“No es la primera vez que sufrimos de agua. Cuando el agua sale muy negra nuestros hijos se enferman con diarrea y vómitos”. El testimonio de Patricia Ferreyra hace referencia a la situación que atravesaron estos últimos días en la comunidad wichí Misión Carboncito, ubicada en el municipio de Embarcación, en el departamento San Martín. La gravedad radica en que con los vómitos y diarreas viene el problema del bajo peso para la población infantil.

Parte de los 2000 habitantes de la comunidad iniciaron el miércoles último un corte sobre la ruta provincial 53 y solicitaron respuestas al municipio. Sin embargo, los únicos que llegaron fueron integrantes del Ejército que dejaron el agua primero en la escuela primaria de la comunidad, y volvieron luego para dejar el insumo a las familias. 

El agua se acumula en bidones que antes alojaron agrotóxicos. Estos recipientes de plástico los rescataban en las noches de una finca que se encuentra entre la comunidad y Embarcación, pero ahora “no dejan ninguno y vemos que los queman”, dijo la mujer a Salta/12.

Cuando el Ejército no llega, el agua que cada familia logra obtener proviene de la bomba del establecimiento educativo. Ferreyra contó que para “filtrarla”, usa unos pedazos de gomaespuma del colchón. Pero de todas maneras el agua no es segura.

Este jueves “nos quedamos sin una gota”, pero se logró que llegue la del Ejército que “hace dos meses que no venía a dejarnos” el agua. Antes de quedarse sin las visitas recurrentes, desde la fuerza nacional “venían una vez por semana”, contó.

Como sucede en el Chaco salteño, las temperaturas son altas cuando llega esta época. Según periodistas de la zona, entre el miércoles y ayer el termómetro marcó una máxima de 32 grados. Pero la mujer contó que llegó a sangrarle la nariz y a su entender fue por el calor.

Aunque por el corte hubo comunicación con el intendente Carlos Funes, que se comprometió a enviar “gente del municipio”, hasta ayer nadie había llegado. El mandatario comunal tampoco respondió las consultas de este medio.  

Bombas manuales a 5 kilómetros

Ferreyra recordó que la última vez que accedieron al agua potable fue cuando ella tenía entre 13 y 14 años. Hoy tiene 45. En aquellos tiempos sacaban el agua de la bomba manual que tenía su abuelo en un puesto ubicado a 5 kilómetros de la Misión y la acarreaban en carritos hasta la comunidad. Pero “ellos (sus abuelos) murieron”, y no hubo más acceso al pozo que en su opinión, se podía llegar a mantener con una bomba manual.

Ante esta realidad el pedido de la comunidad es contar con un pozo propio que, al tener que ser perforado en el Chaco salteño, precisa de una profundidad importante para llegar a napas de agua potable.

Peces muertos

Por otro lado, desde Misión Chaqueña el presidente de la Comisión Nacional de Investigación de Genocidios de los Pueblos Originarios, Leonardo Pantoja, había denunciado la aparición de peces muertos en algunas zonas del río Bermejo.

Ferreyra ratificó ayer la denuncia al informar que una familiar suya estaba “jodida”, tras haber comido un surubí de 35 kilogramos que había aparecido a las orillas del río. “La gente los come, pero si llegan muertos no deben de estar bien”, sostuvo.

El secretario de Ambiente de la provincia, José Aldazábal, afirmó que tras tomar conocimiento de esta situación se están investigando las posibles causas de mortandad de los peces. Aunque especuló que pueden suceder por la bajante de las aguas del río. Estimó que por ello los peces se descomponen y pueden generar intoxicación.

Un comedor autogestionado

Ferreyra es presidenta de la organización de mujeres Lawu Khanifwutas (Guerreras del Arco Iris). Junto a otras mujeres gestionan un comedor que llevan adelante “a pulmón”, con donaciones y dinero propio que obtienen de sus trabajos en las fincas cercanas.

El comedor funciona los viernes, sábados y domingos. Los chicos desayunan té o mate cocido y a las 12 se les da un plato de comida. “Hay muchas necesidades”, sostuvo la mujer al indicar que el esfuerzo es para los 81 niños y niñas que se acercan al lugar y que a veces “no comen en su casa”.

“La pandemia nos dejó quebrados”, afirmó al indicar que más de un integrante de Carboncito vive o vivía de sus artesanías que se dejaron de vender a raíz de las restricciones. Durante la pandemia, hubo tres meses en que las niñeces no pudieron asistir a clases y ella tampoco tenía como darles de comer. “Así que salí a trabajar a las fincas para por lo menos tener frutas y verduras”.

Contó además que está obteniendo afiches para poder enseñar el abecedario y operaciones matemáticas a los chicos y chicas que asisten al comedor. “Tengo una hija de 14 años y no sabe leer o dividir. Y ella va a la escuela”, afirmó. En este punto reclamó que hay docentes del establecimiento educativo “que faltan mucho”, y por lo tanto los estudiantes quedan sin clases. Sin embargo, confirmó que el servicio de comedor sí funciona durante los días de clases.

Por último, recurrió a la solidaridad para que le provean de calzados para los asistente al comedor, que es una población de entre 3 y 11 años. Los interesados pueden comunicarse con ella al 0387-154 891061 para coordinar cómo hacer llegar las posibles donaciones.