Su primera exposición en solitario estaba a la vuelta de la esquina, pero la muerte -que no conoce de calendarios- le arrebató la chance de vivir su momento consagratorio tras cinco décadas de incesante hacer. La semana pasada inauguró Yolanda López: Portrait of the Artist, gran muestra que pone en valor la obra de Yolanda López, pintora, grabadora y collagista, autora de importantes piezas que no solo reflejan su identidad chicana: festejan y enaltecen a laburantes de raíces latinas, especialmente a las mujeres. La exhibición reúne unas 50 piezas de la década del 70 y del 80 que, dicho está, la prolífica artista no llegó a ver colgadas en las prístinas paredes del prestigioso Museo de Arte Contemporáneo de San Diego, en Estados Unidos: tras batallar durante largo rato contra un cáncer de hígado, murió hace poco más de un mes.
“Sabíamos que era una carrera contra el tiempo, pero cómo duele su ausencia”, manifestó con hondo pesar la curadora Jill Dawsey, que trabajó codo a codo con López estos últimos años, con miras de exponer en 2020. Un imposible, dada la crisis sanitaria, los contratiempos y demoras aparejados a la pandemia.
“La justicia social está presente en los orígenes mismos de la obra de López, al entender tempranamente el poder de las imágenes. De allí que desarrollara una línea conceptual muy clara y muy crítica desde el vamos”, señala Karen Mary Davalos, profesora de la Universidad de Minnesota, experta en Yolanda, cuya valioso trabajo ha analizado con lupa. En efecto, arte y activismo están inevitablemente enlazados en la creación de una mujer que quiso subvertir los perniciosos estereotipos con los creció.
“La representación que nos devolvía la cultura dominante de la comunidad mexicano-estadounidense no se hacía eco de nuestra humanidad. O éramos vagos durmiendo la mona o éramos bandidos, pero poco y nada se mostraba de nuestras familias, de nuestros trabajos, de nuestra creatividad, de nuestro compromiso e inteligencia, de nuestro día a día”, diría ella en los 90s. En esa línea hay que interpretar su frase: “No es lo extraordinario lo que me interesa sino lo corriente, lo habitual”.
Reinventando a la virgen de Guadalupe
“Fusionando su interés en el arte conceptual y feminista, López se embarcó en una serie de pinturas que reinventaron la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, con ella misma, su madre y su abuela como sustitutas de la santa patrona de México”, destaca el rotativo Los Angeles Times a cuento de las que acaso sean sus obras más celebradas. Particularmente, el emblemático autorretrato Portrait of the Artist as the Virgin of Guadalupe, de 1978, donde se eternizó corriendo, con sonrisa plena, en zapatillas deportivas, sosteniendo un manto de estrellas y una serpiente de cascabel.
Imagen que, según el citado museo, “está entre las más icónicas que surgieron del Movimiento Chicano, entre las más reproducidas de la época, desafiando los orígenes coloniales y patriarcales de la virgen, transformando su iconografía en un símbolo de optimismo feminista radical”. Ya luego le seguiría el lienzo donde captura a su mamá cosiendo la capa celestial, iluminada por rayos divinos; y la de su abuela, con afilado cuchillo en una mano… y una bicha desollada en la otra. Diría Yolanda que, dado el culto a Guadalupe, el respeto y amor que despierta, “opté por transformar su imagen para que esos mismos sentimientos los recibieran mujeres de carne y hueso, que viven y respiran”.
La virgen, por cierto, siguió oficiando de musa en su extensa obra, al igual que diosas precolombinas, griegas, etcétera, que -sincretismo mediante- servían a la pintora para referirse a mujeres contemporáneas: comunes y, a la vez, divinas. Detonando, por cierto, estereotipos en curso (bomba latina, madre sufrida); criticando también las ideas de belleza imperantes.
Nieta de inmigrantes mexicanos, Yolanda Margaret López nació en 1942 en San Diego, California, donde pasó sus años mozos con su madre. Como su papá se había tomado el buque y su vieja, costurera, se ausentaba durante buena parte del día, rompiéndose el lomo para poner el pan sobre la mesa, la chicuela se encargaba del cuidado de sus tres hermanas más pequeñas, tomándose unos poquitos, espaciados recreos para dibujar. Cuando terminó el secundario, apenas unos días después de graduarse, tomó sus petates y se mudó con su tío a San Francisco, donde se anotó en la universidad estatal para formarse en arte (sumando años después varias maestrías). Fue entonces cuando, según reconocía, tuvo su despertar político…
Se involucró en el Movimiento Chicano por los derechos civiles, además de participar en manifestaciones contra la guerra de Vietnam. En el ’68, integró el Third World Liberation Front, coalición de alumnos de ascendencia afro, filipina, asiática y mexicana que reclamaban reformas sustanciales en el campus (más representación en la contratación docente, en los programas de estudio, etcétera); demandas que se tradujeron en histórica huelga estudiantil, una de las más largas de los Estados Unidos. Durante esos meses, escuchando las experiencias de hombres y mujeres, entendió cabalmente “lo que significaba para mí y para mi gente ser víctimas de la opresión”.
Al año siguiente, colaboró en las campañas de apoyo a “Los siete de la raza”, como se llamó al grupo de varones latinos acusados de asesinar a un policía durante un altercado propiciado por las mismas fuerzas de seguridad, en un caso de clara discriminación y abuso policial. Para la ocasión, López diseñó un póster que, bajo el lema Free Los Siete, presentaba las rayas de la bandera estadounidense… como barras de prisión.
También fue la encargada de
crear muchas de las portadas de Basta Ya!,
periódico fundado para bancar al septeto y, asimismo, difundir las
problemáticas que acuciaban a la comunidad. Cabe mentar que fue el influyente
artista gráfico Emory Douglas -a la sazón “ministro de cultura” del partido de
los Panteras Negras- quien le arrimó a la muchacha algunas propuestas estilísticas,
además de mostrarle cómo sacar provecho de materiales modestos, económicos en
sus piezas. Inquieta, curiosa, comprometida, hizo rendir estos y otros saberes,
conjugándolos en nuevos afiches, pinturas, collages, grabados, fotografías, que
hoy la ubican entre las figuras imprescindibles de la escena artística latina de
los Estados Unidos.