En su propio lenguaje, altamente comprimido, los emojis, están tratando de decirnos algo. Puede que sea sobre la gestión de los afectos, del trabajo, de las aspiraciones. O incluso sobre los destinos del capitalismo. Para algunos especialistas en lenguaje digital, los emojies son una suerte de “lubricante social” que lima las asperezas de lo cotidiano: suavizan alguna frase que a secas podría parecer hosca, filtran humor y son también un buen atajo para descontracturar espacios que de otro modo serían monocromáticos.
¿Qué intentan decirnos entonces, entre píxeles, estos nuevos signos de nuestro tiempo cuando se presentan como más diversos? ¿Son estos esfuerzos para hacerlos más “inclusivos” -sin especificar de a quiénes se busca incluir en dónde- invitaciones a usos más amorosos de la comunicación digital? ¿O un intento de ampliar el catálogo de sensaciones? La imagen de un varón embarazado y la de una persona embarazada, sin “marcas de género”, que se sumaron en los últimos días a los emojis disponibles en las redes y dispositivos, despiertan este tipo de preguntas.
Mucho menos locales que los stickers, donde brillan en forma de memes los personajes de la farándula y la política argentina, los emojis tienen una pretensión universal. A pesar de su potencia creativa, el diseño y puesta en circulación de los emojis está más que regulada. Se encarga de eso el Unicode Consortium, un organismo integrado por empresas como Apple, IBM o Microsoft, que establece un estándar de codificación de caracteres que permite que determinados emojis sean compatibles con diferentes dispositivos y sistemas operativos. Que al fin y al cabo funciona como una RAE de los emoticones. Para dar cuenta de esto, la teórica norteamericana Laura Marks usa una expresión que se podría traducir como “infinito engañoso”, o directamente “trucho”, para describir el fenómeno en el que la tecnología parece no tener límites -en cuanto a la creatividad, por ejemplo- pero en verdad produce una especie de cuadrícula de sensaciones, ideas, etc. Y la que tal vez sea la peor advertencia de Marks es que si un sentimiento se puede resumir en un símbolo, entonces, también se puede rastrear y cuantificar. Hace años que sabemos que muchas plataformas y empresas de big data analizan emojis como nuevas fuentes de información sobre las emociones y los deseos de lxs usuarixs.
La camada de emojis a estrenar, presentados en los últimos días: el de las mano -de distintos colores- entrelazadas en forma de corazón-, el de una persona con corona –ni rey, ni reina, sino una apuesta por deconstruir la realeza-, el de un hombre embarazado -para representar varones trans- y el de una persona embarazada -pensado para las identidades no binarias- se inscribe en una declaración de buenas intenciones por parte de las entidades que los regulan. La idea es, a la larga, ofrecer versiones masculinas, femeninas y supuestamente neutrales de todos los emojis existentes, así como una paleta de tonos de piel.
Pero, ¿los emojis siempre tuvieron género? Entre los japoneses de finales de los 90, considerados “los emojis originales”, había sólo unos pocos ejemplares humanos. Todos eran mucho más abstractos y abiertos a la interpretación que los que conocemos hoy. Desde entonces, las preguntas en clave de género -y ni que hablar, las relacionadas con el racismo- que los emojis plantean, sólo abren nuevas preguntas: ¿Qué hábitos de la vida diaria promueven las uñas pintadas y las copas de Martini? ¿Qué comportamientos estandarizan?
Desde una vereda un poco menos apocalíptica, hay muchxs otrxs estudiosxs que ven en los emojis una herramienta para sintetizar sensaciones e ideas que a veces no somos capaces de expresar por completo con palabras.
En la imposibilidad de que haya una correspondencia uno a uno -un signo para cada cosa, un signo para cada idea-, dicen estas otras voces, habita la potencia disruptiva del mensaje, y en esos desajustes hay lugar para las nuevas interpretaciones, las fugas. Y además, uso mata estandarización, dicen. No hay forma de impedir que a manos de cada usuarix los dibujitos cobren nuevos significados. Bienvenidos sean entonces los que sirvan para ilustrar lo que todavía no terminamos de pensar por otros medios.