Ahora de mejor humor y mirándolo con perspectiva, los chicos de Slowdive reconocen que uno de sus recuerdos favoritos es el de la aparatosa disolución. Uno bien épico, para contarle a los nietos. Aunque, claro, y en concordancia con la propuesta de la banda, no sea demasiado feliz. El año 95, la gira de presentación de su último disco no pintaba nada bien. Aunque los integrantes del grupo apenas pasaban los 20 años de edad, acababan de lanzar su tercer disco, uno extraño y arriesgado, más cerca del ambient y de la experimentación electrónica, que de la melancolía de guitarra eléctrica que los había caracterizado. Aseguran que esto no es exageración alguna, y ahora lo cuentan entre risas, pero encaramados en un escenario inglés, fue duro comprobar que el único público asistente a la presentación de su último disco era una mujer pasando el trapo al piso del local. “Cuando algo así sucede, te das cuenta que es hora de conseguir otro trabajo” dijo entonces a su pandilla el guitarrista Neil Halstead. O al menos, así lo recuerda el bajista Nick Chain, al teléfono desde su casa en Inglaterra, ahora de mejor ánimo y recién acostumbrándose a estar de vuelta en los escenarios con la banda de su juventud.
Junto a Rachel Goswell, Christian Savill y Adrian Sell (sucedido por Simon Scott y luego Ian McCutcheon a la batería) Slowdive se había formado cuando los chicos apenas cursaban la secundaria en la ciudad de Reading, al sur de Inglaterra. Y muy pronto, se había transformado en una extraña revelación de adolescentes tímidos experimentando una música reflexiva y densa, que en la prensa musical hablaba a cuentagotas con frases del tipo: “La melancolía es parte de nuestra personalidad”. Con una propuesta musical introspectiva y fantasmal, que invitaba más a la meditación que a la acción callejera. Nada de estribillos pop. Nada de instrumentos estrella. Una cortina de sonido espesa y texturada, tan impenetrable que era posible marearse. La crítica bautizó a las bandas de este tipo como música shoegaze, algo así como “mirarse los zapatos”, pensando en estos chicos de actitud más retraída que rockera y más ocupados en controlar sus múltiples pedales de guitarra, cara al suelo, que de arengar a una audiencia efervescente. Así habían sorprendido a una crítica musical entusiasta durante su primer periodo y, también, al entonces joven sello Creation Records –hogar de My Bloody Valentine y The Jesus & Mary Chain– que los fichó y editó sus dos primeros discos Just For A Day (1991) y Souvlaki (1993). Pero todo eso sucedió justo antes de que el grunge arrasara con toda su potencia rabiosa, antes de los héroes del brit pop que venían a devorar las radios. Antes de que el ímpetu introspectivo de la banda se empezara a relacionar más a una cierta comodidad de la clase media y perdiera interés ante el reclamo de las clases trabajadoras agarrando las guitarras. Y, ciertamente, antes de que la revista Melody Maker empezara a cambiar opinión sobre ellos, con sendas críticas del tipo: “Prefiero ahogarme en una bañera de guiso que escuchar a Slowdive”. O que Richey Edwards de los Manic Street Preachers declarase, por ejemplo: “Odio a Slowdive más que a Hitler”.
“Supongo que en un momento se volvió fashion basurearnos”, dice Chain “Así, simplemente era como funcionaban los 90. En un momento éramos alentados por la prensa y después desechados con bastante crueldad”. Hace apenas un par de años, Chain tomó el bajo de nuevo para la reunión de la banda en el Primavera Sound de 2014 y reconoce que para hacerlo, estuvo colgado por horas en YouTube, maravillado con la cantidad de covers y tutoriales que subían los chicos para tocar canciones de la banda, con los que prácticamente tuvo que aprender de nuevo sus propios temas. Desde ese año, la banda se mantuvo activa para fechas en vivo en lugares específicos, pero por estos días se encuentra en una intensa gira por Estados Unidos y Latinoamérica que los traerá por primera vez a Argentina con nuevo disco bajo el brazo. Porque si bien, luego del polémico Pygmalion –ese último disco incomprendido de 1995, que solo encantó al personal de limpieza del bar de su presentación– los echaron de Creation, se disolvieron y no se dijeron ni pío durante 20 años, la banda ha vuelto con un éxito inesperado. Ahora, como referente de una generación que aun en grupos y géneros bien diferentes, siempre tiende a volver a las glorias del shoegaze. Un tipo de música que pasó los 90 de una forma tímida y más bien subterránea pero que la nueva generación reinterpretó con entusiasmo. Bandas como Tame Impala, The xx o Wild Nothing reconocen su influencia y los nombres de las antiguas lumbreras se ponen en movimiento más que nunca. “Realmente nos sobrecoge la recepción que hemos tenido. Nuestro regreso en Barcelona fue algo sorprendente porque no sabíamos que había gente escuchando nuestros discos. Nuestra música desapareció por mucho tiempo y funcionó durante un periodo tan corto en una época sin internet que se perdió. Pero supongo que Internet posibilitó que chicos muy jóvenes se encontrasen con sonidos de este tipo y dijesen, ah, no sabíamos de esto. Yo creo que es un tipo de música muy interesante para hacer, es experimental y creativa, no se agota fácilmente”.
El nuevo disco homónimo de Slowdive, via Dead Oceans Records, es el primero tras 22 años y hace apenas unos días que vio la luz. A pesar de su atmósfera de día lluvioso, dice la banda que resultó más pop de lo que creían y ya ha tenido un esperable buen recibimiento. Con algunos aires a Souvlaki, su segundo y más celebrado disco. Con su densidad y su impronta climática característica y una que otra reminiscencia cancionera de Mojave 3, la banda que Goswell, Healstead y McCutchen formaron tras la disolución de Slowdive. Ahí están, las voces fantasmales, las cortinas de sonido existencialista. Y un clima tan perforador y tan intenso que es difícil de resistir para cualquier fan. “Casi todas las canciones son bastante accesible y familiares y muy de espíritu Slowdive. No nos permitimos probar tantas cosas extrañas, sino que fue nuestra forma de adaptarnos a tocar juntos de nuevo después de tantos años”, confiesa Chain, y agrega que el concierto en Buenos Aires coincide con el cumpleaños de Rachel Goswell, así que será una celebración muy especial. “Después de este año de gira vamos a volver al estudio y creemos que el próximo álbum será menos tradicional. Vamos a correr más riesgos que es lo que verdaderamente nos motiva. Quizás, vamos a hacer como con Pygmalion” Y después de un momento de duda, dice riendo: “¡Bueno, vamos a ver cómo nos va con eso ahora!”.
Slowdive toca el 16 de mayo en Niceto, Niceto Vega 5510. A las 21.