Si pienso en una obra que me haya impresionado pienso en un libro. De chica no tuve casi contacto directo con obras originales sino con reproducciones. Y no solo pienso en libros de arte, cualquier libro, aún sin leerlo, siempre me provocó una fascinación, un encuentro particular. En este caso no voy a hablar de un libro pero si de otro tipo de experiencia que me genera algo similar a lo que me pasa con los libros.
Escuché hablar de la Compañía de Objetos El Pingüinazo a través de una amiga, hace ya unos cuantos años. Que era hermoso lo que hacían, que venían de Rosario, que había que verlos. Teatro, objetos, dibujos, en el patio, en el piso, en la vereda. Se trata de un teatro de figuras y objetos, performance a cargo de Guillermo Martínez y Silvia Lenardón.
La Compañía es como un libro en movimiento. Un kamishibai tridimensional. Un collar de perlas que alguien corta y todas sus bolitas salen a rodar y a transformar el piso en un poema de colores vibrantes. Ritmo y respiración de las figuras, movimientos lentos, rápidos, temblorosos, precisos. Una amorosa referencia a Alexander Calder recorre sus obras. También están Juan Grela y Aid Herrera presentes. Y la pintura. En el universo del Pingüinazo hay vacas que pasean, trompos que ruedan, siluetas de pájaros que se enredan en una danza. Bolitas de vidrio que son gotas de nubes acolchadas que se chocan y reordenan el paisaje. O salen de la boca de la pájara y podrían ser palabras transparentes. Un personaje despliega una lengua alfombra que es un río por el que unos peces nadan. El Sr. Lengua Azul se convierte en un teatro de sombras y nos lleva directo a Lotte Reiniger que está en ellos también. De fondo suena “El palomo” de Violeta Parra. La pájara de formas geométricas, las nubes y el palomo son siluetas articuladas. Un ta-te-tí con estrellas deviene en mar donde deambula un pez espada. El piso se vuelve fluido y una sirena baila música tahitiana. Siluetas de frente y dorso. Torre de gimnastas.
La primera vez que los vi fue en Burzaco, en el patio de Guille Ueno y Lola Goldstein, con Emiliana Arias haciendo la música en vivo. Empezaron a preparar todo mientras estábamos conversando, comiendo, tomando vino. Entre plantas salvajes y debajo de un ciruelo hicieron la función. Ésta es una experiencia que te imanta ya en el mismo momento en que Silvia y Guille comienzan a preparar la escena. En esa ocasión trajeron una mesa pequeña que sería el escenario, colocaron un velador al lado, lo hacían silenciosos y con cierta lentitud y algo comenzaba a transformar la percepción de todos.
La segunda vez fue en la vereda de la librería Punc, en Villa Crespo. Ahí vi la obra Teatro de papel (2016) a partir de dibujos del libro La bohemia de Gloria y Silvia Lenardón, publicado por Iván Rosado, en su Serie Maravillosa Energía Universal. La música en vivo era Carla Colombo, tecladista y también dibujante. Y esta es la obra que elijo de su repertorio, aunque siempre es difícil elegir una. Son dibujos en movimiento, que bailan, que están en acción. Cada forma es un personaje y articulados o planos, despegan, se contagian, se pliegan, repliegan y replican. Hablan de la poesía y son la poesía. Sus movimientos musicales, frágiles y poderosos, dan ganas de hacer, de ponerse a jugar. Y no solo son dibujos. Dos cuerpos que se mueven y se entienden con un guiño. Los cuerpos disponibles. Hay algo de Magia en ese acto. Es asistir a un acontecimiento. Estar en una experiencia que no es solo visual. Sin ansiedad, nos permiten habitar el tiempo.
Las imágenes son de una simpleza y belleza que genera empatía inmediata. Formas mínimas, contundencia y mucho sentido del humor. En el pueblo La Bohemia sueñan, tienen sueño y sueñan. El aire, el sonido, el cielo son del azul del jacarandá. Una boa y una ameba mantienen un diálogo delirante, un bohemio de zapatos puntiagudos sólo mira sus zapatos. Uno se puede detener en un detalle como la sombra que proyectan los personajes y ver bailar a las sombras, en una danza diferida y simultánea. La música no es algo aparte, Carla, en esta ocasión, termina de conformar y engordar ese universo y conviven muy bien. Se podría decir que la música es un personaje más.
Las manos son las protagonistas y las que impulsan, dan vuelta, descubren, conectan, añaden, ponen en escena los personajes y activan los mecanismos de las piezas. Las manos hacen girar, revuelven, transforman. El gesto de las manos dispuestas y atentas a las del otro. Creo que la fascinación por los libros es la del entusiasmo hacia las cosas que se hacen con las manos. Las manos que trabajan. La presencia de las manos.
Ana Paula Méndez nació en 1978 en Tres Lomas, provincia de Buenos Aires. Vive y trabaja en Buenos Aires. Participó de talleres de dibujo, bordado, grabado, libro ilustrado y poesía. Dibuja con acuarelas, lápices, tinta china, collage y bordado. Es artista de la Galería Mar Dulce y de Granada Tienda. Ha participado en muestras colectivas e individuales. Sus trabajos han sido publicados en diferentes libros y revistas. Con Cecilia Alfonso Esteves comparten el proyecto Pañuelitos, pliegos de poesía. Se encuentra terminando de ilustrar un libro de poemas de Laura Wittner para Planta Editora. Fue docente desde el 2011 hasta el 2014 junto a Julia Masvernat de Dibujo y Experimentación Gráfica, en la Asociación Civil y Cultural Yo No Fui. Forma parte del colectivo Anuario de ilustradores, participando en las publicaciones y muestras desde el 2008. Es docente, junto a Elisa O’Farrell, en Editorial Parador. www.anapaulamendez.tumblr.com