“Si quieres triunfar en la vida, hay cosas que debes ignorar para poder seguir adelante”, le dice Eileen, madre de cinco hijas, a su marido Bill Furlong, un trabajador infatigable que vende carbón y madera, un huérfano que nunca pudo descubrir quién había sido su padre. Un día de invierno de 1985, mientras entregaba un pedido en el convento del pequeño pueblo irlandés donde vive, Bill vio una decena de muchachas y niñas descalzas, apoyadas en rodillas y manos, lustrando en círculos el piso de una pequeña capilla. Una de las niñas le pidió que la llevara hasta el río: “Yo no tengo a nadie y lo único que quiero es ahogarme”. Bill no puede mirar para otro lado, como sugiere Eileen. “Si nos ocupamos solo de lo que tenemos aquí y nos mantenemos del lado correcto y no aflojamos, ninguno de nosotros tendrá que soportar jamás lo que les pasa a esas chicas. Las pusieron allí porque no tenían ni un alma en este mundo que las cuidara. Lo único que hicieron sus familias fue dejar que se convirtieran en salvajes y luego, cuando se metieron en problemas, les dieron la espalda”, insiste ella en la extraordinaria nouvelle Cosas pequeñas como esas, de Claire Keegan, publicada por Eterna Cadencia con notable traducción de Jorge Fondebrider.
La novela no está basada en ningún hecho real. Keegan no conoció ni entrevistó a ninguna de las víctimas. Pero lo que Bill descubre en la ficción sí sucedió en Irlanda: los maltratos que recibían las mujeres y niñas en las Lavanderías de la Magdalena o Asilos de la Magdalena, administrados conjuntamente por la iglesia católica y el Estado irlandés, que funcionaron hasta 1996. La escritora irlandesa, en una página al final de la novela, señala que no se sabe cuántas niñas y mujeres fueron escondidas, encarceladas y obligadas a trabajar en estas instituciones, pero la cifra oscila entre 10.000 y 30.000. Recién en 2013 el gobierno irlandés pidió disculpas por lo ocurrido. “Escribo ficción -subraya Keegan en una conferencia de prensa organizada por la editorial Eterna Cadencia-. Me interesa escribir sobre lo que significa estar vivo, qué es un ser humano y qué se hacen los seres humanos entre sí. Me gusta usar mi imaginación y dejar que vuele alrededor de los hechos que me interesan. No conozco a ningún vendedor de carbón o nadie que tenga cinco hijas. ¿Por qué las personas no decían ni hacían nada? Asumo que por miedo; había mucha presión por parte de la iglesia católica, que en ese momento tenía mucho poder y que estaba apoyada por el Estado”.
La autora de los libros de cuentos Antártida y Recorre los campos azules y la novela Tres luces –traducidos todos por Fondebrider y publicados por Eterna Cadencia- explora los silencios en textos que suelen manejar con excepcional sutileza la tensión narrativa. “La tensión aparece cuando uno siente miedo de perder algo. La buena ficción viene del miedo a perder; perdemos tiempo, un amante, la casa, incluso la dignidad. Finalmente sabemos que vamos a perder todo y al envejecer uno se vuelve práctico en entender esas pérdidas”, explica Keegan, una escritora que reconoce que no pasa un día en que no lea un poema, admiradora de la poesía de Elizabeth Bishop, Louis MacNeice, Philip Larkin y Emily Dickinson, entre otros. La autora irlandesa, que suele ser comparada con escritores como William Trevor y Raymond Carver, reconoce que “lucha un montón” para generar la sensación de simplicidad en su escritura. “Se me puede acusar de tener una increíble producción de obras cortas, pero la imaginación juega a favor de aquellos que saben esperarla. Si hay algo en el texto que no me satisface, significa que está cubriendo otra cosa que sí me puede llegar a satisfacer, si tengo la paciencia suficiente para llegar a encontrarla”.
La búsqueda del padre atraviesa varios libros de Keegan, como Tres luces y Cosas pequeñas como esas, donde Bill Furlong busca a su padre. ¿Cómo explica el interés por este tema?, pregunta Página/12. “No sabría explicarlo. Nunca me puse a pensar en eso. Yo supe quién fue mi papá, él murió cuando yo tenía treinta años; no es una preocupación autobiográfica. Pero he tratado a varias personas que no conocieron a su padre. En ese momento, a esas personas se las llamaba bastardos o hijos ilegítimos. La madre de mi mejor amiga del colegio no estaba casada y ella no sabía quién era su padre. Así que tal vez el tema viene de ahí”, responde la escritora irlandesa desde County Wexford, donde vive. Su última novela no es un relato sobre lo que sucedía en las Lavanderías de las Magdalenas, sino que es “una historia de amor de un hombre que recibió amor cuando era chico y que no puede resistir, en vísperas de navidad, en demostrar a alguien más un poco de toda esa ternura que él mismo recibió”, aclara Keegan. “Él se encuentra tan cercano a la muerte como al deseo del cambio, si se puede llamar heroico el acto que él realiza”.
¿Por qué es un hombre el que se rebela contra el sometimiento y la explotación de las mujeres en la novela? “No es algo que él decidió heroicamente solucionar, simplemente no podía no volver a ver si estaba esa chica (en el convento), y esperaba que no estuviera. En una sociedad patriarcal, los hombres tienen el poder y las mujeres tienen un rol más práctico que consiste en controlar, de algún modo, a sus hombres. Bill Furlong tiene un corazón tierno y eso podía jugarle en contra; entonces las mujeres tenían que tratar de controlar eso”, plantea Keegan, que nació en 1968 en County Wicklow (en la costa oriental de Irlanda), en el seno de una familia católica. A los 17 años viajó a los Estados Unidos para estudiar inglés y ciencia política en la Universidad de Loyola y regresó a Irlanda en 1992 para realizar un master de escritura creativa en la Universidad de Gales.
“No soy una escritora que ya sabe todo lo que va escribir antes de sentarse a escribir y tampoco me dejo llevar por las palabras, porque si hiciera eso mis libros serían más largos”, advierte Keegan. Y agrega que las palabras no surgen fluidamente, sino que las siente “como un gato negro en la noche”, que no se revelan claramente. “Yo no sé si hubiera querido escribir sobre un vendedor de carbón que tiene cinco hijas en 1985, en la Irlanda católica y con mal clima. No sé si elegí o si eso me fue dado para ser contado. No sé si los escritores eligen sus textos o son los textos que se ofrecen, que eligen a sus autores”, concluye una de las voces más importantes de la literatura irlandesa contemporánea.