Mal que les pese a los anti godardianos (que los hay, los hay), no han sido muchos los cineastas que se hayan propuesto, mucho menos logrado, llevar a cabo el ambicioso proyecto de dinamitar y reinventar el cine. El sendero que va de Sin aliento (1960) a Week End (1967), antes de la invasión maoísta de la mente, el cuerpo y el fotograma, es un circuito serpenteante de creación ilimitada que, visto en su conjunto y a la distancia, puede delinearse sin esfuerzo como paradigma de modernidad cinematográfica. El reestreno en salas de cine y en copias restauradas del cuarto largometraje de Jean-Luc Godard, Vivir su vida –lanzado comercialmente en Francia el 19 de septiembre de 1962, luego de exhibirse en el Festival de Venecia unas semanas antes– permite acercarse a una de las películas más perfectas y bellas en toda la filmografía del cineasta franco-suizo. Y una de las más influyentes, cuyos brazos creativos llegan sin esfuerzo hasta la actualidad, tanto en sus intrincadas elaboraciones formales como en los aspectos más pop. Finalmente, la excusa narrativa de Vivre sa vie: Film en douze tableaux (el título completo señala doce “cuadros”, en su doble definición teatral y pictórica), es la más triste y trágica en el canon del realizador; la historia de una caída en desgracia, o un martirologio en pleno derecho, que refleja inquietudes sociales, filosóficas y artísticas con inteligencia y creatividad, presentes en cada uno de los planos y cortes de sus 83 minutos.

Cuando Jean-Luc conoció a Anna Karina, la joven danesa de 18 años casi no hablaba francés y no quiso saber nada con interpretar un breve papel en Sin aliento, para el cual debía desnudarse parcialmente. Un año más tarde, el niño más terrible de la Nueva Ola Francesa insistió, esta vez con la propuesta de un rol central y con la ropa bien puesta. El soldadito, el segundo largometraje de JLG filmado en Ginebra en 1961, sería censurado por sus elementos políticos ligados a la situación en Argelia y estrenado recién dos años más tarde, pero la relación profesional, creativa y personal de la dupla ya estaba encaminada. Luego de la explosión de música y colores en pantalla ancha de Una mujer es una mujer (1961), el regreso al blanco y negro y al formato 1.37 adoptó inevitablemente otras formas. Godard, el gran camaleón. Mientras tanto, en la vida real, JLG y AK se convertían legalmente y de facto en un matrimonio. El origen oficial, la excusa para la escritura del “guion” de Vivir su vida (las comillas no son casuales: escritura de guion en el Godard de los 60 es casi un oxímoron), es el libro La prostitution, del juez parisino Marcel Sacotte, un ensayo con algo de estudio sociológico y bastante de morbo publicado en 1959, del cual el realizador tomó algunas líneas textuales para complementar en la pista sonora los segmentos más “documentales” del relato (el exceso de comillas es indispensable para hablar de un film repleto de citas, textos y meta-textos).

Anna Karina es Nana, una joven de 22 años, empleada de una disquería céntrica y aspirante a actriz con problemas de dinero, que un día –por necesidad, por facilidad, por entorno- comienza a prostituirse en las calles de París. El primero de los doce tableaux la presenta junto a un exnovio –interpretado por el futuro documentalista André S. Labarthe– en una típica charla de bar. ¿Típica? Más bien todo lo contrario. En Vivir su vida Godard intenta las mil un formas de filmar conversaciones, dejando de lado el estandarizado plano-contraplano, comenzando por una serie de encuadres que toman exclusivamente las espaldas y nucas de los personajes. En un momento, Nana repite cuatro veces cierta pregunta, con diferentes entonaciones y vehemencias, poniendo en primer plano el concepto de representación, de actriz/personaje como duplicidad inseparable. A partir de allí, Karina será Nana y Nana será Karina. JLG declaró alguna vez que todo largometraje de ficción es un documental sobre los actores. Esa idea nunca será tan transparente como en Vivre sa vie, y un par de penetrantes miradas a cámara o la espera ante un inaudible pero evidente grito de “acción” no hacen más que confirmarlo.

Con fondo musical compuesto por Michel Legrand, la secuencia de títulos presenta al personaje y a la actriz en tres planos consecutivos, de perfil derecho, izquierdo y de frente. Vivir su vida es un retrato y el film lo deja en claro desde el minuto uno. Retrato policial (más tarde será detenida y esas tres posiciones lo anticipan), retrato sacrificial (Falconetti es su espejo en la pantalla, cuando Nana asiste a una proyección de La pasión de Juana de Arco de Dreyer), retrato artístico (sobre el final se escucha la voz de Godard leyendo fragmentos de El retrato oval, de Edgar Alan Poe, en la famosa traducción de Baudelaire), retrato de una profesión (el film dedica una multitud de planos a la rutina de las putas en pequeños cuartos de hotel), retrato de un vínculo creativo y sentimental (Godard y Karina). Las capas de sentido son tantas y tan diversas que una única visión del film es siempre insuficiente, aunque no hay nada “difícil” en el film, uno de los más amables para con el espectador en toda la obra del director de La chinoise y Pierrot el loco. Luego, las influencias, que van de Bresson a Antonioni y de Sartre a Brecht, en una obra preocupada por los conceptos de libertad, responsabilidad individual y la práctica del lenguaje como llave y, paradójicamente, cárcel.

Entrevistado por la extinta revista Combat en ocasión del estreno, Godard declaró que “básicamente, me gustaría revelar eso que la filosofía moderna llama existencia como lo contrario a esencia. Gracias al cine, es posible mostrar que no hay una oposición entre ambos términos: la existencia supone una esencia y viceversa, y es hermoso que así sea”. En el penúltimo cuadro Nana se encuentra con el filósofo Bruce Parain: en el último diálogo de bar de la película se discuten conceptos ligados al lenguaje, el pensamiento, el habla, el amor. A esa altura de la historia, la protagonista ya es una profesional de la prostitución, pero inconscientemente sigue preguntándose si, acaso, es posible –parafraseando una cita de Montaigne al comienzo del film– prestarse a los demás pero entregarse solamente a sí misma. Manejada por un proxeneta entrador de nombre Raoul, Nana ha olvidado los 2000 francos que necesitaba para pagar el alquiler, aunque el vivir su vida se ha transformado en un círculo interminable de intercambios monetarios, de manos que entran y salen de bolsillos para tomar y entregar billetes antes de tocar su cuerpo (Godard, el puritano: los escasos desnudos de Vivir su vida parecen esculturas vivientes).

Nana baila en un salón de billar en una de las escenas-ícono de la película y de toda la filmografía de JLG (Legrand musicaliza de nuevo y Tarantino gusta mucho de eso). Nana llora y sus lágrimas reflejan aquellas que brotan desde la pantalla, o viceversa (el argentino Raúl Perrone triplicó esos espejos en P3ND3JO5). Nana fuma, todo el tiempo, en las calles y en los bares, con clientes y con sus colegas. Nana quiere vivir su vida pero nada es sencillo, y la dedicatoria de Godard a “las películas clase B” tendrá su justificación en el tableux doce, cuando se enfrente al destino en uno de los finales más potentes, veloces y crudos (y al mismo tiempo distanciados, conscientemente artificiales) de la historia del cine. Ayudado por el inestimable Raoul Coutard en la dirección de fotografía, los paneos y travellings recorren espacios abiertos y cerrados, sobre todo estos últimos, mientras Godard observa a su esposa y musa por encima de la cámara. ¿Está quitándole la vida sin saberlo, como hace el narrador de El retrato oval con su modelo mientras termina de darle las últimas pinceladas a la pintura? Se ha dicho y escrito más de una vez que el tema del vampirismo artístico es uno de los conceptos centrales de Vivir su vida. La afirmación no podría ser más acertada: a fin de cuentas, el cine es una máquina de crear fantasmas que acechan a los seres vivos desde la pantalla. Nana yace en el pavimento antes de que el cartel de FIN usurpe todo el cuadro, pero Nana sigue viva, viviendo su vida eternamente.

  • Vivir su vida se exhibe en Cinépolis Recoleta, Cinemark Palermo, Showcase Belgrano y Norte, Arte Multiplex Cabildo, Multiplex Belgrano, Cine Lorca, Cinema Paradiso (La Plata) y Cines del Centro (Rosario).

"Vivir su vida"
por François Truffaut*

Que cada uno haga su vida, mientras sea progresando. ¿La nouvelle vague? Pierre habló bien de Georges, que delira por Julien, que supervisa a Popaul, que coproduce a Marcel, al que Claude elogió. Y bien, hoy canto las alabanzas de Jean-Luc, de Godard, que hace películas, como yo, pero dos veces más rápido.

Cuando yo era crítico de cine, quería con todo mi empeño convencer, probablemente porque, al ignorar los verdaderos problemas que se le plantean al cineasta, instintivamente intentaba convencerme en primer lugar a mí mismo de que tal cosa era buena y tal otra no lo era.

El goce físico y el dolor físico que proporcionan ciertos momentos de Sin aliento y Vivir su vida no intentaré nunca comunicarlos por la escritura a quienes no los sienten.

La irrealidad total, buscada o no, de ciertos estilos de cine es seductora, pero produce cierto malestar. La más fuerte de las realidades nos seduce un momento, pero finalmente puede dejarnos con ganas de más. Un film como Vivir su vida nos arrastra constantemente hasta los límites de lo abstracto, luego hacia los límites de lo concreto, y es seguramente ese movimiento lo que genera la emoción.

Cine emocionante, ese es su interés, lo apasionante, ya sea que esa emoción se genere científicamente, como en Hitchcock y Bresson, o simplemente nazca de la comunicativa emotividad del artista, como en Rossellini y Godard.

Hay películas que admiramos y nos desalientan después de ella, para qué seguir, etc. No son las mejores, porque las mejores dan la impresión de abrir puertas y también de que el cine comienza o recomienza con ellas. Vivir su vida es una de ellas.

* Prólogo a la transcripción de los diálogos y acciones del film, publicado en L'Avant-Scène Cinéma, 1962.