Duna 6 puntos
Dune, EE.UU./Canadá, 2021
Dirección: Denis Villeneuve.
Guion: Jon Spaihts, D. Vileneuve y Eric Roth, sobre novela de Frank Herbert.
Duración: 155 minutos.
Intérpretes: Timothée Chalamet, Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Jason Momoa, Stellan Skarsgaard, Javier Bardem, Josh Brolin, Charlotte Rampling.
Estreno en cines.
Hay películas cuya producción y realización se llevan a cabo como una campaña militar. Se establece un presupuesto generoso, se reúne un ejército de actores y técnicos, se estudian mapas del campo de batalla, se resuelven tácticas y estrategias, se designa a un general capaz de ponerse al frente de esa maquinaria bélica, se fijan fechas y plazos. Dados los costos, caben sólo dos opciones: el triunfo aplastante o la derrota humillante. Sólida, prolija y coherente, seguramente Duna no correrá ese riesgo y dejará atrás el recuerdo del desastre filmado por David Lynch en 1984. Lo que no aparece por ninguna parte es algún disfrute, la audacia del que se lanza a la batalla sin el resultado asegurado, la decisión repentina de un conductor que resuelve un ataque sorpresa.
El canadiense Denis Villeneuve mostró tener espaldas anchas, afrontando una rápida sucesión de batallas de primera línea, desde La sospecha (2013), Sicario (2015), La llegada (2016) hasta, cómo no, Blade Runner 2047 (2017), aunque esta última no le haya reportado a la comandancia de la Sony los réditos esperados. Fue la Warner la que apostó por él 165 millones de dólares (¡más de un millón por cada minuto de película!), encomendándole ya antes del estreno de Duna – Parte I la secuela de lo que en su origen literario fue una saga de seis novelas. Sin embargo Columbia-Sony no retiró las fichas del casillero Villeneuve. Una vez cumplido ese segundo compromiso para la firma de Bugs Bunny, el realizador de Incendios (2010) deberá remontar la leyenda negra de Cleopatra, cuya dispendiosa rendición de 1963 casi hunde a la compañía.
Uno de los pilares del género fantasy, que combina mitos arcaicos con épica medieval, magia, mística, zoología fantástica, ucronías espacio-temporales y alegoría, la saga de Frank Herbert, que comienza en el año 10.191, narra las tribulaciones del clan de los Atreides, al que el Emperador Shaddam IV (el sueco Stellan Skarsgaard) ha puesto en control del planeta Arrakis. En ese desierto interminable se obtiene la mélange, sustancia de uso paradójico: además de servir como alucinógeno es el combustible que permite que todo funcione. Cuando el Emperador decide quitarle a los Atreides esa fuente de riqueza, el duque Leto (Oscar Isaac) resuelve reconquistarlo, poniendo la campaña militar en manos de su hijo, el veinteañero Paul Atreides (Timothée Chalamet). El jovencito deberá ganarse la confianza de los fremen, pobladores del desierto, encabezados por Stilgar (Javier Bardem). Pero Paul no sólo se inicia como militar y político, sino que es -además y aunque se resista a reconocerlo- El Elegido.
La novela de Herbert yuxtapone elementos de distintas épocas y culturas: la relación política entre los Atreides y las fuerzas de Shaddam recuerda las de las películas “de romanos”. El desierto de Arrakis, sus habitantes que parecen beduinos, algunos burkas, el solo nombre del Emperador y el hecho de que esa geografía albergue el gran combustible universal, remiten inconfundiblemente a los países árabes, facilitando la posible alegoría que da el hecho de ser ambicionadas por el hombre blanco. La madre de Paul, Jessica (Rebecca Ferguson), proporciona el factor mágico: es, también a su pesar, una bene gesseret. Entre nos, una bruja. Paul recorrerá, claro, el clásico camino del héroe, debiendo sortear pruebas de coraje, inteligencia y madurez.
Hay una dosis de angustia en todos los miembros de la familia Atreides, que el cronista no sabe si está en la novela original o le es propia a esta traslación coeescrita entre otros por el experimentado Eric Roth (Forrest Gump, El informante, la versión más reciente de Nace una estrella), porque no leyó aquélla. Como indica la moda actual, la iluminación es sumamente oscura. Ambos elementos, sumados al ominoso autoritarismo del Emperador, generan un clima dark, en el que no prima el espíritu de aventura sino un aura de fatalidad. Tal vez exprese el temor de la Warner, Hollywood o quizás Occidente entero, de que su imperio se derrumbe para siempre, como arena en el desierto.