Frases agresivas, chicanas, videos de campaña que simulaban sketches televisivos y cuerpos que responden a los modelos de belleza hegemónica exhibidos frente al Congreso fueron ejes de campaña en la primera etapa electoral. La lógica farandulera y la banalización se cuela y apropia del debate político.
La comunicación de la derecha autoritaria y los discursos de odio parecieran ser más funcionales a la lógica comunicacional actual. Ideas lineales y simples que, con acompañamiento mediático, pueden calar en el sentido común. A modo de ejemplo, es más fácil decir que todo se resuelve con más “mano dura” que analizar los problemas estructurales de la sociedad.
En el texto “La seguridad y el desafío comunicacional”, el escritor Darío Semino, nos agrega complejidad al tema cuando señala: “es importante tener en cuenta que la comunicación no es “lo que se dice” sino "lo que se escucha".
La frase nos invita a pensar sobre los alcances de las distintas estrategias comunicacionales. La lógica comunicacional actual no es democrática, está atravesada de relaciones profundamente desiguales de poder. En ese marco, los medios de comunicación que ocupan posiciones dominantes van a intentar imponer determinadas agendas temáticas con sus respectivos encuadres interpretativos: agitación de miedos colectivos, desinformación, noticias falsas, fueron lamentables lugares comunes que se dieron en el marco de una pandemia global.
Pero el análisis de la comunicación actual no debería limitarse a ese diagnóstico. El riesgo de reducir todo al rol de los medios es quedarnos con solo una fase del proceso.
Si comunicación es “lo que se escucha”, también deberíamos preguntarnos ¿qué sentido les dan a los mensajes las distintas audiencias? ¿A partir de qué marcos interpretativos analizan los discursos? No hay que reducir la campaña comunicacional a reforzar los mensajes, sino analizar los procesos que nutren sentido a los discursos que circulan. Un claro ejemplo son las distintas miradas en torno a las cadenas nacionales.
El mismo texto de Semino, distingue tres tipos de destinatarios de los discursos: el prodestinatario, es quien está de acuerdo con el discurso. El contradestinatario, es quien no está de acuerdo con el discurso y el paradestinatario: es quien no posee una opinión formada sobre el discurso.
Difícilmente nuestro mensaje interpele y haga cambiar de opinión a un militante de una organización política. En un contexto electoral, el desafío es interpelar a esas audiencias que no tienen una posición tomada, a las y los para destinatarios.
En este marco de operaciones mediáticas, de desigualdades en las relaciones de poder, de algoritmos que limitan nuestras miradas en las redes. El desafío es, nuevamente, cómo construimos puentes comunicacionales entre los distintos sectores populares. Cómo esquivamos la banalización, saltamos los filtros burbuja que presentan las redes y salimos de nuestros espacios de comodidad para dialogar, escuchar y debatir políticamente.
Quizás es necesario recordar que la comunicación política no depende de los grandes medios y las redes virtuales, nunca se limitó únicamente a eso. Las organizaciones de los pueblos, los movimientos sociales, los clubes de barrio, las radios comunitarias, los gremios, las bibliotecas populares, los cuadros políticos militantes, las organizaciones de derechos humanos, las y los referentes que integran ese complejo y maravilloso tejido social son actores claves para interpretar, interpelar y definir los debates políticos que nuestra sociedad necesita.
* Licenciado en Comunicación Social UNLZ. Especialista en Comunicación y Culturas. Profesor de la UNRN.