La CGT había planeado la huelga para el 18 de octubre. Pero las bases, con notable iniciativa política, se fueron hacia la Plaza un día antes, o sea: el 17. El peronismo nace en la calle, nace por la movilización, viene del conurbano para ganar el centro. Tenemos entonces dos conceptos esenciales en política: iniciativa y movilización. La movilización requiere dejar la casa, la comodidad del hogar, aceptar el riesgo, confiar en la masividad como herramienta de lucha. Desde marzo de 2020 la movilización popular, social, tuvo un gran enemigo: la pandemia. No se podía salir a la calle. Y la calle le es esencial al peronismo. Peronismo sin movilización popular, sin posesión del territorio, es burocracia, acuerdos en la cumbre a espaldas de las mayorías. De aquí que deba festejarse el 17. Y más: en un sentido profundo, vigoroso, todos los días deben ser un 17 de octubre. Si la clase obrera, en el 45, se mueve por su cuenta y desobedece a su conducción burocrática es porque sabe que la iniciativa política de los pueblos es (o debe ser) el motor de la historia. De aquí que hoy haya que llenar la plaza, reventarla.

El pueblo sólo se visibiliza en la acción. Su voz es potente y si surge necesita espacios abiertos. No debe asombrar a nadie que la Plaza de Mayo sea su lugar por excelencia. Desde lejos, desde allá, desde 1810. La presencia del pueblo deja de lado la violencia de las armas. El pueblo (contrariamente a lo que postula nuestra Constitución) tiene que deliberar y tiene que gobernar. Acaso lo haga “a través de sus representantes”, pero no puede dejar de hacerlo. Un pueblo activo le hace saber y sentir a sus representantes que es para él para quien tienen que gobernar.

Septiembre es un mes denso, su propio espesor lo desborda. La derecha inaugura en 1930 la era de los golpes de Estado (aunque el derrocamiento de Dorrego no debe dejarse atrás), luego el bombardeo a Plaza de Mayo en 1955 y el golpe duro algunos meses después. También hay otras fechas: al asalto, conquista y masacre del continente americano desde 1492 en adelante. La brutal agresión destituyente del gobierno socialista de Salvador Allende, el ataque terrorista a las Torres Gemelas. Y tantos otros más actos de barbarie que sería interminable mencionar. La actual situación argentina no es para dejar de preocuparse. Es un octubre que destila ambiciones de septiembre. Muchos esperan que la derecha gane con amplitud las elecciones de noviembre. Ya sus más belicosos representantes saben qué hacer. Lo saben –por desgracia para la democracia- sobradamente bien. El poder real vive días de turbulentas esperanzas. Quieren ganar por paliza y luego dedicarse a la tarea destituyente que viene llevando a cabo desde que asumió el binomio de los Fernández. No quieren la democracia. No quieren nada mejor, nada bueno para los obreros. Quieren, ante todo, la cabeza de Cristina. Sin Cristina van a (creen) negociar mejor. Ninguna indemnización para los obreros despedidos. Suelen decir: “¿Sabe cuál es la frase que hizo grande a Estados Unidos?”. Y la frase es: “Está despedido”. ¿Eso quieren hacer con un país que supera el cuarenta por ciento de hambrientos? Eso.

 

Es mucho lo que se puede perder. De aquí que haya que ganar la calle una vez más. Para ganarla los funcionarios tienen que funcionar. La coyuntura es difícil, pero no imposible. Tampoco la esperanza debe serlo. Porque ella, la esperanza, le da un sentido a la vida. Nada menos.