Hace unos años atrás escuchando al arquitecto Ramón Gutiérrez en una charla magistral de un encuentro sobre ciudades, territorio y patrimonio, dejó expuesto que el cambio era urgente: ¿De qué cambio nos hablaba? De aquel que tiene que ocurrir en las acciones que para proteger el patrimonio cultural llevamos adelante en nuestras ciudades. Patrimonio que aún hoy sigue luchando por sobrevivir.
Arribamos a este punto en un contexto en el cual mucho se ha investigado y escrito sobre el tema tanto desde la Academia como desde el Estado: infinidad de conocimientos y normas con el propósito de divulgarlo y protegerlo respectivamente. Pero entonces, ¿por qué la necesidad de un cambio y seguir luchando? Inmediatamente aparece un término como respuesta: Ajeno.
El conocer y proteger al patrimonio, jamás serán acciones efectivas si no se lo comprende. No son suficientes las normativas de declaración y protección que la mayoría de las veces tienen su origen en oficinas aisladas, lejos de los territorios y sus dinámicas socio-culturales, sumado a que no cuentan con la debida difusión para su conocimiento, al que solo acceden algunos. Una práctica clara de mirar a la comunidad como el destino final de las cosas y no como actores involucrados en las decisiones.
Las ciudades son una consecuencia de la relación entre su territorio natural y el desarrollo cultural que se da sobre este. Poder leer ese universo complejo implica conocer las respuestas que los habitantes fueron dando a las circunstancias que tuvieron ante sí a través del tiempo. Entonces, si hablamos de procesos: ¿por qué queremos separar al patrimonio de esos procesos?
Tratar al patrimonio como hecho aislado, ajeno, es lo que promovió aquel conservacionismo y monumentalismo institucionalizado en el siglo XX y que hace un tiempo, sin demasiadas consecuencias reales en el territorio, pretendemos transformar. Hoy hablamos de lugares y paisajes y no de edificios, hoy reconocemos sistemas patrimoniales, hoy lo intangible está presente completando la valoración de esos lugares, paisajes y/o sistemas. Solo una mirada descentrada sobre el patrimonio en nuestras ciudades permitirá que el tema de la materialidad relegue su protagonismo al de lo humanístico, la primera le da forma, el segundo le da vida.
Ese nuevo abordaje no podrá reconocerse efectivo si existe la siempre distancia emocional incentivada por la errónea creencia que las investigaciones académicas y las normativas jurídicas son las encargadas de la supervivencia del patrimonio. Una distancia emocional que alimenta la ajenidad y consolida la postura de una comunidad que no se involucra y un estado que decide arbitrariamente.
¿La culpa es de la comunidad entonces? Antes que responder a esto deberíamos preguntarnos qué hacemos cada uno de nosotros por el patrimonio, y quizás el término ajeno retorne a nuestras mentes. Las responsabilidades son compartidas, pero ni Estado, ni Academia y mucho menos la comunidad podrán asumirlas si no comprendemos al patrimonio.
Comprenderlo constituye el paso previo a cualquier decisión que por o sobre él se pretenda ejecutar. Implica reconocer los procesos que lo han dotado como un todo integral con sus contenidos aparentes y los no tanto y permite la necesaria valoración. Una valoración patrimonial no es la misma para todo el patrimonio, aunque todos lo sean, pero cuidado, si debe ser de todos el juicio de valor para otorgarla.
Conocer y comprender o comprender y conocer al patrimonio cualquiera sea el orden de aparición, son las dos acciones subyacentes a la imprescindible difusión patrimonial. Esa necesidad urgente de cambio que mencionamos en el primer párrafo puede ser subsanada por la difusión, convencidos que su inexistencia incentivó esto del sentir al patrimonio como ajeno.
Si reconocemos al patrimonio como un todo integral, ni monumental, ni cultural, ni natural, estaremos a tiempo de extender su supervivencia para las generaciones futuras. ¿Pensaste alguna vez que hay sistemas y bienes patrimoniales que no son ni serán parte de la memoria e identidad de muchos de nuestros jóvenes y niños? Revertirlo es una responsabilidad compartida: comunidad, academia y estado.
La difusión patrimonial tiene el desafío en este siglo XXI de convertir al patrimonio en una herramienta para mejorar la calidad de vida en las ciudades. No hablamos de comunicación, la difusión profundiza conocimientos, interpreta y transfiere, y la búsqueda hoy va por ahí.
Un caso paradigmático en nuestra ciudad capital, como para citar un ejemplo, lo constituye la casa de Mardoqueo Molina, para la academia, un complejo agroindustrial del ex gobernador Mardoqueo Molina y Bazán, para la comunidad, según la franja etaria, para niños y adolescentes el nodo tecnológico, para adultos y más, compartida, la casa de Molina y otras actividades que allí se alojaron en tiempos pasados y para el Estado hoy la casa de gobierno. Claramente hay un proceso a partir de su puesta en valor en donde un vínculo poco claro entre los tres grupos de actores mencionados en este texto no ha logrado un reconocimiento de valoración compartida, dotando de fragilidad a ese patrimonio.
La difusión persigue el reconocimiento que otorgará el grado de valoración a un patrimonio que como dijimos debe comprenderse. Una puesta en valor sin su debida interpretación y comprensión jamás logrará la incorporación del patrimonio en las diversas y diferentes estrategias para el desarrollo de nuestras ciudades.
Hablamos de un todo y no de partes, de un todo de todos y no de algunos. De todos los tiempos: pasado, presente y futuro. No sigamos repitiendo las mismas acciones que hicieron vulnerable a nuestro patrimonio que como dijimos, hoy intenta sobrevivir. A lo de ajeno, solo lograremos revertirlo si nos involucramos todos en la generación de verdaderos vínculos que a través de la difusión patrimonial potencien el acercamiento y el sentimiento de pertenencia hacia nuestro patrimonio, que es integral.
*Arquitecta. Maestranda en Museología