Cuentos de chacales 7 puntos
Argentina, 2017
Dirección y guion: Martín Farina.
Duración: 70 minutos.
Intérpretes: Francisco Cruzans, Juan Ignacio Serrano, Licina Picón, Stela Maris Serrano, Zalmon Markus.
Estreno en Cine Gaumont (Av. Rivadavia 1635).
Es algo extraño el modo en el que están llegando al Gaumont las tres películas que integran la así llamada “trilogía familiar” de Martín Farina, pero a fin de cuentas nada ni nadie obliga a verlas en el orden en el que fueron producidas. Hace tres semanas se estrenó en la sala de cine del barrio de Constitución El lugar de la desaparición (2018), segundo capítulo del proyecto experimental del director de Fullboy y Mujer nómade en el cual, como bien consigna la reseña de Horacio Bernades, “Farina no funciona como el detective que viaja hacia el pasado familiar para develar un secreto oculto, sino como el testigo no incluido que registra la preservación de ese secreto”. Cuentos de chacales, que pudo verse por primera vez en la edición 2017 del Festival de Mar del Plata, también está integrada por material de archivo casero, en su mayoría grabaciones en VHS, y registros actuales, entre otros elementos audiovisuales enlazados literal o metafóricamente con el núcleo narrativo de la película.
Pero lo narrativo aquí es relativo. Farina no intenta construir un retrato documental tradicional ni nada que se le parezca, optando en cambio por un hilo acumulativo de ideas, remembranzas, conceptos y emociones que se permite la repetición, la permutación y la sobreimposición de retazos de relatos. Lo fragmentario es eje y norte formal, y el sentido último resulta tan inasible como esos recuerdos que la memoria parece a punto de conjurar de forma prístina para desaparecer un instante después. Cuentos de chacales repite una “escena” de El lugar de la desaparición: la de esa abuela que recuerda como solía cocinar para treinta personas y ahora para muchas menos, porque ya no están. El documento estricto de la home movie le cede el espacio al dispositivo ficcional, y el actor Francisco Cruzans participa de recuerdos (¿sus recuerdos, los de otros, los de alguien?) de la infancia y adolescencia, la conversión de toda la familia a prácticas religiosas ortodoxas y comunitarias, el closet identitario y el punto de fuga del descubrimiento de la sexualidad.
Cruzans está en el centro emocional del film y su presencia en pantalla, tanto en el presente como en el pasado (tomando la teta a los pocos meses de vida, dibujando en el piso a los cinco o seis años, cantando en un karaoke durante una fiesta), nunca se repliega en el formato tranquilizador de la biografía cinematográfica. Como bien afirma una placa al comienzo de los 70 minutos de proyección, “la memoria no es el registro de un suceso original, es la reconstrucción del modo en que lo recordamos la última vez”. La frase resume en gran medida los objetivos del proyecto, que a las varias capas de conversaciones y reflexiones en primera persona les suma las rendiciones de varias canciones de Juan Ignacio Serrano y miembros de su banda, de raigambre poética y sonido de fogón a la medianoche, confesional e íntimo.
Desde la consola de audio, presente en el cuadro, el volumen se maneja a voluntad: la música aparece y desaparece de golpe, como en una película de Godard, y los diversos niveles sonoros alternan lecturas de cuentos infantiles (ahí están los chacales del título), anécdotas de infancia relatadas en idioma inglés y susurros solapados y repetitivos. Más que un patchwork –que también lo es–, Cuentos de chacales adquiere la forma de un palimpsesto en el cual los fragmentos de las diversas capas son visibles al mismo tiempo, dibujando siluetas extrañas, familiares pero al mismo tiempo indefinibles. El experimento de Farina, que se completa con Los niños de Dios (2021), exhibida en el último Bafici, se termina pareciendo a esa particular sensación instigada por la vigilia cuando comienza a cederle el lugar al sueño y la mente se libera en parte de lo tangible e inmediato, permitiéndose saltar de un mundo al otro sin reglas preestablecidas.