El cuerpo de Edgardo Esteban habló escribiendo Tres golpes en la ventana (Grupo Editorial Sur), una novela autobiográfica. Quizá dolió tanto lo que vivió en su infancia que calló hasta que el recuerdo rompió la muralla de silencio y las palabras fueron desplegando la historia que necesitaba contar. El periodista, docente y excombatiente de Malvinas tenía 9 años cuando su padre, Joaquín, un militante de la resistencia peronista de Morón, fue asesinado por un miembro de la derecha peronista frente a sus hijos y a su esposa en 1972. Pedro De Martín, el asesino que había sido indultado durante el gobierno de Isabel, fue secuestrado por los militares y desaparecido durante la dictadura cívico-militar. En los años 90, como bautizaron con el nombre del asesino una calle del partido de Morón, Esteban y sus hermanos lucharon contra la impunidad y lograron que se derogara el nombre y que esa avenida se volviera a llamar Curupaytí.
Tres golpes en la ventana se presentará este jueves 21 a las 17 horas en el Teatro Picadero (Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857). Tristán Bauer, Luis Bruschtein, Virginia Janza y Pedro Saborido hablarán sobre este libro de Esteban, autor de Iluminados por el fuego y Malvinas, diario del regreso, una novela autobiográfica que reconstruye cómo era la vida cotidiana de ese niño de 9 años -“Lalo” en el texto-, que aprendió a cantar la Marcha Peronista antes que el “Feliz cumpleaños” mientras su padre militaba por la vuelta de Perón. “Yo no soy un escritor, pero durante años sentí que la experiencia de Malvinas lo eclipsó todo y tuve la necesidad de sacar los ladrillos del pasado escribiendo”, cuenta Esteban, director del Museo Malvinas, en la entrevista con Página/12.
-¿Cómo es que no sos un escritor y escribís?
-Yo escribo por necesidad, mi profesión es el periodismo, he aprendido de muchos referentes como Rodolfo Walsh o Roberto Arlt, siempre trabajé en medios audiovisuales, en radio y televisión. Por momentos aparece esa necesidad de exorcizar las asignaturas pendientes de la historia. Iluminados por el fuego fue eso: narrar esa experiencia interior que me agobiaba y fue como un camino. El próximo año se cumplen cincuenta años del asesinato de mi padre y en Tres golpes en la ventana quería hablar de esa parte que tenía oculta. Empecé a sacar ladrillos y me di cuenta de que había una historia de la que no había hablado y mi cuerpo habló escribiendo; esa necesidad de narrar un contexto histórico y humano profundo, quizá con mis limitaciones, pero con muchas ganas. Hay mucha gente que ha transitado esos tiempos y rescatan en el libro el contexto y cómo a través del arte una historia como Iluminados... sirvió para hablar de Malvinas. Este libro está sirviendo para hablar de los años 70, que fue un tiempo muy violento y muy injusto y dentro de esa violencia e injusticia se llevó a mi papá con 32 años. Yo no me considero un escritor porque escribo desde el corazón.
-El narrador es un niño que está muy enojado con su padre porque está muy entregado a la militancia y no juega con él; es un padre ausente. ¿Escribiste el libro en cierto modo para conocer a tu padre?
-Yo no sé si pude reencontrarme con mi padre, descubrirlo o perdonarlo, pero había una necesidad de enfrentarme a ese padre, decirle lo que pensaba, sacarme la bronca y esa soledad y ese vacío que marca el tiempo de la infancia. A mi padre lo tapó la política; Perón lo tapó todo. La muerte de mi padre, muy injusta, fue una bisagra y nunca habíamos hablado con mis hermanos. Había silencio cuando se tocaba ese tema porque fue tan fuerte, tan intenso, que Perón lo siguió tapando todo. La muerte de mi padre fue el preludio de lo que pasaría en Ezeiza. Mi abuelo Miguel es un personaje muy especial que aparece en el libro, un anarquista español que tenía la ilusión de encontrar al peronismo, a esa transformación social a la que llega tarde por el golpe a Perón. Mi papá transita el peronismo de su juventud en la Resistencia. Me interesó mucho contar el mundo de la clase obrera, el mundo de William Morris, esos primos y ese entorno del conurbano.
-¿Por qué elegiste como título “Tres golpes en la ventana”?
-Esos golpes son el vínculo con la muerte, que después se profundizó con la guerra. La palabra muerte me acompaña de muy chico. Uno no piensa morir a los 9 años, a los 18 tampoco y ahora tampoco. Yo vivo cada día como si fuese el último y para no quedarme en esa bronca necesité escribir. Los libros que escribí me permitieron cicatrizar las heridas.
-Cuando le dispararon a tu padre, ¿no estabas en ese momento en tu casa, como se cuenta en la novela?
-Estaba a cuatro cuadras, en la casa de mis abuelos. Yo tengo grabadas conversaciones con mi mamá, con los hermanos de mi papá, con mi abuelo, lo que me permitió reconstruir cómo fue ese momento. También hablé con dirigentes políticos de Morón que conocieron a mi papá. La política en aquellos días era muy violenta. La versión más real de por qué lo mataron es que lo acusaron de una volanteada difamatoria, lo quisieron asustar, se lo querían llevar, mi papá se resiste, se ponen violentos, hay un intercambio de golpes y en el medio de esa puja Pedro De Martín saca un revólver y dispara. Héctor Cámpora no llegó al velatorio porque había mucha tensión; pero estuvo a cuatro cuadras y le dijeron que si llegaba podía haber incidentes. Yo no entendía un pepino lo que pasaba. No entendía lo que era la muerte.
-A ese no entender nada para un niño de 9 años, ¿Qué pasó con el hecho de que a tu papá lo mató otro peronista?
-Mi mundo era la Unidad Básica; nosotros celebrábamos los cumpleaños, las fiestas, las reuniones...había hermanos de mi papá que eran cercanos al asesino, una de las hermanas de mi papá era la amante... todas esas historias concatenadas era un mundo muy raro para mí. Yo nunca había visto armas y empecé a ver armas. Yo entonces era muy inocente. Al poco tiempo de la muerte de mi papá empezamos a recibir amenazas en casa y mi mamá no me quería dejar salir. Y yo me escapaba. Después vino la dictadura y Malvinas. Mi vida estuvo marcada por la transversalidad de la violencia en los 70 y en los 80. El asesinato de mi papá fue el aviso de las turbulencias al interior del peronismo, de lo que iba a pasar en Ezeiza. Desde el Cordobazo hasta el 82, fueron tiempos de muchas tensiones y disputas, todo ese torbellino que fue la política en la Argentina, y la muerte de mi papá fue parte de esa historia.
-¿Cómo te marcó el asesinato de tu padre?
-Me cambió la vida para siempre. Yo fui papá de mis hermanos y hermano de mis hijos. Mi mamá tuvo que salir a trabajar y me quedé a cargo de un hogar, que fue una responsabilidad inmensa para la cual no estaba preparado. La muerte de mi padre fue el fin de la inocencia; no pude ser más niño, el niño que fui se perdió después de esa muerte. Escribir el libro me permitió sacarme la bronca y me dio paz... Estoy acá de pie, con muchas ganas de vivir, amo la vida profundamente. Y quiero seguir viviendo.