Continúan los festejos por el centenario del Teatro Nacional Cervantes, y en ese marco este viernes tendrá lugar el estreno de la pieza La comedia es peligrosa, escrita por Gonzalo Demaría y dirigida por Ciro Zorzoli, que se presentará de miércoles a domingos a las 20 en la sala María Guerrero del emblemático edificio (Libertad 815).
Pensada como una comedia de enredos, y escrita en verso -ya a esta altura una marca registrada de Demaría- la historia transcurre en la capital del Virreinato del Río de la Plata en 1783, año simbólico para las artes escénicas dado que en aquel momento se montó en Buenos Aires su primer teatro estable: La Ranchería. Evocando aquella hazaña, el autor creó una trama desopilante en la que un grupo de comediantes luchan por la construcción de su propio teatro, un deseo que los enfrenta al poder de los cabildantes y del obispo y los lleva a armar todo tipo de estrategias para convencer al mismo virrey.
“La celebración del Teatro Cervantes es la celebración de los teatros”, asegura Demaría quien define a su nueva obra como un “vodevil virreinal”. “La tradición histórica indica que el primer edificio teatral estable de nuestro país fue el Teatro de la Ranchería. Y celebrar el Cervantes nos remitió muy naturalmente a ese hecho que ocurrió bajo el virreinato de Vértiz, quien fue el único virrey criollo y apoyó la creación de ese teatro”, comenta el dramaturgo.
Demaría se unió al proyecto convocado por el reconocido director Ciro Zorzoli, con quien ya había compartido en el Cervantes Tarascones. En esta ocasión los une la especial tarea de homenajear al mítico teatro nacional que se inauguró el 5 de septiembre de 1921, y cuya construcción fue impulsada por la actriz española María Guerrero y su esposo Fernando Díaz de Mendoza.
La puesta cuenta con un elenco nutrido compuesto por Horacio Acosta, Facundo Aquinos, Paola Barrientos, Julián Cabrera, Julián Cardozo, Roberto Castro, Gaby Ferrero, Andrés Granier, Milva Leonardi, Javier Lorenzo, Martín Lups, Sergio Mayorquin, Mariano Mazzei, Iván Moschner, Pablo Palavecino y Julián Rodríguez Rona. “La intención era que fuera una obra grande, celebratoria y que pudiese hacer gira por el país”, cuenta Zorzoli acerca del proyecto que, luego de sus funciones en Buenos Aires, hará temporada de verano en el Auditorium de Mar del Plata. “Esta fue la primera vez que ensayaba una obra desde que empezó la pandemia, porque en marzo del año pasado me guardé y no hice nada de actividad teatral. Y volver fue emocionante”.
-¿Cómo surgió este proyecto?
Ciro Zorzoli: -Me llamaron desde el Cervantes para hacer una pieza especial para el centenario. Y ahí pensé que nuestro teatro nacional es un teatro del barroco español que fue construido por la voluntad de un matrimonio de actores españoles, y ese encuentro entre lo español y lo nacional me pareció interesante para poner en escena. Y llamé a Gonzalo porque imaginé que podía interesarle.
-La obra recupera algo de esa épica de los artistas que hacen hasta lo imposible para poder tener un lugar donde actuar, como hizo Guerrero. Es una historia que bien podría ocurrir hoy.
C. Z.: -Sí. A mí me resulta difícil dimensionar las razones que llevaron a que un grupo de personas lograran que desde España se autorizara el envío de materiales para construir el edificio del Cervantes. María Guerrero capitaneó la construcción, y uno se pregunta qué motivó eso. Creo que tuvo que ver con una fuerza de voluntad, la misma de quienes hoy sostienen una sala independiente. No hay dudas de que el deseo de encontrarse para generar un hecho poético es muy poderoso y trasciende cualquier época.
Gonzalo Demaría: -La construcción de un teatro es el sueño de un pueblo. Guerrero sola no lo podría haber hecho. Había condiciones dadas, porque cuando el Cervantes se inauguró en 1921 eran años en los que había un auge migratorio y una voracidad por el teatro muy importante. La voluntad de un pueblo hace posible una locura como la del Cervantes. Y ahí se explica la magia de ese lugar: condensa el deseo de una nación.
-En La comedia es peligrosa volvés a recurrir a la escritura en verso. ¿Qué te atrae de ese formato?
G. D.: -El artificio, porque la escritura en verso es una escritura antinatural, de orfebrería. A mí me gusta la música y los versos tienen música. En mi producción hay más obras en prosa, pero de un tiempo a esta parte fui experimentando con obras en verso porque me dan la posibilidad de investigar en el lenguaje y en la música, dado que hay un ritmo y hay fonemas, y eso hace que el teatro conserve su condición de ritual, algo que se perdió con la pandemia y el streaming. Lo que demuestra la vuelta del teatro presencial es la necesidad del ritual, y la exploración del lenguaje en formas que no son el habla naturalista otorga una dimensión ritual al texto.
-¿Qué significa para ustedes que esta obra se enmarque en el centenario del Cervantes?
C. Z.: -Uno a veces en la práctica teatral tiende a pensarse en términos particulares y pierde noción de que está inscripto en un hacer que ya viene de antes y se seguirá haciendo. Y estar en el Cervantes justamente me hace percibir esa corriente de la que uno forma parte, al igual que lo han hecho los actores y actrices que han pisado ese escenario, y me lleva a pensarme en un sentido más colectivo.
G. D.: -Es un honor. Mi recuerdo consciente más antiguo como espectador es en el Cervantes. Mi viejo, que era abogado y no tenía nada que ver con las artes, me llevó y me habló de la importancia que tenía. Fuimos a ver a Eva Franco, que se despedía de la actuación e interpretaba Las de Barranco, el clásico de Laferrère. Y por eso, enlazando con lo que dice Ciro, siento que hoy me toca estar como autor en el escenario en el que vi a Franco desde un palco, y eso significa mucho para mí.
-¿Cómo atravesaron la pandemia y sus efectos en las artes escénicas?
G. D.: -Tuve fantasías apocalípticas, y llegué a pensar que, ante la imposibilidad de abrir las salas, surgiría una época de teatro clandestino. Imaginaba que iba a haber un grupo de resistencia que fuera a buscar la experiencia teatral en un sótano, al que accedería a través de una clave, como en la Ley Seca.
C. Z.:
-Fueron meses de mucho
descubrimiento y reflexión. La situación pandémica me asustó, y cuando
empezamos los ensayos me di cuenta de lo que significaba encontrarse con otros.
Desde antes de la pandemia noté que ya estaba todo dado para que la gente se
quedara cada vez más en casa. Y con el aislamiento temí caer en la idea de
que uno puede prescindir de estar con otros, y me preocupaba de qué
manera iba a volver el público a las salas. Pero ahora veo que tanto artistas como espectadores priorizamos las ganas de estar juntos. Porque lo
que naturalizábamos, como vernos en persona, durante mucho tiempo dejó de ser
posible, y esa falta hizo que hoy valoremos más el encuentro.