Los iraquíes votaron este domingo en unas elecciones legislativas convocadas anticipadamente para apaciguar las masivas protestas de 2019, pero de las que no se esperan grandes cambios ante la corrupción endémica y la influencia de los grupos armados. Decenas de miles de personas salieron a las calles en ese entonces para protestar contra la corrupción, los malos servicios y el creciente desempleo, y más de 600 manifestantes fueron muertos y miles resultaron heridos como consecuencia de una feroz represión. Luego decenas de activistas sufrieron secuestros, asesinatos o intentos de asesinato imputados a facciones armadas, lo que colaboró en desalentar aún más a los votantes.
Decenas de observadores internacionales enviados por la ONU y la Unión Europea supervisaron la votación. Poco antes de la hora de cierre de los colegios, el presidente de la Junta de Comisionados que organiza el proceso electoral, Yalil Adnan, aseguró que había participado apenas un tercio de los votantes registrados. Los principales candidatos a ganar la mayor parte de los asientos en el fragmentado Parlamento iraquí son la coalición liderada por el influyente clérigo chiita Moqtada al Sadr y la agrupación de milicias proiraníes Hashd al Shaabi, al mando del comandante Hadi al Amiri. Sin claras mayorías, los partidos deberán negociar alianzas para formar gobierno.
"Queremos un cambio"
A los 70 años y apoyado en su bastón, Issam Shukr está "orgulloso" de haber votado en las legislativas. Shukr, quien se acercó hasta la escuela Al Amal (que significa esperanza en árabe), se jactaba de ser el primer elector en depositar su voto en la urna "como en todos los comicios".
Pero la votación no entusiasmó a los más jóvenes, molestos porque siguen en el poder "los mismos" de siempre. "Queremos un cambio. Tengo un diploma en literatura árabe pero trabajo limpiando baños en un restaurante. Es humillante", se lamentó Mohamed, de 23 años, quien no viajó hasta su provincia natal de Wassit para votar.
"No voy a ir a votar", dijo en la misma línea una profesora cristiana de 30 años que vive en Bagdad y no quiso dar su nombre. "¿Por qué votar? No nos fiamos de ningún candidato, cristiano o no", explicó.
Bajo el sol de octubre las calles de Bagdad, casi desiertas, lucían decoradas con pancartas electorales. Soldados y policías se desplegaron por docenas en un país donde está activo el grupo yihadista Estado Islámico (ISIS). Dos aviones de combate daban vueltas en el cielo "para la seguridad de los centros de votación", según explicó el ministerio de Defensa iraquí. Los viajes entre provincias estaban prohibidos y los restaurantes y centros comerciales permanecieron cerrados.
Un soldado que resguardaba la seguridad de un centro de votación en la provincia de Diyala, al este de la capital, murió y otro resultó herido por un "disparo accidental" de un compañero, según un comunicado. Como todas o casi todas las formaciones disponen de sus propias facciones armadas, también preocupa la posibilidad de fraude y la violencia post electoral.
El escenario político
Unos 25 millones de iraquíes estaban llamados a participar en estos comicios. Las urnas cerraron a las 18 horas locales y los resultados preliminares no se esperan hasta 24 horas después del cierre. Los definitivos deberán esperar al menos unos diez días. Los iraquíes eligieron a 329 diputados entre 3.240 candidatos con un nuevo sistema electoral de circunscripción uninominal que, teóricamente, debe promover a los candidatos independientes.
La victoria apunta al movimiento de Moqtada al Sadr, el exjefe de una milicia chiita antiestadounidense que ya tenía la bancada más amplia en el Parlamento saliente. Pero deberá entenderse con sus grandes rivales chiitas, las facciones armadas proiraníes de Hashd al Shaabi, que entraron al Parlamento en 2018 tras participar en la victoria contra los yihadistas del ISIS.
Fue contra estas facciones y grupos armados que se dirigió en gran medida el levantamiento de 2019. Los activistas acusan a al Shaabi de asesinar y secuestrar a varias decenas de sus compañeros.
En un escenario polarizado por cuestiones como la influencia de Estados Unidos o Irán, los partidos deberán entablar largas negociaciones para acordar un nuevo primer ministro, cargo que suele ocupar un musulmán chiita. Las exigencias de la ola de protestas de 2019, como la lucha contra la corrupción, la creación de empleos o la rendición de cuentas de los grupos armados, parecen estar lejos de verse satisfechas.
Aunque el movimiento de protesta perdió fuerza y las manifestaciones son ahora esporádicas, la rabia sigue creciendo y la crisis económica sigue golpeando a los iraquíes. Dos de cada cinco jóvenes están desempleados y los servicios públicos dejan mucho que desear. Los cortes de luz se multiplican y los menos pudientes, los que no pueden permitirse comprar un generador, la pasan mal.
"¡Voten, voten, voten!", urgió el primer ministro al Kazemi al depositar su voto el domingo por la mañana en la fortificada Zona Verde de Bagdad, donde se encuentran gran parte de las embajadas extranjeras y edificios gubernamentales. "Nuestro futuro depende de nuestra participación", dijo al Kazemi y recordó que estos comicios anticipados fueron la "promesa" de su gobierno a las demandas de los manifestantes que en octubre de 2019 salieron a las calles de todo Irak.
Sin embargo, muchos de los activistas que fundaron partidos nacidos durante las protestas, que se saldaron con más de 600 muertos, terminaron retirando sus candidaturas como consecuencia de las presiones y amenazas por parte de los partidos tradicionales.