Es 4 de Julio en Evansville. En ese pequeño pueblo de Indiana, el día de la independencia estadounidense tiene sus tradicionales fuegos artificiales, no faltan las carrozas embanderadas con las barras y las estrellas, pero ninguna fanfarria puede competir con la de Eureka O'Hara, Shangela y Bob The Drag Queen. Las responsables de We’re Here (HBO MAX) sorprenden como tres estatuas de la libertad LGBTQI+. Su misión es conocida: montar un espectáculo junto a tres lugareños en distritos donde Biblia, Trump y armas son parte de un mismo combo. “No sé si van a venir al show a festejar o va a aparecer el KKK”, grafica una de las protagonistas de este envío. Este lunes HBO MAX estrena la segunda temporada del reality, compuesta por cinco episodios.

La entrega, mezcla de Priscilla, Reina del desierto (Stephan Elliott, 1994) y Queer Eye, trasciende esa misma composición por lo poderoso de su mensaje. Las conductoras, surgidas de RuPaul's: Drag Race, asisten a quienes la tienen complicada en lugares como Temacula, Del Río, Watertown o Grand Junction, entre otros. Alguien que necesita ese empujoncito para salir del clóset, uno/a que quiere ponerse en los tacones de un familiar gay o, simplemente, celebrar la diferencia. Ahí está el pastor metodista cuya hija pansexual lo llevó a lidiar con su propia congregación y, al final, baila con una peluca rosa y con el delineador como estampita. El caso de James, un adolescente con neurodiversidad que rompe cualquier molde. O el episodio en la emblemática de Selma, Alabama, donde la comunidad queer aún vive bajo las sombras pese a que la ciudad marcó un mojón para los derechos civiles de los afroamericanos.

El cruce entre emotividad, identidades en plural y política en primera persona, convierten a We’re Here en un festejo de la otredad más que un festival de la rareza. “Yo misma soy de un pueblo pequeño y me shockeó ver estas comunidades queers en estos espacios donde es difícil reconocerse como tal”, asegura Bob The Drag Queen en una conferencia virtual con medios internacionales de la que participó Página/12. Otro de sus méritos es ir más allá del trazo grueso de hillbillies, rednecks y supremacistas en lo más profundo de los Estados Unidos. La homofobia es muy evidente en estados como Texas, Carolina del Sur, pasando por Idaho y Luisiana, pero el programa opta por enfocarse en el poder de la conversación entre unos y otras.

“No somos terapeutas ni intentamos hacer eso. Conectamos con la experiencia de los participantes y compartimos lo que nos cuentan de aquí para allá. Está la preparación para la performance, el concepto para cada número, la ropa y los peinados. Eso también es parte fundamental de la propuesta. Pero si ven vulnerabilidad es por los relatos. El programa es el que lo habilita”, dice su host sobre el rol de madrinazgo que se aplica en We’re Here. Las drags buscan empatizar con el chico musulmán al que le cuesta definirse como gay, la modelo plus size o con la madre que se distanció de su hija cuando ésta se declaró lesbiana. “Ser drag a mí me salvó la vida. Me mudé a Nueva York hace trece años para ser una comediante y actuar; pero esa es mi historia, aquí aparecen otras voces”, plantea quien se define como una Goofy negra y queer.

-¿Qué cambios hay entre la primera y la segunda temporada?

-Creo que establecimos nuestra base y aprendimos del proceso. Es uno de los primeros programas de HBO sin guion, así que se trató de una apuesta. Todo lo que se ve en relación al espectáculo es lo mejor del mundo drag que podés conseguir.

-¿Hay un cambio en relación a los participantes de la primera temporada?

-Somos buenos en ampliar el elenco. Es mayormente queer, pero no exclusivamente queer. Lo más relevante es que son casos que no suelen ser retratados. Queremos que vean lo queer desde distintos escenarios y procesos. La sexualidad es algo que va evolucionando para los que cuentan el relato. Hay gente que pensaba que era heterosexual y se dio cuenta de que no era así. Todo es más intersexual de lo que se podría suponer. Permitimos que la gente cuente su historia a su propio modo.

-La cultura drag tiene un glosario rico y expansivo. ¿Con qué término definirías a We’re Here?

-Enfermizo, en el sentido de lo extremo, increíble y hermoso. El elenco de participantes, las ropas, los peinados y sus historias. Estuvimos casi un año en la ruta para hacer este programa que ven.

-¿Habrá una tercera temporada?

-Estamos muy orgullosos del trabajo que logramos en dos temporadas. Sería genial poder continuar. Creo que pegó fuerte porque mucha gente lo vio en cuarentena y sensibilizada. Creo que recién vamos a ver el impacto de este programa de aquí a unos años.

-En la actualidad hay numerosos programas que exploran el mundo drag. ¿Creés que esta cultura está en la cima de su popularidad?

-Hablar de cima indicaría que el paso siguiente es el ocaso. No creo que sea así. Hay una enorme popularidad. Yo misma soy un producto de RuPaul’s: Drag Race y no estaba involucrada con lo drag antes de ese programa. Lo que hizo ese programa es increíble. Cuando vi el primer episodio, me dije "quiero un pedazo de esta torta". Supe que quería ser parte de este mundo loco de una manera desquiciada y absurda. Empecé a dragearme hace más de una década y el mundo ha cambiado, y creo que va a cambiar más. Drag es más un trabajo, carrera y un hobby, no somos un grupo marginal por ser drag queens, ese no es el caso. Hoy hay hasta heterosexuales drageándose. Drag, en sí, viene a animar tu grandiosidad y lo fabuloso de tu ser. No sé a dónde va a ir la cultura drag, pero estos trece años para mí indican, muestran que puede ir a cualquier parte.