Por algún motivo, que seguramente tiene que ver con la pandemia o qué sé yo, temas de la estrategia de marketing de la editorial, la última novela de Chuck Palahniuk, El Día del ajuste, no se distribuye en papel, sino solamente en soporte digital. Seguramente para los fanáticos del escritor eso no va a ser un límite para leerla. Los lectores somos capaces de encontrar la forma de leer a nuestros autores favoritos, del modo que sea. Y esta no será excepción.

Dicho esto, la novela tampoco es ajena a estos nuevos modos en los que estamos mirando el mundo gracias a esta combinación tan definitoria de nuestro siglo que reúne tecnología digital, terror epidemiológico y estados fascistas de excepción (dirían Benjamin y otros).

En ella el autor discurre sobre eso que mejor le sale: el mundo distópico de las cosas que están por pasar en los próximos días. El Día del ajuste (Penguin Random House), en muchos sentidos no es más que una extensión imaginativa de cómo sería si el mundo de las redes sociales, que nos preocupamos seriamente en mantener cerradas en su red, se derramaran sobre la vida social y sobre la distribución (o la repartija) social de nuestros cuerpos. Seguramente alguien dirá, eso ya ocurre y, si bien es verdad en muchos sentidos, esta novela nos presenta una posibilidad que nos hace repensar nuestro presente como si nos dijera: bueno, todavía no estamos en lo peor de la pesadilla. Quedan espacios por colonizar y acá vienen.

EL DIA DE LAS BESTIAS RUBIAS

El Día del Ajuste mentado en el título, no es más que la revolución (una redistribución de valores) pensada desde el presente hacia el futuro y no en el sentido inverso, que es el que solemos aplicar a la idea de revolución (la francesa, la industrial, la de Mayo …)

En ese futuro próximo, nos vaticina Palahniuk, el Estado de Estados Unidos, la única fuente de inspiración democrática que nos queda, se dividirá en tres Estados-Naciones, no muy diferentes a los que nos explica Hanna Arendt en su Orígenes del totalitarismo: Caucasia, que concentra a todas las bestias rubias radicalizadas estilo Trump; Negrotopía, que reúne a la disidencia racial más revolucionaria y Gaysia, la de las locas, lesbianas, drag, etc…

Hace un tiempo existió un cura argentino (u obispo, o qué sé yo, su lugar en la jerarquía eclesiástica no importa, porque preguntarse por las jerarquías en la iglesia es como preguntarse por quién es la máquina y quién el vagón en el trencito del carnaval carioca). Lo cierto es que a ese cura un día se le ocurrió poner sus fantasías nocturnas como parte del sermón del día y explicó que a los gays había que mandarlos todos a vivir aislados en la Isla Martín García. ¡Qué flash!, dirán las perversonas (acá yo tendría que poner el emoji de la carita que se sonroja, pongámosle). Palahniuk nos cumple ese sueño/ pesadilla y lo hace parte de la realidad de su novela.

Como es una novela de tesis, (en el estilo que podríamos pensar Robinson Crusoe, o Fahrenheit 451, todas las novelas de Houellebec, o El Club de la Pelea, del mismo autor) inmediatamente lanzada la premisa se dispara la imaginación filosófica de los lectores. Y como sucede muchas veces en la novela de tesis, es muy difícil para el autor estar a la altura de semejante imaginación. Y en esta también pasa, el mundo que se plantea es mucho más sugerente que lo que pasa en él. Una vez planteado el universo de los personajes, lo que les ocurre a esos personajes no es muy encantador.

CUESTION DE AJUSTE

Ellos viven en alguna de esas tres naciones (la de los blancos, la de los afrodescendientes y la de los queer) y sus conflictos, obviamente, tienen que ver con el franqueamiento de esa frontera. Los nuevos estados no son muy disímiles de los estados denuncialistas, obedientes, segregacionistas y “sensibles a las emociones” del presente, como si al autor le resultara difícil pensar una locura que supere nuestro “way of living”: son Estados donde el pueblo es recompensado por denunciar a los desobedientes, a los extranjeros, etc… y los vínculos entre esos estados suponen una especie de guerra de baja intensidad.

Pero lo que sí es interesante es aquello que la novela tiene de “diagnóstico” de este presente. El mundo distópico de El Día del Ajuste, incluye una “Biblia o Constitución” redactada por un tal Talbot (el líder, mesías, administrador), cuyas leyes, máximas y evaluaciones de la condición humana van escandiendo la novela como si habláramos de una “teoría social” que les dio origen. Y esas “máximas o leyes de Talbot” son divertidas, notables o muy interesantes para reflexionar. Por ejemplo: Las mayorías siempre tienen una actitud paternalista (cuidado o castigo) hacia las minorías (los negros o los gays) que se comportan cormo niños traviesos (buena conducta o disturbios). O ésta, que trata de explicar el universo condescendiente de “likes” en las redes: “Los halagos son adictivos. Convence a otros de que son especiales. Asegúrales que tienen talento. Conviértete en productor de la autoestima ajena. Eso los vinculará a ti y les impedirá que desarrollen sus talentos y demuestren su potencial verdadero.”. O esta que los va a dejar a los lectores pensando un rato: “Los cuerpos queer siempre han sido las tropas de choque de la civilización occidental… Malcolm X era un chapero bisexual, James Baldwin, el movimiento feminista y su Noche de los Cuchillos Largos habían expulsado al contingente lésbico fundador a fin de que el movimiento resultara más atractivo para las mamás de clase media. … a Hitler cuando iba al instituto le gustaba Ludwig Wittgenstein y eso había puesto en marcha la Segunda Guerra Mundial y la famosa Solución Final”. En fin, la novela está poblada de consignas escandalosas de este tipo. Hay que decirlo, el escándalo es un tono que Palahniuk sabe llevar adelante en sus libros, y prácticamente se alimenta de ellos.

Pero también tiene algunos segmentos que podrían usarse como parte de un manual de autoayuda para los vínculos del presente. Por ejemplo: “El principal impulso humano es dominar y evitar ser dominado… Cualquiera que niegue este hecho simplemente está intentando dominarte.”

LA PROVOCACION

Y ni qué decir del modo en el que algunos libros de literatura son leídos en la clave de los nuevos Estados- Nación. En esos estados facho-religiosos (para mostrar lo paradójico de las distopías, contra Fahrenheit 451) está prohibido no leer, esto no hizo que sus ciudadanos devengan “ilustrados”, claro. De modo que todos los personajes están leyendo todo el tiempo y se preguntan sobre la literatura y su historia: “En las obras maestras de Stephen King, explicó, en libros como El resplandor, La danza de la muerte y La milla verde, King casi había convencido a los blancos de los magníficos y asombrosos poderes que los negros mantenían ocultos…” O una hipótesis básica sobre toda la literatura norteamericana: Según un personaje, en la literatura de lo que era Estados Unidos, sólo había tres personajes y tres destinos: débiles que se suicidaban, valientes que se sacrificaban y testigos que narraban (obviamente el lector es desafiado a hacer su propia lista y hay que decir que es muy plausible…).

En cierta parte de la novela se plantea que los conflictos sociales que terminaron en el Día del Ajuste, comenzaron con las utopías que se hicieron populares alrededor de los años 60.

Como es una novela “social” para poner personajes “típicos” se arma una novela coral llena de personajes que no importan y son de difícil identificación (Palahniuk, claramente, ahora piensa en la serie y sus temporadas, ya superó la etapa de la película) pero eso mismo lo hace caer en algunos lugares comunes. Por ejemplo, en la sociedad de Negrotopia, los habitantes están desesperados por el acceso a la tecnología (que se parece al conflicto de Black Panther de Marvel y su puerilidad). Si no aparece esa misma desesperación en latinoamericanos traficantes es porque fueron expulsados de la sociedad y devueltos a México.

Si tiene un valor, El día del Ajuste, es que no trata de coincidir con sus lectores, sino provocarlos a la meditación. No es para cultores de los políticamente correcto, ni para almas sensibles que prefieren armonizar para quedarse tranquilos. Palahniuk se deshizo de esos lectores desde la primera novela, El club de la pelea. Y acá, hasta se permite repensar las ventajas del amenazado lenguaje inclusivo haciéndonos pensar: si el lenguaje siempre es el lenguaje del que manda, ¿el lenguaje inclusivo nos hace hablar el lenguaje de nuestros amos que está agazapado en nuestra conciencia sin dejarse ver? Y ahí viene una respuesta posible: “Y no contestes en otra lengua que no sea la Elocución Blanca oficial de Caucasia!” ¡Pero que “el infierno son los otros” también lo había dicho Sartre en 1947!