Emmanuel Horvilleur prepara para este sábado el segundo show de la presentación de Pitada, su último disco (lo puso en circulación el pasado 2 de abril). Un fabuloso trabajo, a contramano de la época en la que lo hizo. Y es que logró lo que a muchos de sus colegas les cuesta toda una carrera: reinventarse a sí mismo y a su repertorio. Este arrebato acústico y semi acústico le salió tan bien que algunos de sus éxitos parecen canciones recién salidas de su inventiva, en tanto que otras por fin encontraron su razón de ser. Por eso, el grandes éxitos al que suelen recurrir las discográficas ante la falta de nuevas ideas (o de hits) o para estimular el marketing de la nostalgia podrá esperar un rato. El (por ahora) ex Illya Kuryaki and the Valderramas, una vez más, demostró que está muy lejos de tirar la toalla con respecto a la novedad, al punto de que, a sus 46 años, supo mimetizarse con la novel generación de músicos argentinos. De eso dan fe los invitados que respaldan al proyecto.
El artista desnudó a estas canciones de tal manera que se encontró con que su esencia seguía siendo contemporánea, así que se atrevió a desarmarlas para mostrarlas casi sin maquillaje, sin que eso les restara sensualidad. La inspiración, pese al encierro, fue la naturaleza, lo que dejó en evidencia en la escenografía que lo amparó en la primera función del disco en el Teatro Coliseo: un paisaje tropical enarbolado en el mismo lugar donde su tío putativo, Luis Alberto Spinetta, estrenó hace 41 años “Muchacha (Ojos de papel)”. De hecho, el video de 55 minutos (disponible en YouTube) que acompaña al disco fue grabado relativamente cerca de la quinta en la que ambas familias compartieron varios veranos. “El largometraje se hizo cerca de Luján, pero esa casa en el campo a la que íbamos de pequeños queda en El Remanso, un pueblo que está pasando Pilar”, explica quien el 1° de octubre lanzó en Spotify un cover de “Los calientes”, de Babasónicos. “Siempre fuimos pibes que vivíamos en pleno Barrio Norte. Para nosotros, ir al campo era abrirse a la aventura”.
-¿Recordás aún esa sensación?
-Era entrar en contacto con bichos, ver vacas y robar manzanas. Cuando íbamos ahí, en la niñez, era muy inspirador para nosotros. De ese lado viene mi relación con la naturaleza. Me gusta la noche en el campo, el olor de las cosas, la caída del cielo y el amanecer. Cada día se nota diferente y todo eso es parte del disco.
-Más allá de la vuelta a los escenarios con un aforo casi completo, en la primera función de Pitada se te notó muy emocionado.
-Supongo que este tiempo sirvió para hurgar en uno mismo. Creo que Pitada y este recital tienen que ver con la época que estamos viviendo. Casi se va a cumplir un año de cuando grabamos el concepto audiovisual en el campo, reinterpretando las canciones viejas de una nueva forma. Liberadas del pop, de tantas capas. Esa sensibilidad sigue estando presente en temas como “Soy tu nena”, que son más folk y desprovistas de todo. Ese show fue el primero en el que no había otra cosa que nos guiara a los músicos que el tempo interno. Todo eso pegó también en la gente, luego de vivir un montón de cosas muy sensibles. Esa noche fue muy emocionante.
-En ese show recordaste que la primera vez que fuiste al Teatro Coliseo fue con tu madre para ver a Gal Costa.
-Recuerdo que estaba en la parte de arriba y que Gal tenía un vestido rojo. Era una noche de salida con mamá. La música brasileña siempre sonó en casa. Me gusta escucharla. Caetano, Djavan, Gilberto, Tim Maia y Marcos Valle forman parte de mi sonido. Tuve el honor de cantar con Elza Soares en el Ateneo.
-Esa influencia es notable en tu nuevo disco, con el cavaquinho en acción en reversiones como la de “Llamame”. Sin embargo, ese groove latino propio de la transición de los '70 a los '80 te acompaña desde tus inicios en la música.
-No me pongo a analizar ese tipo de cosas, pero tiene sentido. Si bien no soy un nostálgico empedernido, aparecen esos sonidos y tocan una fibra en mí. En los '90, eso era lo menos cool que podía haber, aunque hoy el jazz, Weather Report y un montón de músicas de ese estilo están en el mainstream. Es gracioso como algunas cosas se van acomodando dentro del sonido y las influencias de uno.
-Apenas estrenaste Xavier, tu álbum anterior, apareció la pandemia, así que tuviste poco tiempo para presentarlo. Podrías haber sacado una segunda parte, a manera de revancha, pero te paraste en la vereda de enfrente.
-Para mí es una respuesta a esa cosa que se empezaba a dar en esos días de cuarentena extrema, que era el streaming en un estudio. No sé por qué pero a mí no me entusiasmaba sacar un disco de esa manera. Sí me gustaba la pulsión de hacer algo al aire libre. Un día, estaba tocando la guitarra bajo unos árboles, escuchaba a los pájaros, y me dije: “Qué bueno que sería hacer un disco acá”. Así nació la idea y se la compartí a los músicos. Al principio era una especie de ensayo. Y luego con Qué Cálido, que es la productora que lo filmó, el proyecto fue creciendo. Vino entonces el tema de pensar en los invitados, que le sumaron algo muy lindo a cada versión. Si no hubiera habido una cuarentena, tal vez hubiese aparecido un Xavier 2. Pero ahora que está Pitada, veremos cómo será el próximo paso. Por lo pronto, hay un montón de canciones nuevas grabadas, demeadas o por hacerse. Quiero disfrutar de estos shows y que cada uno sea una situación especial.
-¿Cuánto se te pareció esta experiencia al Unplugged que hiciste con los Kuryaki?
-Tiene un poco de todo, incluso de ese Unplugged que hicimos con Dante en el '95 o '96. Llevar la canción a su propia naturaleza es lindo de escuchar y la gente lo disfruta. Soy de estar en casa y de agarrar la guitarra acústica. A la vez, toco con músicos increíbles, lo que permite armar una versión en tres o cuatro pasadas. Ninguna de las canciones nos llevó más de eso. Todo fue muy natural y eso me divierte. Si uno tiene que trabajar algo tanto es porque en algún punto no funciona.
-¿Las ideas de los nuevos arreglos son tuyas?
-Carlitos Salas tocó muchos años conmigo, con Kuryaki y con Dante. Es un nexo entre él y yo. Toda la pulsión percusiva fue suya. A veces pensamos en el tempo más lento, en un ritmo más bachata, candombero, funk o brasileño. Esas cosas las hablamos. Lo mismo con Andrés Cortés, el guitarrista, que para el disco tocó el cavaquinho y el banjo. La versión de “No como” es otro mundo con el banjo. Mariano Domínguez se encargó del bajo y del contrabajo, y es un compañero de ruta. En ese pequeño grupo, cada uno aportó cosas increíbles.
-En uno de sus pasajes, la película se refiere al olvido y la sanación del recuerdo. Aunque eso tiene más que ver con el espacio físico, ¿cómo se traslada eso al hecho de revisitar tus canciones para darles nueva vida?
-Está bueno poder reparar históricamente cosas de uno mismo. Vivimos en una época rápida y urgente, y sale tanta música todo el tiempo que era una forma de decir: “Este soy yo y ésta es la música que hice todos estos años”. Creo que Pitada sirvió para que un montón de gente redescubriera mi música. O para que se acordara de temas que hice hace 10 años. Fue una buena idea tomar estas canciones y darles una nueva vida.
-También hay dos temas nuevos: “Pitada” y el mántrico “Cosa loca”. ¿Originalmente eran así?
-Apenas arrancó la cuarentena, venía con el ímpetu de meterme al estudio y no se pudo. Entonces decidí hacer dos canciones a la distancia. Una era “Pitada”, cuando el disco aún no se llamaba así. Tenía una versión de estudio y la hicimos acústica. Salió antes que la original. “Cosa loca” la venía tocando por esos días en el campo y mi novia, Evangelina, la cantaba. Surgió como un juego, grabado en una nota de voz, con un inglés inexistente. La película termina con ese tema.
-Uno de los momentos más emotivos del disco, al igual que del show en vivo, sucede con “19”. Para la grabación original invitaste a Gustavo Cerati.
-Gustavo me dejó ese regalo. Más allá de su participación, me dejó el hecho de tener una canción junto a él y que sea uno de los temas más populares de mi carrera solista. La versión que hicimos con Chiara Parravicini es buenísima y le dio una impronta nueva. Recordarlo tiene que ver con su legado, con lo alta que ponía la vara en su encare de la música. Por otro lado, el homenaje lumínico del show, mientras la cantó, fue una sorpresa de Lucas Nievas (evoca la tapa del disco Ahí vamos, del ex Soda Stereo)
-¿Por qué no incluiste ninguna de los Kuryaki?
-No sé. Podría haber sido, pero no lo sentí. Lo dejaremos para cuando salga un Pitada 2. El otro día mi hijo, André, me pidió “Abismo”. La tocamos en el ensayo y salió muy bien. Es una posibilidad.
-¿El repertorio del show en vivo sigue más el orden de las canciones de la película o del disco?
-Pitada lo toco más referido al orden del disco que está en plataformas. Respetamos las versiones, aunque sumamos batería y teclados. Y hay una segunda parte del show en la que nos sacamos el traje y tocamos con otra sangre, no tan acústico, lo que nos permite meter algo de funk.
-En su streaming en la reciente edición del festival de Glastonbury, Damon Albarn y sus músicos se plantaron en círculo al momento de tocar, algo similar a lo que hicieron ustedes. ¿Los inspiró ésa o alguna otra performance?
-Jugamos un poquito a Pink Floyd en Pompeya. Lo que digo puede parecer medio Spinal Tap. Pero no hubo una referencia puntual, entraron un montón de cosas.
-“Horizonte”, “El árbol de las moras” y “La casa” son las tres partes que dividen al largometraje. ¿A qué se debe esa conceptualización?
-En su momento, teníamos ganas de darle una pequeña entidad a las canciones para que se diferencien entre sí. En el comienzo, con “Soy tu nena”, “El hit” y “Radios”, está el campo abierto. Luego, en “El árbol de mora”, está esa contención del árbol y la sombra, esa cosa más pampeana de cantar debajo de un árbol. Cantamos con Bandalos Chinos “Llamame”, hicimos la versión de “1000 días”, “Pitada”, “No como”, y una especie de bonus track con “Amor loco”, junto a Zoe Gotusso, ya a la noche. Y al otro día está la parte de “La casa”, en la que grabamos guitarras eléctricas, y tocamos “19”, “Ella dijo no” y “Cosa loca”.
-Los pasajes de la película están basados en el filósofo Walt Whitman. ¿Por qué los elegiste?
-Fue un libro que me regaló hace unos años una chica con la que hice unas clases de actuación. Me dijo que lo debía tener, y siempre lo agarraba y lo leía. Se llama Hojas de hierba. Nos gustó la idea y nos tomamos el atrevimiento de leer algunos extractos del libro. Pero iban bien con Pitada.
-¿Por qué terminaste llamando así al proyecto?
-Es una palabra linda. Hace referencia a lo terapéutico que puede ser y más en una cuarentena. “Con una pitada ya estoy bien y me vuelvo a tus abrazos”, dice la canción. Lo que propuse con el disco es una pitada de naturaleza.
-Se nota que la pandemia te estremeció.
-Soy uno de esos individuos a los que la pandemia les pegó. Trato de ver quién soy y en dónde estamos. Tengo una edad en la que viví una vida. Ojalá pueda vivir una segunda etapa o lo que quede. Esto nos mostró eso. Estamos en este planeta y cada uno tiene su responsabilidad. Por otro lado, es raro. Festejé el hecho de haber podido tocar y lo seguiré haciendo. Será una celebración para los músicos que no pudimos hacerlo. Hasta último momento, estuvimos guardados en nuestras casas. Es un tributo a nuestro trabajo.
-Además de los invitados del disco, en el recital sumaste a Abril Olivera. ¿Qué te atrae de esta nueva generación de músicos argentinos?
-Son artistas que no sólo tienen muchas ganas sino también un montón de talento. Siento más natural compartir con ellos que con otras generaciones que han pasado, donde yo no era una referencia. Hay músicos que tienen 15 años menos que yo y con los que disfruto de una música en común.
-Si bien es cierto que sos mayor que ellos, te ves muy contemporáneo sobre el escenario. En ese sentido, ¿cómo llevás la madurez?
-Una buena canción como “Amor loco” podría haber salido ayer. Pero si me pongo otro traje, ahí tal vez ya no me quedaría bien la cuestión generacional. Creo que a estas alturas y cómo he sido como músico, mezclando y jugando con los estilos, esa cosa libre es algo que ahora muchos artistas la toman. Mezclar hip hop con la canción, a lo que le suman acordes de jazz. Me siento cómodo dentro de todo eso.
-A tu hermano, Lucas Martí, le dejaste un lugar muy especial en el show de Pitada: el bis. ¿Cómo te vinculás artísticamente con él en la actualidad?
-Es mi hermano, principalmente. Es un músico muy bueno, que va por otro lado completamente diferente. Lo demuestran las canciones que hizo en este último tiempo: “La memoria de un beso” y “Basta de Berlín”. Son temas increíbles que plasman ciertas cosas de la realidad que me encanta. Soy fan suyo. Durante la pandemia, trabajamos y compusimos dos canciones. Una de ellas cuenta con la participación de León Gieco y en algún momento verá la luz.
-¿Qué te pasa cuando la gente se sorprende con lo que sos capaz de hacer?
-No trabajo para eso, pero la música me mueve de esa manera. No concibo otra forma de hacerlo. No porque quiera ser un mago sino porque siempre creí que me falta expedicionar. No siento que llegue a un lugar sino que estoy en esa búsqueda constante. Yo también me sorprendo a medida que avanzan las cosas. Es el juego que me gusta jugar a mí.
Música urbana
El legado de Illya Kuryaki and the Valderramas
-Hace cinco años, nadie imaginaba que la Argentina sería una de las potencias de la música urbana hispanoparlante. Quizá si no hubiera aparecido Kuryaki, nada de esto sucedería. ¿Qué opinión te merece lo que pasa?
-Me parece muy loco, sobre todo cuando viajo para atrás con mi cabeza y recuerdo lo que era para la sociedad esa música. Veo que evolucionó y que hay pibes muy buenos. Encontraron un sustento de vida que les permite desarrollarse como personas. El hip hop, durante muchos y muchos años, era muy under. Obviamente, había gente que era buena, pero necesitaban tener dos trabajos sí o sí. Ahora hay pibes que viven de esto y que incluso son estrellas. Pibes y pibas, porque están Cazzu, Nicki Nicole y otras chicas que son buenísimas. Miro de afuera esta movida y veo que los empresarios apostaron por esta música, lo que antes era impensado. Ahora es una realidad que está frente a los ojos de todos. Veremos cuál es la parte que subsiste artísticamente o cuál es la respuesta a la demanda del negocio.
-La pregunta tiene que ver también con los 30 años de la salida del primer disco de Illya Kuryaki and the Valderramas, Fabrico cuero, que se cumplieron hace poco.
-Creo que Illya Kuryaki será en algún momento una materia de análisis diferente a la del género urbano. Es una banda que abrazó eso, pero viniendo de donde vino, con el linaje y apellido de uno de los grosos del rock argentino y de habla hispana. Mi idea con respecto a eso, de hacer un documental y contar qué fue la banda, es algo que está en mi agenda.