“El hombre todavía es incapaz de controlar su propia naturaleza,

cuya locura lo lleva a dominar la naturaleza,

perdiendo el dominio de sí mismo.

Puede aniquilar los virus,

pero se encuentra desarmado ante los nuevos virus que lo desprecian,

se transforman, se renuevan.

Aun en lo concerniente a las bacterias y los virus,

debe y deberá negociar con la vida y la naturaleza”

                                                               Edgard Morin, Tierra patria, 1993


Estamos atravesando lo que podría denominarse como un estado de duelo “global” que tiñe de dolor, tristeza e incertidumbre todos los estratos sociales geográficos y políticos. Los acontecimientos amenazan con arrasar todo a su paso pero al mismo tiempo la esperanza nos sostiene para resistir y sobreponernos al impacto de los sucesos donde siempre aparece la potencia del ser humano y del psicoanálisis, en este caso en su búsqueda incansable al servicio de preservar la vida. Como decía Freud, S. (1890) ”...la expectativa esperanzada y confiada es una fuerza eficaz de la que en rigor no podemos dejar de prescindir en todos nuestros ensayos de tratamiento y curación..."

Hay que tratar como agentes de salud mental de evitar el contagio del pánico, lo que no quiere decir desconocer el miedo que todos compartimos ante un enemigo invisible. La buena información es otra clave que permite no sólo aplanar la curva de contagio del coronavirus sino también la curva del desaliento generalizado que lleva al desborde y a reacciones incontrolables que siembra esta difícil situación con alarmas que paralizan. Nos hallamos ante la peste de la abundancia de informaciones y la literalidad de los acontecimientos que alimentan una curiosidad voraz pero no promueven el conocimiento sino todo lo contrario. Lo pudimos observar en todos los ámbitos desde los políticos hasta los científicos en los comienzos de esta pandemia donde algunos se atribuyeron la arrogancia de las certezas sobre algo desconocido, la omnipotencia, y su inevitable consecuencia en la estupidez de las declaraciones y discursos que escuchamos. Como dice Gluksmann, “si la estupidez no se diera aires de inteligencia, no engañaría a nadie, y la vanidad de sus comedias quedaría sin consecuencias”. Pero tuvo trágicas consecuencias.

Lo que nos constituye a todos como individuos fue sacudido por un virus incontrolable que por sus características arrasó con todo lo supuestamente establecido,  desde la confianza en la investigación científica hasta límites insospechados de desamparo e inermidad física y psíquica por más que se lo quiera desmentir, situaciones que producen un estado de perplejidad difícil de sobrellevar.

Como decía Bion, hay dos cosas de las que un analista no puede olvidarse, que son la sociedad en que vive y lo obvio o sea el sentido común. Y desde ese lugar poder tolerar la angustia, la incertidumbre, la frustración, la duda y la falta de certezas que nos invaden en una cultura donde la angustia es intensamente evitada. Estamos ante una catástrofe, palabra que deriva del griego katastrophe (ruina, destrucción), de dimensiones insospechadas y podría decirse sin precedentes que permitan contener la fuerza devastadora de sus consecuencias.

Bion trabajó mucho estos conceptos, es un analista que estuvo en dos guerras mundiales y decía que cuando un hecho nuevo se acerca a la mente de un individuo, un grupo, un pueblo o de un estado se aproxima una Catástrofe o un Cambio Catastrófico, un cambio en el sentido de la evolución si ese hecho puede ser albergado para que evolucione como crecimiento mental. En épocas de la Peste como la que estamos viviendo, la posibilidad de transformar la Catástrofe en un Cambio catastrófico habilita la perspectiva de la esperanza pero no es tarea sencilla. Es necesario resistir y soportar la Turbulencia, la Violencia Física y Psíquica que implica la subversión de los valores de lo ya conocido que arrastra esta especie de Tsunami viral.

Esta apocalíptica pandemia de coronavirus nos pone frente a nuestra vulnerabilidad que se presentifica con el miedo, las pulsiones más primitivas que impone el aislamiento y el darwinismo de elegir a los que van a vivir en esta crisis sanitaria del siglo XXI. El atravesamiento de duelos de lo que ya no podrá ser igual, por la omnipotencia y la omniscencia de pensar que todo se sabe, las formas de relacionarse en el amor, la amistad, todo lo que antes valía ahora puede no servir y volverse en contra. El otro empieza a ser alguien de quien hay que resguardarse, un desconocido temido del que hay que aislarse y es necesario abstenerse de distorsiones defensivas de una realidad que es de por sí aterradora y dolorosa.

Tratar de atravesar la cesura que provoca esta Pandemia con todo lo conocido, lo valorado, lo amado y vivenciado como propio de lo humano no es fácil ni estimulante. Nos demanda el coraje de poder ir aceptando nuestra fragilidad y angustia para poder descubrir y sostener la invariancia que hay en toda posibilidad de Cambio Catastrófico que desde nuestra perspectiva se apoyaría en la mirada psicoanalítica que pueda armar un continente, un aparato para pensar lo impensable que ayude a modificar la angustia de no saber en la incertidumbre de lo que estamos viviendo.

Bion dice que cuando no se puede atravesar ese puente a lo desconocido que implica una elaboración de duelos por lo que fue y lo que no fue, es cuando el futuro en vez de estar lleno de deseos, está lleno de recuerdos y es el pasado el que esta poblado de deseos. Se produce lo que llama la fusión nostálgica que nos paraliza y no permite que el futuro esté lleno de deseos, sino que está congelado en los deseos de un pasado que por supuesto nunca se podrán realizar.

La propuesta podría ser dejar preconcepciones y prejuicios del pasado que empañan la mirada hacia lo “por-venir”, que nos pueden ayudar para atravesar esta Catástrofe internacional sin desconocer su profunda gravedad e imprevisibles consecuencias. Tratar de ir preparando continentes como modelos descartables, que hagan las veces de instrumentos conjeturales para poder atravesar esta situación catastrófica. Tolerar la incertidumbre, la falta de certezas, la inevitable frustración, la fragilidad inherente a lo humano, y la duda como formas de preservar la salud mental.

Mirada a la cual puede aportar mucho el psicoanalista con su presencia, aunque sea virtual, para comunicar tranquilidad y esperanza en el medio del “terremoto global” en el que estamos tratando de sobrevivir. Cuando es amenazada la supervivencia nos encontramos en todas las edades con la necesidad de apego y la búsqueda de protección, que como analistas tenemos que tener presente y a la cual podemos contribuir con una perspectiva abierta y creativa sosteniendo aun y con más urgencia un contenido que nos desborda en el medio de la tormenta.

Poder ayudarnos armando redes para tolerar la exigencia y la urgencia inusitada de plasticidad psíquica ya que no es sencillo dejar de lado todo lo que se hacía de determinadas maneras, incluyendo las creencias individuales y los mitos que tiene cada cultura. Poder superar nostalgias y añoranzas del pasado y del presente que impiden que lo obvio de la pandemia nos implique en una ineludible relación de dolor que nos permita ir modificando la angustia en lugar de evitarla mediante la estupidez y la desmentida.

Es una crisis de la humanidad, de lo imprevisible, de una realidad distópica que nos atañe a todos y que nos enfrenta a poder hacer lo posible partiendo de lo imposible. Propuesta que no se puede sostener desde la individualidad, sino por el contrario desde la posibilidad de armar redes de comunicación para sostener el contacto afectivo y el intercambio profesional entre los distintos grupos de trabajo, que actúan a la manera de una trama desde la que se pueda nuevamente proclamar la esperanza en la fuerza de los vínculos para instaurar la subjetividad de lo que todavía consideramos humanidad. 

Hilda Catz (PhD) es miembro titular en función didáctica APA. Artista plástica.