Jorge Fandermole y Marta Gómez no son dos viejos conocidos, pero de algún modo habitan un territorio que también los excede. El de la canción popular latinoamericana, con su historia en común, sus patrones rítmicos, sus hombres y mujeres, sus padecimientos y alegrías. El trovador rosarino y la cantautora colombiana, dos influencias fuertes en la región, se juntarán por primera vez para compartir canciones de ambos y de otros autores latinoamericanos. Clásicos de Fander como “Diamante” o “Canto versos” o bellísimas canciones de Gómez como “Despacito” sonarán en boca de ambos, acompañados cada uno por sus grupos, en un “concierto integrado”. La cita será hoy domingo a las 20.30 en el Teatro Coliseo (Marcelo T. De Alvear 1125), en el marco del Festival Mestiza Música. Salvo por algún cambio de tonalidad o ajuste mínimo, los músicos cuentan que fue muy sencillo adaptarse a las canciones del otro, ensamblarse y encontrar nuevos colores. “Si uno ya conoce y se emociona con la música del otro, es muy raro que a uno se le ocurra una idea loca”, dice la colombiana radicada en Barcelona. “Hubo mucha fluidez. Hay una coincidencia en cuanto al concepto de canción. Si uno centraliza la atención sobre el concepto de la canción como entidad y no toda la sonoridad del show y del grupo, que también es importante, pero si se puede poner a la canción como forma expresiva y acordar en eso, me parece que lo que rige es la canción misma. Y uno va por ahí: lo demás es cómo vestirlo, cómo sonorizarlo, pero hay una estructura que es la que indica”, conceptualiza el argentino.
–¿Consideran, entonces, que tienen un modo similar de abordar la canción?
Marta Gómez: –Sí, totalmente, por eso nos gusta tanto la música del otro. Más allá de decir “mira, se parece a mí o no”, es sentir lo mismo. Esa es la magia que tiene la música. Yo no hubiera compuesto “Junio” (sobre el caso de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán), no conocía esa historia, no se me hubiera ocurrido escribir una canción así, pero es tan poderosa y hermosa que es imposible que no me resuene. Porque admiras la canción como un ente, más allá de cómo la tocas o cantas. El desafío es que la canción solita suene bien y eso es muy difícil. La canción sola tiene que funcionar más allá de si tiene un loop, un video o algo extra. En este caso sí, estamos al servicio de esa historia.
Jorge Fandermole: –Y por otro lado, independiente de las singularidades del lenguaje, que evidentemente existen, hay una serie de intereses que tienen que ver con el modo de abordaje de lo creativo, cómo decir en esa multiplicidad de lenguajes. La canción implica una serie de trabajos y de formas de ingresar que finalmente se comparten. Hablás con Marta, Juan Quintero o el Negro Aguirre y te vas encontrando con que las alternativas y las peripecias con respecto a las vías de ingreso o los modos de desarrollas son parte de los intereses comunes y son un intercambio de figuritas que ocurren muy frecuentemente entre los que componen algo. Y esa cuestión de que la canción se sostenga sola, que haya una textura básica: la melodía con acompañamiento y la poesía, es central. Que pueda sostenerse sin toda la parafernalia de toda la orquestación, de todo el tratamiento y la producción sonora.
M. G.: –Incluso sería lindo que la canción se mantuviera sin la música. Qué lindo cuando la canción solita es un poema, no pasa con todas.
–Si bien la canción de ustedes no es de protesta o explícitamente política, si reflejan realidades y tensiones de sus lugares, ¿Cómo se paran ante eso?
M. G.: –Se me hace raro cuando alguien dice “yo soy músico y no debo hablar de política”. No es que debas o no, es imposible no expresar tu forma de sentir si estás viendo ciertas cosas. Desde niña me gustaban las canciones que dijeran algo. No me resonaba la música en inglés o en otro idioma, porque quería yo entender de qué hablaban y si era una historia, mejor. Y si la historia parte contada de otras personas más que del autor, mejor aún. Nunca me han llamado la atención las canciones de amor solamente. Yo crecí con Mecano, con las historias de García Márquez. Y recuerdo que a mis trece años oí una canción de Silvio Rodríguez, “Canción en harapos”, en un casete que me dio mi hermano y no hubo marcha atrás. “Esto es lo que quiero hacer”. Porque también hablaba de mi realidad. Lo que elegí, sin embargo, es que no fuera una canción negativa. Una canción puede ser social, pero no negativa, sino dulce, fresca y rítmica. Me han apasionado siempre las canciones que cuentan historias. Pero escogí que fueran positivas, porque es algo que veo mucho en Colombia. La gente es muy alegre, incluso cuando cuentan cosas tremendas. Por ejemplo, los niños mineros no te hablan desde la rabia, te dicen “bueno, me tocó esta vida, pero le rezo al diablo”.
J. F.: –Nosotros los argentinos tenemos otro carácter, somos melancólicos, tangueros. Pero en el folklore nuestro hay un poco de todo. Está la canción oscura y está la canción que tiene otra luminosidad. El Cuchi Leguizamón utiliza un humor impresionante, pero cuenta cosas dramáticas. Antonio Nella Castro, por ejemplo, dice en una canción “mire el humito patrón que echa la gente a su lado / Como el horno de carbón, tienen el fuego tapado”. A mí me apasionan ese tipo de sutilezas, ojalá las manejara de ese modo. Lo que uno no puede hacer, acuerdo con lo que decía Marta, es resguardarse de todo lo que te llega del entorno. De alguna manera, todo lo que te llega aparece en lo que uno escribe, de un modo más oscuro o más luminoso. Tampoco el contenido político de la canción tiene que ser necesariamente expreso. Aparecerá de formas muy crudas o muy sutiles, pero ahí está presente. Por otro lado, me da la sensación de que si existe una expresión artística que emociona, que moviliza desde adentro la sensibilidad, esa acción ya es liberadora. No importa cuál sea el contenido. Hay una función de lo artístico que va por ese lado independientemente de su contenido.
–Marta, usted vive en Barcelona hace varios años, ¿Cómo se relaciona con su país desde la distancia y cómo está transitando el Acuerdo de Paz firmado entre el gobierno y las FARC?.
M. G.: –Vivo en Barcelona pero voy mucho a Colombia, unas tres veces al año. Y ahora como se firmó el proceso de paz tuvimos mucho trabajo, sin quererlo. Nos llamaron para estar en muchas marchas y charlas. Ha sido muy bonito, porque es la primera vez que el arte forma parte tan importante de un proceso de paz en el mundo. Normalmente los artistas siempre éramos los locos o los primeros que nos perjudicábamos por los recortes en la cultura. Nosotros en Colombia no hemos vivido lo que se vivió en Argentina. La guerra no se podía nombrar, hasta ahora, y nunca había habido una dictadura. Entonces, no había habido un proceso de contar estas historias. En nuestras canciones no está eso, pero va a empezar a estar.