“Son como gusanos. ¿Qué tipo de gusanos? Como gusanos, en todas partes. El chico es el que habla. Yo soy la que pregunta. ¿Gusanos en el cuerpo? Sí, en el cuerpo. ¿Gusanos de tierra? No, otro tipo de gusanos. Está oscuro y no puedo ver. Las sábanas son ásperas, se pliegan debajo de mi cuerpo. No me puedo mover, digo”, así empieza la novela Distancia de rescate que Samanta Schweblin escribió en 2014. Y esta semana se estrenó en Netflix la película que lleva el mismo nombre, dirigida por la cineasta peruana Claudia Llosa.
Amanda (interpretada por María Valverde) y su hija Nina (Guillermina Sorribes Liotta), de unos 4 o 5 años, llegan a un pueblo rural y alquilan una hermosa casa con jardín y pileta para pasar unos días. Esperan al marido de Amanda y padre de Nina, Marco (Guillermo Pfening), que llegará pronto. Carola, protagonizada por Dolores Fonzi, es una vecina que aparece en la casa cargando unos baldes con agua potable. “Las vi llegar y les traje agua porque la de acá no se puede tomar”, dice Carola con una sonrisa.
Desde ese momento Amanda se siente profundamente atraída por Carola y comienza una relación entre ellas en la que se combina la fascinación, con el miedo y el rechazo. “David era un sol”, le cuenta Carola a Amanda mientras el cigarrillo que tiene entre los dedos se va consumiendo y se cae en el asiento del auto. Y todo lo que viene después es contado en la película siguiendo fielmente la trama de la novela. “Mi madre siempre lo decía, tarde o temprano algo malo va a suceder y cuando pase quiero estar cerca”, piensa el personaje de Amanda sosteniendo una tensión invisible que se mantiene durante la hora y 33 minutos que dura la película.
¿Quién no ha medido la distancia de rescate que la separa de su hijo? ¿Quién no ha llegado a socorrerlo viendo cómo se iba cayendo desde algún banco o mesa cuando era muy pequeño? ¿O evitar que se deslice de una hamaca o se golpee andando en bicicleta? Es tan difícil calcular esa distancia, como lo es después tolerar la culpa de no haber llegado a tiempo. De estos temas trata la película aunque también pone sobre las escenas los daños irreversibles de la contaminación socioambiental que el extractivismo produce sobre las comunidades y los cuerpos, grandes y pequeños. “Lo que muestra es la injusticia ambiental que tiene que ver con la injusticia social y cómo los pueblos pequeños son arrasados con mayor impunidad. Esta comunidad del fin del mundo, está intoxicada y envenenada”, dice en diálogo con Las12, Dolores Fonzi, que encarna en la película a la madre de David (Emilio Voldanovich).
En la película, como en la novela, es la voz en off de David la que guía el relato y la que, por momentos, nos eriza la piel porque el terror acecha ahí donde menos nos lo esperamos: en los detalles imperceptibles de la vida cotidiana. “Si te cuento”, dice Carola, “no vas a querer que Nina juegue con él”.
“Esta es una de las mejores películas que hice porque el personaje, la dirección, los actores, la actriz con la que me tocó trabajar, la escritora de la adaptación de la novela, todo el conjunto de cosas además de la factura final, las imágenes, lo cinematográfica que es, los planos, todo me parece de muy alto nivel”, dice Dolores Fonzi sobre el largometraje que se estrenó en los cines el 10 de octubre, tuvo su paso estelar por el Festival de San Sebastián y puede verse en Netflix desde esta semana.
La película, que se filmó en las localidades chilenas de Pucón y Puerto Varas, pone en escena también la dificultad de maternar y trabajar fuera de la casa en este mundo todavía machista y patriarcal. En la historia, los varones (el marido de Carola es Omar, interpretado por Germán Palacios) parecen estar por afuera de las responsabilidades de la crianza, y las decisiones, en algunas escenas de vida o muerte, recaen sobre las espaldas y las emociones de las protagonistas. Parece ser que la distancia por recorrer para que las crianzas y los cuidados de los cuerpos y de los territorios sean de interés de todos, es todavía, muy larga.