Pasaron cuarenta y tres años desde que la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) asesinó a Carlos Mugica. Una balacera perpetrada en las puertas de la iglesia de San Francisco Solano, en Villa Luro, acabó con su vida el 11 de mayo de 1974. En el aniversario de su muerte, la periodista María Sucarrat, autora de El inocente. Vida, pasión y muerte de Carlos Mugica (Editorial Octubre), volvió sobre los pasos de ese hombre criado en el seno de una familia aristocrática que decidió sumergirse en la pobreza de las villas miseria, y presentó una edición ampliada de su investigación en el marco de la 43ª Feria del Libro de Buenos Aires –una vasta biografía de casi 400 páginas– junto a los periodistas Gustavo Cirelli y Ricardo Ragendorfer.

“El trabajo de María y la vida de Mugica se resignifican necesariamente en el contexto actual”, adelantó Cirelli, ex director del diario Tiempo Argentino, que se hizo cargo de la apertura de la charla. “Es la vida de un hombre que nace en plena dictadura militar y va descubriendo la intensidad de la política en medio de su entrega, vocación y de su opción por los pobres. La dicotomía de un tipo de Barrio Norte que se metió en la villa 31 a trabajar en las barriadas, escrita con claridad y simpleza. De esos actos hoy tenemos que seguir aprendiendo”. El libro ya está en los kioscos, opcional con el ejemplar de PáginaI12.   

Publicado por primera vez en 2010, la escritura de El inocente... había llevado a Sucarrat –redactora de Crítica, Noticias, Cosecha Roja y secretaria de Redacción de Tiempo Argentino– a encontrarse con el Padre ‘Pichi’ Meisegeier, quien atesoraba un archivo con todo lo que Mugica había escrito durante su sacerdocio. Pero en aquel momento, ese archivo estaba empaquetado y listo para ser llevado a la Universidad Católica de Córdoba, y Meisegeier no le permitió verlo. Algunos años después, con la primera edición en la calle, Sucarrat logró acceder a toda esa información y dar con algunas de las claves que le permitieron comprender con mayor profundidad a uno de los fundadores y hombre clave del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y el Movimiento de Curas Villeros. 

“Creo que Mugica fue más bien un cuadro ético que un cuadro político”, dijo el periodista Ricardo Ragendorfer, considerado uno de los mejores cronistas policiales de la Argentina, apenas tomó el micrófono. “Su muerte fue uno de los primeros signos de lo que se venía. Sirvió como el puntal de las amenazas que lanzaron el terror en el país, que le llegaban a militantes, intelectuales, artistas: ‘Te va a pasar lo mismo que a Mugica’. Y luego sembraron la desinformación, acusando a Montoneros de asesinarlo, un rumor que hoy muchos siguen repitiendo, cuando tenemos las pruebas suficientes para dejar fuera de discusión que lo mató la AAA”.

Luego de esta afirmación, Ragendorfer fue desanudando la historia de Rodolfo Eduardo Almirón, el homicida de Mugica: una trama de asesinatos, contrabandos, soplones, ajustes de cuentas, zonas liberadas, “mejicaneadas” y cadáveres “con cincuenta tiros encima” que se iba cerrando sobre la organización parapolicial digitada por el ex ministro López Rega. A través de ese relato, Ricardo Ragendorfer fue develando los canales que unieron a la División de Robos y Hurtos de la Policía Federal, de la que Almirón formaba parte, con la AAA, que llevó a cabo el asesinato de Carlos Mugica. 

La segunda edición de El inocente..., en palabras de su autora, “cobra importancia ya que recupera una parte importante de la vida de Carlos Mugica que estaba oculta”. Luego de agradecer a la Editorial Octubre por el espacio para presentar el libro y la posibilidad de editarlo luego de que “la importante editorial que me encargó el trabajo me dijera que los setenta ya no eran negocio”, Sucarrat cerró la presentación haciendo referencia al legado que dejó Mugica. “Es una historia de convicciones que terminó horriblemente mal”, dijo la autora. “Mugica era un gran rezador, su norte era la religión. Muchos a su lado decían que era un jetón, porque era un rubio, con facilidad de palabra y magnetismo. Pero siempre tuvo sacerdotes comprometidos a su lado. Era un tipo que podía llevar la palabra religiosa o una garrafa o armar un partido de fútbol. Salvando las distancias, creo que hoy cada uno puede pensar cuáles de sus acciones tienen que ver con esa entrega que tuvo”.