La gesta parteaguas de 1945 se instaló en la agenda política como un hecho maldito que afecta a propios, extraños y enemigos. Se puede explicar gran parte del devenir político analizando cada 17 de octubre.
Unos lo recordaron exigiendo la contrarreforma laboral como eje central de su campaña electoral. Desde los más cerriles a los más centristas reclamaron la eliminación de las indemnizaciones por antigüedad, montados sobre un resultado de las PASO de nulo efecto institucional, buscando un efecto arrastre en las elecciones definitivas próximas, que les permitan una marcha triunfal hacia 2023. El respaldo electoral constituirá, en su razonar extraño, la misma legitimidad que significó la marcha a la Plaza de Mayo, hace 70 años. Ilusiones de un racismo clasista, rubio y urbano. Siempre buscaron cortar de raíz aquella experiencia histórica y nunca lo lograron. Ni las bombas en la plaza de mayo, ni las persecuciones sistemáticas, ni las cooptaciones ideológicas como la de los años 90, el fantasma siempre vuelve al centro de la escena.
Los propios, envueltos en desencantos, especulaciones y cálculos a futuro se dividieron en sendas convocatorias entre la plaza misma el día domingo y la sede de la CGT el lunes a la mañana. Masivas ambas convocatorias, pero muy despareja la masividad de los actos y la ausencia de discursos convocantes. La crisis política que todo lo inunda impide todavía una real convocatoria que defina el rumbo y las acciones.
El escenario electoral ha sido ganado por el desconcierto y la sorpresa. El oficialismo por la derrota inesperada y la derecha concentrada por un triunfo que nadie calculaba.
El Gobierno sigue llamando al consenso y al diálogo como una fórmula mágica para encontrar la salida, la oposición redobla la apuesta y asegura que no habrá tregua hasta restaurarse en el poder. Ejercicio de suma cero, la única salida del cráter que dejó el macrismo y ahondó la pandemia requiere de un acuerdo muy amplio con mucho apoyo popular. Unos lo formulan y algunos lo repiten. Lo único seguro es la finitud de los tiempos.
La historia parece emerger de la negra noche de la pandemia y el aislamiento y se enfrenta un paisaje global parecido por todos lados. Polarización del ingreso a escala inédita, radicalización extrema contra los más vulnerables, y menosprecio creciente por las políticas públicas. El mercado es una balsa en la que no caben más náufragos. El neoliberalismo tal como lo vimos en distintas oleadas vuelve recargado de un discurso belicoso y radicalizado. Enfrente no hay un muro de contención sino una diáspora de peleas fragmentadas que no garantizan su aniquilamiento.
En esas aguas navega nuestro país sin plena conciencia del entorno que dejó la peste. El sindicalismo buscando caminos de unidad al amparo de los mismos actores que lo balcanizaron tres décadas atrás. Tratando de contener la presión ascendente que emerge de las bases castigadas y empobrecidas a la sombra de amenazas paralizadoras como la pérdida de la fuente de trabajo o la resignación de las conquistas históricas. La defensa del empleo se potencia cuando desde el Gobierno aparecen decisiones que lo transforman en triunfos posibles. La continuidad de Dow fue posible gracias a la presión del gobierno y a la visibilidad de la lucha de los sindicatos de San Lorenzo acompañando el SOEPU, al calor del pedido de la propia Cristina.
Como el 16 de Octubre del 45 en Berisso, las mujeres protagonizando su propia marcha preanunciaban el tiempo que vendría. Cristina el 16, Hebe el 17 replicaron aquella gesta. A este tablero en equilibrio inestable lo terminaran inclinando las movilizaciones masivas. Si de eso se trata, hay sobradas pruebas de la enorme capacidad que tienen las de pañuelo verde cuando la situación se torna asfixiante.
Victorio Paulón es militante sindical y secretario de Relaciones Internacionales en la CTA.