“¿Ilustrador, dibujante o diseñador?”
La pausa que impone Cristian Turdera puede describirse: es afable como la atmósfera que predomina en su amplio estudio ubicado en el barrio de Parque Patricios; es cautelosa como el orden que impera sobre la larga mesa de trabajo –donde suelen sentarse colegas y alumnos–; y es meditada como el lugar que ocupan en las bibliotecas laterales los 50 libros que lleva ilustrados, dibujados y diseñados tanto para el mercado argentino como el europeo y el asiático.
Turdera sabe que la pregunta no es inocente porque su obra, desde hace varios años, va y viene entre las posibilidades del universo digital y el viejo truco del lápiz y el papel; entre la exploración consciente de las formas y “la incertidumbre” de crear sin restricciones. Como ejemplo de esa oscilación creativa se pueden ver, dispersos por el estudio, varios objetos y piezas de juego que Turdera imaginó para diversas empresas y marcas: una caja de música sobre “La Reina Batata” en homenaje a María Elena Walsh; un libro de goma impreso en serigrafía para leer bajo el agua; varios rompecabezas de madera; mazos de cartas; latas de pan dulce ilustrados; cajas de juegos de Ruibal; tatuajes removibles; sets de stickers; packagings de CDs de música y muchos personajes armados con partes de otros objetos.
Su pausa, antes de ofrecer una respuesta, no es de duda sino más bien de preocupación. Porque Turdera es, ante todo, un artista preocupado por los lenguajes del arte: “En mi trabajo diario me funciona más pensar en lenguaje que en estilo, no me siento cómodo repitiendo fórmulas. El lenguaje juega un rol diferente en cada proyecto: muchas veces lo busco en relación a un formato y eso es muy de diseñador; muchas veces lo pienso con un determinado grado de sensibilidad y eso es muy de dibujante; otras veces lo ubico subordinado a la historia que quiero contar, y eso es muy de ilustrador. Al menos del diseñador, del dibujante o del ilustrador-artista que me gustaría ser”.
Su preocupación por traducir los misterios del lenguaje gráfico está ligada, claro, a una constante investigación acerca de los modos de reproducción técnica, es decir, de edición. De hecho en un extremo de su mesa de trabajo hay una caja donde reúne ediciones ilustradas de pequeños formatos, de gran calidad y de bajo presupuesto de colegas. Para poder hallar una respuesta a su reiterada pregunta ¿qué es un libro? Turdera ha sumado experiencias desde que terminó la carrera de Diseño Gráfico: integró el Foro de ilustradores, asistió al taller del gran Elenio Pico, se desempeñó como coordinador y diseñador de arte durante cinco años en el sello Pequeño Editor, y publicó en los más diversos sellos nacionales y extranjeros. “Un libro depende de la mirada”.
Poco antes del suplicio pandémico, Turdera encaró dos propuestas de libros que fueron creciendo en silencio mientras continuaba con sus trabajos como ilustrador infantil, daba conferencias dentro y fuera del país, impartía clases como docente en la Cátedra Roldán de la FADU dentro de la Carrera de Diseño (UBA), y mientras se agrandaba ese gran libro, iniciado en 2013 en Twitter, conocido como El topo ilustrado, en donde los dibujos de Turdera (uno por día) dialogan, discuten y amplifican los textos -de no más de 140 caracteres- del filósofo Tobias Schleider. El topo ya tiene 70 mil seguidores, tres ediciones y en breve se sumará un cuarto tomo.
Los dos libros en cuestión son: El alumno nuevo (con texto de Pablo de Santis) editado por el sello Calibroscopio y ¿Cuántas palabras caben en un dibujo?, gran desafío de la editorial Salta El Pez por la complejidad de la edición.
El alumno nuevo se inscribe dentro del universo de la ilustración juvenil digital donde Turdera vuelve, una vez a más, a dar muestras de ser un gran imaginador de escenarios y un hábil constructor de atmósferas, capaz de dominar el fuego artificioso del diseño para iluminar siempre lo que es realmente esencial, es decir, los detalles. “Trabajé con una noción de los vectores casi enfermiza. No uso layer, y todo está dibujado con el mouse. Si acá hay manchas, esas manchas están muy pensadas, todo en este libro está milimétricamente calculado, todo es muy mental”.
Mientras De Santis activa su siempre novedosa maquinaria narrativa –la historia de un niño que todo lo sabe menos esa sana costumbre humana llamada error–, Turdera inteligentemente lleva el artificio y se centra, con el apoyo de una paleta de colores asordinados, en la construcción de silencios tan presentes entre la infancia y las aulas. “Este libro lo trabajé con un tiempo muy holgado, es algo muy raro que yo me tome tanto tiempo para hacer un libro, me llevó alrededor de un año y medio o dos años, por supuesto entre otras cosas. Y aunque no lo creas lo fui haciendo en paralelo con ¿Cuántas palabras… Digo aunque no lo creas porque en apariencia son libros muy distintos”.
La aparente diferencia es, en principio, notoria: ¿Cuántas palabras caben en un dibujo? – primer libro de Turdera como autor integral– no está editado con los procedimientos tradicionales de las ediciones comerciales, es una publicación deliberadamente artesanal, es decir, cada ejemplar está teñido de una intimidad con el editor (los editores de Salta El Pez) que arman y cosen cada ejemplar a mano. Esas cinco prolijas costuras visibles en el lomo y entre los intersticios de las 92 páginas, dan el marco necesario para que el lector descubra que este objeto encierra también miradas distintas sobre lo que puede ser un libro y sus posibilidades. Un marco ideal para desatar la zoología propia del dibujo libre: pájaros y gusanos parecidos a los reales pero que sólo habitan en la mancha, rostros de seres extraños que llegan a las páginas con asombro de collages, cruzados por esa nostalgia del trazo de infancia. Un libro lleno de ilustraciones, pop-ups y desplegables que dan cuenta de un autor liberado de las ataduras de la comunicación, desligado del hilo narrativo de un texto ajeno y distante de la pulcritud del diseño. Un libro que encierra el sonido de un instante: cuando la mancha le pregunta al dibujo ¿qué es?
“Siento que este libro lo vengo haciendo desde hace mucho tiempo, en él desemboca la conclusión del trabajo de muchos años que no necesariamente fue pensado como libro, hablo de un camino que me llevó hasta acá”, y Turdera entonces cuenta los kilómetros de dibujos, de experimentación con materiales y de horas frente al tablero. Narra cómo se fue amigando con la mancha (“soy muy ansioso, desprolijo, y lo digital me situó en un lugar de pulcritud”); cómo volvió al disfrute de dibujar por dibujar; cómo se impuso un desafío (“si uno dibuja uno cosa ocurre algo, pero si uno dibuja cien de esa cosa necesariamente pasan cosas, no hay forma de que no pase nada cuando se multiplica la producción”) que desencadenó en una serie de personajes que luego provocaron la escritura por parte de Tobias Schleider de los "100 Limericks" (poemas en joda de raíz irlandesa) dentro del proyecto de El topo ilustrado. También se refirió a cómo esa experiencia estuvo presente en la intervención que hizo, junto a Christian Montenegro, en los baños del Centro Cultural Recoleta (creación sobre vinilos), y cómo todo eso decantó en la muestra de pinturas y objetos, organizada por Elenio Pico en Buenos Aires en la galería Viñetas Sueltas. “Como el espacio era grande intenté hacer dibujos grandes, pero no me salía. Entonces volví a los dibujos chicos, a lo hecho con los limericks y ocurrieron cosas, esos pequeños dibujos, esos pequeños gestos, cobraron vida y altura. Las manchas de los pasteles y crayones sobre el papel y aquellos personajes, empezaron a funcionar y a trabajar todos en una misma secuencia. Así nació un mural que colgué en esa muestra y abría y cerraba con un signo de pregunta. De todos esos momentos, de todos esos trabajos está hecho este libro”.
Tiempo después, la editora Rosario Salinas, al ver los dibujos de aquella muestra desplegados en el estudio de Turdera le propuso armar un libro, comprobando así, una vez más, que en el arte los caminos recorridos a pesar de las diversas y riesgosas bifurcaciones, siempre quedan trazados en la memoria.
“Esto es el resultado de una investigación constante. Por momentos adopto un lenguaje, y luego otro, para cada uno de ellos utilizo diferentes herramientas. A mí me gustan todas, pero el lenguaje para cada uno de los proyectos debe ser necesariamente diferente. Ahora cuando se avanza en ese camino y podés volver a mirar lo que hiciste, evidentemente se demuestra que hay algo que liga a todos esos mundos. No hay pérdida en ese punto, sino construcción, en el sentido de poder abordar diferentes lenguajes sin perder identidad. Ese es mi norte. Porque muchas veces entendemos la construcción de un estilo como la búsqueda de una identidad en el campo del diseño, de la ilustración o del dibujo, pero la identidad no es algo que se obtenga, nos es dada con nuestra existencia, como un conjunto de rasgos o características que nos diferencian de otro. Nuestra identidad es inevitable y se desarrolla con la ayuda de nuestra consciencia o sin ella, entonces, ¿para que ir a buscar algo que ya tenemos? Eso que se pretende como estilo, muchas veces es el deseo de ser inequívocamente reconocidos a través de una imagen, a mí me gusta pensar que eso puede suceder a partir de la acumulación de muchas líneas de investigación diferentes a lo largo del tiempo, poniendo en evidencia el compromiso a través de ese hilo conductor que son nuestras ideas, nuestras obsesiones, nuestros intereses, toda la historia de nuestra mirada y nuestro propio cuerpo como herramienta”.
Entonces, ¿cuántas palabras caben en un dibujo?
Y Turdera, el ilustrador, el diseñador y el dibujante, despliega en silencio las páginas de su trabajo acaso como respondiendo que todo dibujo guarda las palabras y las imágenes de la memoria, y que la memoria es, también, una de los tantos materiales con que se sueñan los libros.