denuncia contra el Memorándum de Entendimiento entre Argentina e Irán.
Desde que el memo jamás entró en vigencia, y desde que nunca existió entre ambos países un estado de guerra, es imposible deducir que alguna conducta de las enrostradas configure delito; ni menos que menos traición a la Patria, dice el TOF.
Pero, por si fuese poco, el tribunal señala como fuera de duda que las visitas de los jueces de Casación Gustavo Hornos y Mariano Borinsky a Mauricio Macri, en Casa Rosada, en la quinta de Olivos y en plena sustanciación del expediente, “afectaron la imparcialidad e independencia del juez natural”.
Hay más en el fallo, como apuntar el delirio de que la sola inconstitucionalidad de una norma pueda conllevar la comisión de un delito para su autor.
Pero con eso basta.
Basta respecto del fallo. Y basta acerca de la enormidad simbólica de dos hechos --las acciones serviciales de Nisman, munida de recortes de diarios, y el invento de su asesinato-- que fueron punta de lanza para destruir a un gobierno; para desatar una persecución individual e institucional con pocos o ningún antecedente, y para demostrar con cuáles armas jugó, y juega, el entramado de las corporaciones empresariales, mediáticas y judiciales.
Que de vez en cuando, como ahora, salga un tiro para el lado de la justicia, es por un lado estimulante. Y, por otro, obliga a recordar dos obviedades.
La primera, justamente, es que ocurre, casi, cada muerte de obispo.
Y la segunda es que quienes perpetraron este ofuscamiento atormentador, salvaje, de alucinados no tienen nada y son los mismos Guardianes de la República que acaban de ganar elecciones.