Lo saben quienes vienen siguiendo su carrera y sus canciones a través de los Fabulosos Cadillacs y su camino solista: no hay un solo Vicentico. Detrás de ese nombre de batalla, esa marca registrada, hay un músico llamado Gabriel Fernández Capello. Un tipo al que no le gusta quedarse quieto, o calcar los esquemas que resultaron exitosos -en lo artístico o lo comercial- en el pasado. Lo demostró con El pozo brillante, su disco más reciente. Pero si las canciones de su séptimo título solista ya señalaban otros territorios, lo que sucedió viernes y sábado en el Teatro Gran Rex fue una sorpresa mayúscula. Un Vicentico inédito, un Vicentico nunca antes visto.
¿Exageración? Ni un poco. Fernández Capello hizo un giro por demás audaz, y siempre es interesante ver a un músico asumiendo riesgos. Podría suponerse que la instrumentación que eligió para estas presentaciones tiene que ver con los tiempos pandémicos, pero sería una presunción errada. Vicentico ya había dado pruebas de estar cambiando de piel, renovando el sonido de sus canciones. Y eso explotó en el clásico teatro de Avenida Corrientes, donde el cantante y compositor se repartió entre el piano, sintetizador, la guitarra y la percusión electrónica, acompañado por solo dos músicos que sostuvieron un complejo andamiaje de instrumentos en vivo y programaciones. Y como a veces la máxima "menos es más" es cabalmente cierta, el experimento resultó enriquecedor a pesar de la aparente austeridad.
De cualquier manera, el término "austeridad" debe ser tomado en modo relativo. La potencia de imágenes que disparaban las tres pantallas traseras y su juego con el inspirado diseño de luces reforzaba el concepto depechemodiano, kraftwerkeano de este Vicentico. Los multiinstrumentistas Mariano Martín Otero y Benjamín López Barrios fueron aliados perfectos para una propuesta que deconstruyó las canciones y, sin quitarles nada de su aura melódica y armónica, las llevó a un terreno de expresión novedoso. El contraste más fuerte, claro, se vivió cuando Gabriel pegó volantazos como convertir a la fiestera "Demasiada presión" en una balada arrastrada y melancólica, o cuando "Solo un momento" se concentró en su vena más dramática con una vestidura folk que, reforzada por las imágenes de ruta nocturna que ganaron el escenario, llevaron a todo el Gran Rex a un viaje inesperado. Ni hablar del minimalismo tecno de "Algo contigo": si a Chico Novarro no le gustaron ni un poco las innovaciones de aquella versión en el ya lejano debut solista de 2002, en estas noches le hubiera dado un patatús.
De la misma manera, Vicentico ideó la narrativa del show con la misma y loable audacia. Hacia el final de la noche, cuando el reloj se acercaba a las dos horas de concierto, Gabriel despidió a los músicos con el cumbiazo de "Los caminos de la vida", una hiperenergizante "Morir a tu lado" que hizo lamentar no poder abandonar las butacas y una soberbia rendición de "Ahora 2". Dispuesto a olvidarse de las reglas no escritas que demandan un final de concierto "bien arriba", prefirió instalarse frente al Fender Rhodes para entregar versiones descarnadísimas de "Gallo rojo" y "Siguiendo la luna", y luego atender a pedidos del público que lo obligaron a rastrear los acordes de "Saco azul", "Carnaval toda la vida" y "Basta de llamarme así". No importaba que fueran títulos Cadillac en una presentación solista de su cantante: la poderosa impronta que les aplicó Vicentico, recreando un momento íntimo de bar en una sala llena, los convirtió en momentos absolutamente propios.
Por supuesto, su obra solista quedó bien expresada. Gabi se dio el lujo de desdeñar nada menos que el bailable "Freak", single de difusión de El pozo brillante, y nadie se dio cuenta porque en la lista aparecieron grandes pasajes como la apertura de "Quién sabe", "No tengo" (aquella canción grabada por Nina Simone en 1968 como "Aint' Got No, I Got Life"), "Solo para mí" y una emocionalmente demoledora lectura de "Cuando salga". El resto de la lista encontró un ajustado balance al recordar títulos tan inspirados como "La carta", "Creo que me enamoré", la juguetona "No te apartes de mí" (se la extrañó a Valeria Bertuccelli en ese dueto inolvidable), o el hitazo "Paisaje". Todo sonó reconocible y al mismo tiempo distinto; más por convicción artística y estilística que por imposiciones o limitaciones de la pandemia, Vicentico encontró otro terreno donde jugar con sus canciones, claramente disfrutable por las posibilidades que le abre... y el resultado que pudo verse en escena.
La pandemia, en todo caso, pudo advertirse en una señal reconfortante. Resultó curioso que en la sala solo se vieran celulares levantados de vez en cuando, y que por momentos (como cuando hizo "Smile", clásico de Nat King Cole) el contexto fuera el de los "viejos" shows, sin una sola pantallita brillando en la oscuridad. Quizá la gente se hartó de ver música en vivo a través de un artilugio, y quiso vivir el concierto con todos los sentidos puestos en el escenario. Quizás la potencia y novedad de lo que estaba recibiendo hizo el resto. Como sea, le sumó otro atractivo a estas noches en las que Vicentico pateó su propio tablero y se animó a algo nuevo. Barajar y dar de nuevo: así suelen encontrarse cartas ganadoras.