La historieta argentina debería estar muerta. Así de rotunda es la primera frase que abre el prólogo de DisTinta, la nueva antología compilada por Martín Pérez y el dibujante Liniers. Aunque esta contundente afirmación, aseguran los autores, no se trata de un deseo personal ni de una premonición pesimista, sino apenas de una constatación realista acerca de nuestra actualidad y nuestra forma de consumo cultural. Cada vez más digital, más efímera, menos narrativa, más pirotécnica. Lo bueno, es que aunque quizás debería estar muerta –o como afirman ellos, con suerte relegada a la nostalgia– la historieta argentina no solo continúa con vida, sino que respira con una energía renovada y sorprendente. Tanto así, que incluso esta selección –con sus imponentes 400 páginas a todo color, sus treinta y tres dibujantes y sus seis guionistas– llegaría a parecer pequeña para abarcar todas las aristas de su actualidad. Por este motivo, Pérez y Liniers se propusieron pensar en un libro bien específico. El recorte que eligieron no busca reunir a la nueva historieta con sus representantes más actuales o más vanguardistas, sino ser retrato de la generación de los años 2000, que ellos consideran la generación huérfana y una bisagra entre la gloria editorial que gozó la Argentina de antaño, y el universo de la historieta actual, que ya encontró su vía para renovarse y seguir existiendo de forma independiente. Durante la caída de la industria editorial de los años noventa, en un país con una larga tradición de historieta y acostumbrado a las revistas en los kioskos y los autores de exportación, una nueva generación quedó colgada. Y aun sin industria y sin revistas, tuvo que apropiarse de las herramientas digitales, los fanzines abrochados, el empuje de los circuitos independientes y la colaboración entre pares para mantener bombeando sangre al corazón de la historieta argentina. “Cuando pensar en ser historietista era simplemente algo absurdo”, comenta Liniers.
Y no es que ahora no lo sea, habría que convenir. Aunque Argentina cuenta con una vasta y consagrada tradición en este campo, la historieta actualmente sobrevive a punta de editoriales emergentes y pujantes, de blogs y sitios web, de pequeños distribuidores entusiastas y, salvo contadas ocasiones, es más bien ignorada por las grandes editoriales locales. Quizás por no entenderla o por no saber juntarla, o porque a pesar de su gran tradición es un terreno mutante, difícil de rastrear y, claro, difícil de vender. Por eso, DisTinta es un libro pensando para meter el gol de la historieta a un nivel más macro. Con el espíritu de The Best American Comics, que se compila anualmente en Estados Unidos con un dibujante invitado que elige algunos de los mejores trabajos de sus colegas en el año. En el caso norteamericano, lo han hecho Alison Bechdel o Chris Ware. Y en el argentino, la opción lógica para empezar parecía ser Liniers, que junto a Pérez –dicen ellos, con placer pero también con mucho pesar– seleccionó a 33 dibujantes con un promedio de 10 páginas para cada uno. Lo primero fue definir un marco, el de los últimos representantes de la era industrial: Cachimba, Podetti, Fayó, Parés y Sapia. Ellos quedaron fuera, pero funcionaron como punto de partida para retomar con algunos representantes del fanzine de fines de los noventa y algunos de los que encontraron espacio en la web a principios de los dos mil, casi todos ahora consagrados. Un rejunte donde se puede ver a Fernando Calvi junto a Sole Otero o a Jorge González junto a Decur. Algunos mucho más cercanos a la nueva generación como la joven Gato Fernandez, o quizás la mejor representante del fanzine actual como es Camila Torre Notari, junto a un consagrado como Lucas Nine. En el libro hay héroes, autobiografía, postales suburbanas o aventuras alucinatorias, tan ecléctico que por momentos uno se pregunta por el criterio de todo esto. Y la respuesta es que es básicamente el espíritu de esa generación, que más que afinidades estéticas o temáticas tenían como característica común esta orfandad. Y, quizás por eso,su inusual libertad autoral.
Sea en esta compilación a gran escala, o sea a través de las nuevas generaciones con sus ferias y sus editoriales autogestivas, el libro invita a pensar en la historieta en general como un terreno de resistencia, que para continuar con vida se ha abierto paso a pura reinvención. Desde su llamativa tapa, la de un batallón de dibujantes con pinceles y plumas afiladas corriendo a dar la pelea del oficio. “A veces me preguntan por qué la historieta argentina es distinta” dice el conejo Liniers en su tira-prólogo que abre el libro. “Sentados, doblados, mal pagos. El horizonte es el final de la mesa”. Y un poco más allá también, porque de hecho, este libro llega justo para un recambio tanto generacional como estético, incluso ideológico, que no está presentado en sus páginas porque representa la siguiente camada. Y se reconoce por ejemplo a la contemporánea antología rosarina Informe, con su rejunte federal y vanguardista. O a la editorial independiente Llanto de Mudo de Córdoba, a Comiqueando desde la crítica o a Viñetas Sueltas como convención. Solo por nombrar algunos agentes de distintas generaciones y ámbitos que han permitido que la historieta continúe vital.
Pérez confiesa que intentó dedicarse al humor gráfico, pero a los 16 años lo dejó porque en las exposiciones colectivas donde era un invitado precoz cuando llegaba el momento de dibujar “los niños se iban enojados ¡y yo sabía que tenían que razón!” Pero en su trabajo periodístico, las historietas siempre encuentran un lugar, ya sea para presentar a autores consagrados o por capricho. Así que reconoce que naturalmente en la selección se colaron los gustos de los compiladores. Que, como todo recorte, tiene su cuota de arbitrariedad, de mezcla antojadiza, de gusto súper personal. “En el capricho también está su personalidad”, dice Pérez. Por eso, con visión histórica pero también con amor de fan, se organizó un rejunte con subjetividad manifiesta y no como catálogo de nombres, que quizás para las internas del medio son más que consagrados, pero que a nivel masivo aun necesitaban aventón ¿O no resulta sorprendente imaginar a un nene leyendo a Frank Vega o a Ariel Lopez V? ¿O quizás al Aníbal Escroto de Gustavo Sala? Para que esa puerta se destrabe, o al menos como alegato para abrirla más. Porque si hay algo que no tiene nada de capricho y en lo que estamos todos de acuerdo es que es verdad, que la historieta argentina está más viva que nunca.