“Es un disco que habla de ver y aceptar las sombras, lo que es, lo que hay”. La reflexión de Cecilia Bernasconi sintetiza su tercer disco solista, Tregua, que presentará este jueves 14 a las 21 en Hasta Trilce (Maza 177). Si en placas anteriores el escucha podía advertir un andar más turbulento y una búsqueda para zanjar distintas cuestiones –personales, artísticas- de la cantante, compositora y guitarrista, en Tregua hay una madurez creativa que va de la mano de una maduración personal. Esto la llevó a “mostrar las manchas, aceptarse, dejar de querer agradar”, plantea Bernasconi en diálogo con Página/12.

Originalmente, Tregua iba a ser un EP de cuatro o cinco temas. Pero claro, llegó la pandemia y la grabación se pospuso. Para cuando pudo volver a estudios, la cuarentena la había llevado a componer otros cuatro. Con esas canciones redondeó el álbum que presentará este jueves. “La pandemia me hizo conectar con lo que hago desde un lugar más genuino”, considera la cantante. “La realidad es que venía un poco cansada de ciertas dinámicas que tiene hoy en día el sostener un proyecto. La pandemia me hizo reconectar con el lugar más profundo desde el cual hago música, que es esa necesidad expresiva, de encontrar un lenguaje propio, de pensarme y pensarnos como humanos, y generar lazos de conexión a través de las canciones”.

“Otra parte de ese proceso que se escucha tuvo que ver con ese resignificar el lugar desde el que uno hace las cosas. Fue un año donde volví a pintar (no lo hacía desde los 19 años), escribí textos, saqué fotos, canté mucho, me grabé en casa. Sentí muy fuerte la conexión con el arte como anclaje, como ‘tregua’ a una realidad inédita y dificil”.

Bernasconi reconoce que esa madurez y la voz más plantada que se advierte en su obra es “consecuencia de ese proceso interno” que se consolidó en cuarentena. Y que, además, le dio el deseo para hacer un disco y hasta la posibilidad de encontrarse colaborando en composiciones –con Diego Cantero, con quien se reencontró después de 20 años, para “Un todo”, “Postal” y “Calma”-. “En esas dos yo hice la música primero y Diego le encontró las palabras a ese clima y esas emociones”, recuerda.

Pero además de una voz exquisita, Bernasconi también tiene una buena pluma, sencilla pero no por eso menos profunda. En “Milonga de luz y sombras”, por ejemplo, canta “de a poco voy aprendiendo / a pura prueba y error / no sirve ocultar las sombras / tampoco tener razón. / Menos creo en aquellos / que creen esparcir su luz / cual faro sobre los otros / negando su propia sombra”. “Lo remarco porque a veces esos ‘otros’ que creen esparcir su luz son uno mismo”, explica.

Una de las características de Bernasconi es la naturalidad con que incorpora las milongas lentas en su repertorio. Algo que reconoce como fruto de su admiración por los artistas del otro lado del Río de la Plata. “Tengo mucha admiración por los cancionistas uruguayos. Siento que escriben desde un lugar muy simple y personal, y tienen como maestro al gran Eduardo Mateo, que nos enseñó que el formato canción podía tener otras estructuras, otras rítmicas, hasta hablar de otras cosas. Son muy poéticos, muy genuinos, y yo como rioplatense me siento muy cerca de esa música”, cuenta. Cuando se le señala la persistencia de las milongas, ríe y asegura que les dedicaría un disco entero. “Me siento en casa con las milongas, me dan paz, me llevan mentalmente a lugares donde soy feliz: el campo, el mar”.

También en lo musical se advierte el camino transitado por Bernasconi. Si discos anteriores había notas tangueras, pero sobre todo sonaban más “rockeros”, aquí se la escucha más cercana a lo cancionístico. Lo curioso del caso es que en sus placas anteriores aparecían teclados, violoncellos, clarinetes y saxos. En Tregua, en cambio, la instrumentación es más típicamente rockera: una guitarra eléctrica (Demián Pozzo), un bajo (Bruno Milano) y una batería (Lucas Trosman) para unirse a su propia guitarra. “Uno podría asociar esa instrumentación al rock, pero es cierto que en su esencia no es un disco rockero y creo que eso tiene que ver con cómo son las canciones: un candombe, una tonada, una milonga, un tema más ambiental y un tema en 7/8”, analiza. “Tiene que ver con una búsqueda de los cuatro de tocar con mucho criterio y musicalidad, donde lo eléctrico no invada si no más bien ‘pinte’ el disco de colores que dialoguen con lo acústico”. Un disco donde los sonidos también proponen una tregua.