Cuaderno de faros es un libro solo en apariencia breve. Sus páginas se pliegan como un origami que da por resultado siempre una forma distinta. Cada capítulo muestra una cara del asunto, una historia que se abre a otra y a otra, satisfaciendo una curiosidad creciente como un fuego que debe ser alimentado. En el centro de su luz están por supuesto los faros, esos objetos casi mitológicos que tienen a su autora totalmente obsesionada. Mezcla de ensayo, relato y poema, el libro es una indagación profunda, documentada y sorprendente acerca de este objeto enigmático, de algún modo romántico y que evoca el sentimiento de lo sublime.
Se trata del primer libro de Jazmina Barrera (1988) que se edita en Argentina. Narradora y ensayista mexicana, es autora también de Cuerpo extraño / Foreign Body (ganador del premio Latin American Voices 2013), Linea nigra, Los nombres de los animales y Punto de Cruz. Ha publicado textos en revistas como Este País, Vice Colombia, Malpensante y Letras libres. Estudió la maestría en Escritura Creativa en Español en NYU con el apoyo de la beca Fullbright. Con este libro nos acercamos a una escritura ensayística que no descuida la trama, que nos lleva de la mano hacia delante, logrando combinar erudición y misterio con una delicadeza infrecuente.
El faro: podemos definirlo como una antigua construcción humana para lidiar con la naturaleza. Los primeros vienen de la antigüedad y surgieron del esfuerzo colectivo por advertir zonas peligrosas de costas y muelles. Arquitectura liminal, entre la tierra, el agua y porqué no el cielo. Funcionaron primero a leña, luego con carbón, más tarde con brea. Después vinieron las lámparas de petróleo y de gas, hasta que con la llegada de la luz eléctrica comenzaron las primeras bombillas. El gran descubrimiento para los faros fueron los lentes Fresnel que amplifican la luz y pueden llevarla varios kilómetros mar adentro. De esa manera los barcos perdidos, o simplemente los que navegan aguas peligrosas en la noche, pueden guiarse. Así se han evitado una profusa cantidad de naufragios, que eran moneda corriente en otros tiempos. De todo esto habla Barrera en su libro, pero no solamente. Descubrir la historia de los faros sirve para empezar a dar magnitud a algo que conocemos de vista, pero no en profundidad: la amplificación que produce el libro juega con nuestro recuerdo de aquella presencia fantasmal vista innumerables veces en visitas a territorio marítimo.
Cuaderno de faros está estructurado en seis capítulos, cada uno de ellos tiene en su centro un faro en particular al que la autora peregrina como hacia una divinidad: Yaquina Head, Jeffrey’s Hook, Mountauk Point, Faro de Goury, Blackwell y El faro de Tapia. Varios son en EEUU, otros en Francia, otros en España. Todos tienen una historia precisa, fueron construidos por unas personas, alguien murió ahí, alguien enloqueció, alguien tuvo una epifanía. La historia material se mezcla con la historia cultural. Son muchos los relatos existentes sobre faros y Barrera los colecciona, como quien junta caracoles en la playa. El último e inconcluso relato de Edgar Alan Poe que era sobre un farero, la hermosa novela de Virginia Woof To the Lighthouse --y la historia del faro en el que se inspira-- , El faro del fin del mundo de Julio Verne que esta situada en Argentina; toda la prosapia de Robert Louis Stevenson, cuyos padre y abuelo fueron famosos ingenieros dedicados a la construcción de faros.
Todas esas voces acompañan a la narradora en su obsesión, que no duda en llamar coleccionismo. De eso también se trata este origami: que entren la mayor cantidad de faros posibles, todos los puntos de vista sobre ellos, todos quienes alguna vez los visitaron, los mencionaron, escribieron sobre ellos, vivieron allí. Y esas voces también la acompañan en otro sentido. La narradora escribe sobre su propia soledad, su tendencia al aislamiento, su necesidad de silencio, que compara al de los fareros. Hombres –en su mayoría-- que durante siglos vivieron amurallados en pocos metros cuadrados, en medio de lugares inhóspitos e inaccesibles, rodeados de mar, a kilómetros de cualquier otro ser humano. De ese silencio, de esa soledad, de esa relación compleja con las personas –de quienes se rehúye, pero a quienes se acerca de un modo distante, a través de la guía que ejerce su luz-, habla también Cuaderno de faros. No se trata solo del objeto, sino de todo aquello que puede evocar. Por eso aparecen como destellos algunas otras historias de amistad, familiares, vínculos ocasionales que el relato trae. Y la narradora siempre como una observadora atenta pero reservada, que se guarda para si sus emociones más profundas.
Escribe Barrera: “Si pongo atención en mi misma, el dolor se amplifica. En cambio, si me pienso en proporción al faro, me siento más bien nueva y diminuta. Casi desaparezco. Lo que siento por los faros es todo lo contrario de la pasión, en todo caso es pasión por la anestesia. Adicción al analgésico. Quisiera convertirme en faro: frío, insensible, sólido, indiferente. Al verlos, a veces siento que de verdad puedo petrificarme y disfrutar de esa paz absoluta de las rocas”. El texto está sembrado de momentos como éste: la imagen que deja abierto el sentido, la prosa ensayística se funde con la poesía, para llevar la reflexión a un punto más alto, donde no están las certezas, sino el misterio, la belleza de la incertidumbre.
Cuaderno de faros concluye con una historia que intuíamos: los faros se están extinguiendo. El oficio manual de farero ya no tiene función en el mundo contemporáneo. Pero ante esa constatación, aparece otra, en las páginas de este libro. La escritura misma se vuelve también faro. Fragmentaria, veteada, que ilumina y oscurece el territorio sobre el que habla –eso que protege—señalado algo con su luz y luego dejándonos solos para observarlo.