“¡Quiero coger!” lo dijo cuando ya se habían prendido las luces de la bailanta. Su voz estalló en el silencio de la fiesta acabada. El vaso de un litro todavía tenía restos de bebida en el fondo, aunque estaba caliente, le di un sorbo como si estuviera tomando un brebaje para pasar de ser mortal a superhéroe. Eran las 3 de la mañana y había que gestionar el placer de mi amiga, su grito a los cuatro vientos, sin pudor y con una fuerza conmovedora, era un deseo que había que cumplir.
La casa de mi amiga quedaba en Almagro. Me dijo convencida que la llenáramos de gente, que tenía un buen parlante y la heladera llena de cerveza. Tenía entre ceja y ceja agotar todas las posibilidades que estuviesen a mi alcance para cumplirle el deseo. Hay que tener valentía para lanzar ese alarido a una pista en silencio.
En séptimo grado, mi mejor amiga hizo algo parecido. Fue una mañana en la que teníamos hora libre porque la maestra había faltado: "Me quiero pintar las uñas de negro” me dijo al oído. Yo tenía que conseguir ese frasquito. Para ese momento, ya nos habíamos ido de viaje de egresadxs a Córdoba, fraguando entre nosotras una relación en donde los deseos eran muy importantes. No aceptábamos la idea de la desilusión, luchábamos contra ella a capa y espada. Tenía 5 pesos en la mochila para el almuerzo previo a la clase de Educación Física que era a contraturno, los metí en el bolsillo del guardapolvo y me trepé a la ventana. Pegué un salto doblándome el dedo del pie en la caída. La herida no me importó, seguí adelante corriendo como si la vereda de la escuela estuviese minada. Llegué al bazar, compré el esmalte, esperé el vuelto y volví apretándolo con el puño cerrado. Tardé poco, pero a mi regreso la directora del colegio escribía una consigna en el pizarrón. Me quedé como un animalito lleno de temor a la intemperie, observando por la ventana hasta que el territorio estuviese libre de mi depredadora.
“Pongamos una bolsa en el baño así no se tapa” dijo la que estaba dispuesta a todo. La gente a la que le pasé la dirección llegó en tandas con bolsas de bebidas, la música estaba a tope y la noche nos había dado un nuevo comienzo. Mientras el living se convertía en pista, fui directo a la habitación de mi amiga para indagar en las condiciones materiales que nos daba el ambiente. Una cama enorme casi del mismo tamaño del cuarto iluminado por los focos callejeros de la Avenida Rivadavia. Volví al living como había vuelto a la ventana de la escuela, deambulé por la pista pero ella no estaba. Había fila en el baño y la habitación ya tenía personas curioseando. Sentí que se me escapaba entre los dedos la posibilidad de cumplir su deseo, como ese divertimento de pestañas y deseos al que jugábamos de chicas. Cuando aparecía una pestaña en alguna de nuestras mejillas, ella y yo la sosteníamos entre su pulgar y el mío bien apretados. Pedíamos tres deseos que se le cumplían a la que se quedara con la pestaña en el dedo. Pero nosotras teníamos un truco magistral: el tercer deseo era que se cumplieran los de la otra. Siempre ganábamos.
Cuando la directora salió del aula, mi mejor amiga, ansiosa por hacerse del motín, me extendió la mano para subir. Me puse el esmalte en la boca para tener los dos brazos libres. Cuando estuvimos a salvo, sonrió con un brillo parecido al de la baba que deja ese insecto que se arrastra y muere con la sal. Se lo entregué y observé como felíz se sentaba en el pupitre estirando una de sus manos para empezar a pintar. Ese mismo brillo encontré en el lavadero de la fiesta, tenía la cola apoyada en el asiento de una bicicleta y los pantalones bajados. A la altura de las rodillas una mata de pelo que ella sostenía con las manos jugueteaba como si fuese un animalito con su presa. Mi amiga daba lengüetazos al aire y se reía, como sellando un artilugio, cerré la puerta del lavadero y me metí en la pista a bailar.
Después de un rato, una con las uñas pintadas de negro me agarró la mano y me llevó al decorado de la cama enorme, me saqué las medias y me uní a la profanación. Estiré los dedos y me quedé ahí, apretando fuerte como si estuviera sosteniendo una pestaña entre pulgar y pulgar.