La iniciativa de La Franja y la Ruta, que el presidente chino Xi Jinping lanzó en 2013, tiene varios objetivos. Aunque su núcleo arraiga en el entorno de China y Eurasia, América Latina tiene una oportunidad en ese plan. En 2017, en un foro de la FyR y la cooperación internacional se habló de abrir el proyecto a la región. En 2018, en un evento de la CELAC-China, el canciller Wang Yi afirmó que América Latina era la “extensión natural” del proyecto.
Numerosos países latinoamericanos y caribeños adhirieron. No así las tres mayores economías (Brasil, México y Argentina). Argentina ya ingresó al Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura, que fondea obras de la FyR, pero no firmó el Memorándum de Entendimiento sobre el plan exterior más importante de Xi y el Partido Comunista chino. El embajador argentino en Beijing, Sabino Vaca Narvaja, de intensa labor por la cooperación sanitaria y la agenda bilateral que espera relanzarse en la pospandemia, es un entusiasta de la FyR y afirmó al canal chino CGTN que Argentina ya decidió ingresar y espera el momento para hacerlo.
Hay cortocircuitos en el Cono Sur. Uruguay, socio del Mercosur, sí firmó, incluso quiere violar el bloque y firmar un Tratado de Libre Comercio con China. Paraguay, otro socio, no solo no lo firmó sino que reconoce a Taiwán como país independiente de China. Y dos socios externos del Mercosur, Bolivia y Chile, no tienen relaciones diplomáticas formales por el reclamo marítimo del primero. El Mercosur no le es indiferente a China: le provee casi 30 por ciento de sus importaciones agroalimentarias, menciona el exembajador en China Diego Guelar. Aunque son temas que la región debería resolver internamente, la FyR bien podría servir también para integrarla pero con algunas prevenciones.
Integración regional y geopolítica global
Si bien el proyecto de China tiene distintas aristas (comerciales, de conectividad, digitales, de seguridad, geopolíticos, culturales), para Argentina en particular habría que enfatizar dos aspectos. Por un lado, los corredores terrestres bioceánicos y la integración nacional. Por otro, el lugar que ocupa el país, en esta fase del siglo XXI, en el mapa geopolítico regional y global.
Sobre el primer punto hay grandes expectativas en América Latina —al igual que en África—, pues los corredores acelerarían el comercio mundial y abaratarían el costo de concretar exportaciones. Latinoamérica, y Argentina no es excepción, tiene graves déficits en transporte, energía y comunicaciones, sectores pilares de la integración.
Pese a su mayor desarrollo al promedio de la región, a Argentina le faltan rutas, trenes, puentes y puertos. El Estado invirtió en esos sectores (siempre acotado por las deudas que dejó la dictadura, la convertibilidad y el macrismo, más otras urgencias presupuestarias), no así el sector privado. China creció como inversor en varios planos del país, también en infraestructura. Inyectó capital en ferrocarriles y vías y plantas de energía (solar, hidroeléctrica, eólica) y se espera una gran inversión en nuclear. También hay interés en puentes, oleoductos y puertos.
Se sabe que Argentina es un país muy concentrado en su núcleo pampeano de altísima productividad y competitividad global. Pero el resto está subdesarrollado y reclama hace años obras que articulen actividades. Los corredores que conecten el Atlántico y el Pacífico deben estar pensados, desde el interés nacional, en integrar al propio territorio.
Derechas antichinas
Las economías regionales de la octava nación de territorio más extenso del mundo tienen comprensibles aspiraciones para acceder de manera directa a puertos. A varias de esas regiones les queda más cerca uno chileno que otro argentino, por ejemplo. Pero el diseño de los corredores debería considerar también la trama interna. De otro modo, sólo profundizaría fracturas o disparidades de desarrollo y tendencias primarizadoras, o sea la venta externa de recursos naturales sin procesar ni valor agregado. Las redes troncales, ferroviarias, viales, deberían ser complementarias, de Norte a Sur, a los corredores entre el Atlántico y el Pacífico, y servir al propósito del propio desarrollo.
Otra necesidad de esas obras es que la contraparte china, que necesita abastecerse de productos naturales, proponga proyectos donde ambas partes ganen y que todo el proceso contractual priorice la transparencia y el respeto a las evaluaciones del impacto ambiental, así como a legislaciones impositivas y laborales del país receptor del crédito, señaló recientemente Jorge Malena desde el Comité de Asuntos Asiáticos del CARI.
La segunda cuestión es la geopolítica. Argentina -y América Latina en general- son tironeadas por tensiones globales diversas: puja entre Estados Unidos y China, ascenso de las derechas antichinas en el mapa global, amenazas ecológicas y sanitarias y, entre otros temas, disputa por valores y por la información (pública y de datos), es decir, la lucha cultural global.
La pesada herencia de la deuda
El gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner heredó del anterior una calamitosa deuda financiera, en particular con el FMI. Y necesita a Estados Unidos para renegociarla. Con el Club de París pasa algo similar aunque en menor escala. Acaso sea esa condicionalidad lo que demora la firma de nuevos acuerdos con China.
Por otra parte, si bien esos vínculos son cuestión de Estado para Argentina, compartida por casi todo el arco político, la pandemia y la estigmatización que la derecha occidental hace de China contaminan esa postura. El Gobierno espera retomarla pronto pero, igual que en otros frentes, no dio pasos concretos, aunque fueran pocos y precisos.
Recientemente, el embajador argentino ante la OEA, Carlos Raimundi, recordó la tradición de los gobiernos populares de no alinearse con potencias hegemónicas para preservar autodeterminación y soberanía, lo cual se complica por causas como la pérdida de peso relativo de América Latina respecto de hace unos años.
Otra razón que puede agregarse es la fractura política entre gobiernos de derecha neoliberales y populares, con dos visiones de país totalmente diferentes. Uno privilegia la dependencia en productos primarios y el dominio del capital financiero, que sirven solo a unos pocos. Otro entiende, más allá de sus cortocircuitos internos, lo urgente de encarar un plan inclusivo y autónomo basado en el agro, la industria, los servicios, la incorporación de valor agregado, las nuevas tecnologías, un mercado interno poderoso y motor del desarrollo y justicia social.
Pese a la distancia y el menor dinamismo que le imprimieron la cautela y la pandemia (esta, por otro lado, supuso un auge notable de la cooperación bilateral en lo sanitario), la agenda consensuada entre Argentina y la República Popular China ofrece complementariedad, multilateralismo, anticolonialismo y apoyos cruzados a lo largo de décadas.
El modelo que inspira la FyR va a contramano de la globalización neoliberal que tanto perjudicó a Latinoamérica. Lo que se necesita es más y mejor cooperación mutua y, en una estrategia de corto, mediano y largo plazo, concientización social sobre cómo se está remodelando este complicado pero desafiante siglo XXI.