La voz cascada de Jane Birkin amenaza con quebrarse apenas comienza a entonar “Pull Marine”, esa canción fúnebre de Isabelle Adjani y Serge Gainsbourg con videoclip de Luc Besson. Sólo el primer verso alcanza para revivir la cultura francesa melodramática y es ahí, antes de que Birkin patine, cuando el dulce Eddy de Pretto sale al rescate. Está sentado frente a ella en un banco en un programa de televisión. Cuando entra en la canción, suenan los violines y el público se vuelve loco. Es 2018 y ese chico con pinta de albino y corte de pelo medieval está en la cresta de la ola. Tiene 24 años y acaba de editar Cure (cura), un disco lleno de poesía suburbana donde conviven el hip hop, el R&B, y la canción francesa sin aparente contradicción. Una mezcla de Anis Kachohi, Rihanna, Edith Piaf y la melancolía de Radiohead, algo sólo posible en el universo De Pretto, que no ha parado de sumar capas en los últimos años. Desde ese primer disco triple platino hasta el lanzamiento este año de su segundo álbum A tous les batards (A todos los bastardos) el joven Eddy se fue transformando no sólo en la voz de una generación sino en la esperanza de una renovación de la música popular francesa. Aunque comparte edad y público con la ícono queer del pop electrónico Christine and The Queens y la cantante, modelo y activista Yseult (ambas famosas fuera de Francia) De Pretto tiene una sensibilidad hiperlocal, conjugando lo mejor y lo más cursi de la música francesa.

Por eso aquel encuentro con Birkin en la tele –y detrás de escena– fue importante: son dos polos de una misma historia, la serpiente que se muerde la cola. La primera it girl importada, ícono de los ‘70, y reina madre de una dinastía de mujeres bellas y complicadas actúa con chico del conurbano parisino, rapero sensible y punzante. Y gay. “Cada palabra de la canción ‘Kid’ es maravillosa. Él enfrentó muchas burlas en un barrio difícil, con amistades duras. Y pienso que se hizo respetar, al menos yo no me haría la viva con él, y al mismo tiempo tiene una gran fragilidad y mordacidad”, dijo Birkin en una entrevista por aquel entonces. "Kid”, el primer corte de Cure fue un hit instantáneo y extraño: un himno contra la masculinidad hegemónica y la heterosexualidad obligatoria que sonó durante meses en las radios y plataformas. El video, con 25 millones de reproducciones en You Tube, recorre en cámara lenta el cuerpo flaco y pálido de De Pretto mientras repite frases escuchadas durante su crianza en un complejo de viviendas públicas de Créteil, una ciudad satélite al sudeste parisino.


Hijo único de un chofer de camiones, el pequeño Eddy se fue construyendo en una suerte de doble vida: jugaba a las muñecas y escuchaba las Spice Girls en su cuarto a escondidas y públicamente reproducía todos los manierismos varoniles. En el barrio intentaba juntarse con los rebeldes –y escaparse de la policía, y jugar al fútbol, y hablar en jerga tumbera– y en su casa le robaba los discos de Jacques Brel y Barbara a su madre que, si bien lo inscribió en clases de teatro, le prohibió terminantemente que se dedicara al arte. La familia, como dice el sociólogo Didier Eribon –también gay de origen popular y estudioso de los cruces entre sexualidad y clase– es el primer territorio enemigo. “Cuando en el colegio supe que me quería dedicar a la música sentí que iba a defraudar por dos a mi familia: la carrera y la sexualidad equivocada”, cuenta De Pretto en una entrevista televisiva en abril de este año cuando le preguntaron por su salida del clóset. “Mi padre se enteró por mi primer disco. No somos una familia muy conversadora”.

De Pretto escribía poemas en un cuaderno o en el celular durante sus viajes en el metro y luego los ponía a jugar en pistas de su computadora. Antes de arrasar con todas las nominaciones de los premios Victoires de la Musique de 2018 y volverse un fenómeno, trabajó durante tres años tocando covers de Charles Trenet en un bateau mouche, esos barcos turísticos que navegan el Sena. Allí era parte del decorado: “Me sirvió como entrenamiento: cantar todas las noches para gente que ni siquiera se da cuenta que estás ahí”, explicó en una entrevista con The New York Times por la aparición de un segundo disco que abre, justamente, con la canción “Bateaux-Mouches”, donde cuenta pedazos de su vida. Todas las canciones de De Pretto son autobiográficas y eso, junto con una voz prodigiosa y letras muy logradas, explica su resonancia. Aunque hay un personaje bien construido –vestimenta trapera, distancia rapera– se cuela mucha dulzura y honestidad tanto en sus discos como en sus intervenciones públicas. Todos sus temas –hablan de excesos, de toqueteos con amiguitos en una clase de gimnasia, de madrugadas calientes en plataformas como Grindr, de experiencias de violencia– tienen un dejo de melancolía, suerte de spleen de conurbano con estética centennial. 

Si ya había abierto un canal explícito sobre su vivencia de la homosexualidad en su álbum Cure, en su segundo disco retoma la temática pero desde un lugar más político o colectivo. Su canción “Freaks” es como una actualización de “Kid” pero donde hace una exhortación muy parecida a las primeras frases de Teoría King Kong de la escritora lesbofeminista Virginies Despentes. “A todos los raros (oh) los extraños (oh) los bastardos/ A todos los monstruos, los que molestan, los que son dejados de lado/A todos los parias (oh) los excluidos (oh) sin respeto/”, dice el estribillo de “Freaks”. Este segundo disco, que este mes se convirtió en álbum de oro en Francia, lo encontró más activo que nunca en las redes sociales –sus vivos de Instagram fueron una cita obligada de cuarentena– y con la lucidez intacta. Desde que se convirtió en una figura pública han intentado fijarlo en definiciones, convertirlo en emblema o portavoz. Hace dos meses, luego de dar un concierto solo con un piano en una iglesia parisina, en lo que fue su vuelta a los escenarios después de un año y medio, sufrió un ataque homofóbico virulento en redes por parte de católicos que vieron una ofensa en su presentación. Él salió a contestar firme los ataques en un contexto de avances de la ultraderecha y discursos de odio en todo el mundo. Es consciente del rol que le toca aunque, una vez más, evita quedarse anquilosado en una categoría: sabe de las trampas identitarias. “Creo que no somos solo una cosa: no somos una generación, ni una sexualidad, ni una clase social, ni rapero o melódico. Somos muchas cosas todo el tiempo y lo que yo hago es contar desde un punto de vista, nada más que eso”.