Y es octubre quien manda en la calle
son los cambios que deben llegar.
Roque Narvaja
“Octubre (mes de cambios)”, 1972.
Compañeros/as/es y el resto de vocales, consonantes y signos; copains, sintrofoi, fellows, compagni, companheiros, tovarischi, cuates, camaradas, bidelagun, tovarasi, ughekits’ner y demás significantes que signifiquen, en el idioma, código o dialecto que sea, que compartimos los panes y las penas: henos aquí.
Estamos a mediados de octubre, un mes que, justamente, no se caracteriza por tener muchos “mediados” (a pesar de ser el mes de Libra, ese signo que busca el equilibrio), sino de acontecimientos fuertes en la historia argentina, mundial y, permítaseme la licencia, también en la personal.
Es octubre el mes del reino de la primavera (en el hemisferio sur), del Día de la Madre. Es el mes del nacimiento del general Perón y del fallecimiento de Néstor Kirchner. Es el mes de los dos triunfos electorales de Cristina en primera vuelta así como del de Alberto. Y también el mes en el que, allá por el 2015, se avizoró un posible triunfo de “Endeudemos”, para beneplácito de buitres y demás predadores de acá y de allá. Es el mes de la vuelta a la democracia en 1983. Es el mes del inicio del mayor movimiento popular de América Latina. Es el mes de la Revolución soviética (de acuerdo a su propio calendario de aquel entonces) y del asesinato del Che Guevara.
O, como dice la canción de Serrat: “Especialmente en abril / Se echa a la calle la vida / Cicatrizan las heridas / Y al corazón como al sol // Se le alegra la mirada / Y se abre paso entre las nubes / Al paisaje se le suben / Los colores a la cara // Y apetece ir donde cubre / A nadar contracorriente / En abril especialmente / En Buenos Aires, octubre”.
Si los meses tuvieran identidad propia, octubre sería uno “muy movidito” en nuestra historia y geografía.
Pero cada octubre es “ese octubre”, así que no carguemos a “octubre de 2021” con los éxitos ni con los fracasos de otros octubres. No nos vanagloriemos de glorias no vanas pero sí pasadas, ni suframos todavía por los errores que aún no cometimos o que al menos estamos a tiempo de enmendar.
Este octubre es un octubre tenso, de precios altos y esperanzas bajas (pero no perdidas, quizás algo ocultas), porque uno quiere hacerle caso a Gramsci y enfrentar el pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad, pero el mundo se vuelve cada vez más discepoliano y no solamente que “ha vivido equivocado”, parafraseando a Fontanarrosa, sino que sigue haciéndolo, y cada día fabrica nuevos equívocos para seguir manteniendo cierta “maltopía” (se me ocurrió esta palabra para designar a una “utopía donde los malos logran convencer a todos de que son los buenos y chau").
Sabemos que es más fácil destruir que construir, que hay demasiada gente hambrienta de odio, que el odio se alimenta de cualquier cosa, y que hay demasiados medios enfermónicos que fabrican día y noche “hate food” (alimentos para el odio) y saben muy bien cómo venderlos.
Y hay gente que los compra, creyendo que de esta manera “alimenta mejor a su mascota interior”, la cual, por efecto adictivo, termina volviéndose cada vez más voraz, hasta el día en que –inevitablemente (lo crean o no)– atacará a su propio amo, por más impune que este o esta se crea.
Hablamos de personas que usan lenguaje excluyente: “todos” somos “nosotros" (elles); "despedir” es “descomer” y “aguinaldo" o "indemnización” son malas palabras de inevitable origen “izquierdólico”. No se privan de usar las estadísticas que ellos mismos diseñan y que les sirven para hablar de sociedades, pero no de personas. Confunden privilegios con derechos, y –perdón, otra vez Serrat– “juegan con cosas que no tienen repuesto”.
Viene a colación una vieja anécdota de la infancia de mi hijo. Tendría él dos o tres años. Una tarde estaba jugando con un amigo de su misma edad, pero que tenía hermanos mayores y, por lo tanto, cierto “entrenamiento”. El amigo le dice: “Sos un boludo”. Mi hijo responde: “No, no soy un boludo”; y el amigo retruca “Che, ¡no digas malas palabras!”.
Así actúan ciertos sectores, negando su propia participación en la Historia y aprovechando cualquier intersticio para atacar. Muchas veces, creo que casi todas, la mejor respuesta es la “no respuesta”: no meterse en su agenda y construir la propia.
Octubre es un muy buen mes para eso. Para plantar las propias semillas. Que, si no florecen en noviembre, al menos darán frutos en los tiempos por venir.
Sugiero acompañar esta columna con el video “Nerón o Perón” de RS Positivo (Rudy-Sanz):
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