Un conflicto que divide a dos bandas en un barrio popular, disputas por el manejo del playón donde se arman los quilombos y la yuta jugando su papel de casi siempre en estos casos: baleando pibxs. No suena muy raro (y hasta es lamentablemente cotidiano). Pero la vuelta que le encuentra Pilar Ruiz a estos elementos en Bailan las almas en llantas (domingos a las 17 en el Teatro del Pueblo, Lavalle 3636) es poner en escena una historia tomada de la realidad y darle un marco shakespereano de Romeo y Julieta entre marginalidad, amigxs, cocinas de paco, cumbia y freestyle.

Brecht decía algo así como que la ficción es un espejo para martillar la realidad”, le propone al NO la dramaturga y directora. “Primero genera un espejo para después poder romper algo de eso. Para mí, hay algo que es súper necesario. La ficción tiene dos grandes roles, uno es mostrar ciertas realidades para abrir preguntas y generar reflexiones; pero también es mostrar otros mundos posibles”, se entusiasma.

Ese espejo muestra la historia de Julio y Valu, que en lugar de buscarse en Verona lo hacen en el playón, y apenas adolescentes incineran sus vidas en un contexto de agobio y prohibición. Obra coral, cada unx de lxs diez personajes tiene un papel marcado por su propia historia y un futuro que apenas les permite despegarse del presente de carencias. “Esta es la desventura fatal de les pibes que nacieron para arriesgar”, se avisa al inicio. Y arriesgar siempre conlleva la posibilidad de perder. “La tenemos jurada/Lo dice hasta la gilada”, asumen resignadamente.

Esa pulsión incandescente es lo que mueve la obra, y su conflicto con la mirada racional de las cosas. Para Ruiz, “lo que está en primer plano es el deseo, son dos cuerpos que se quieren encontrar, y un sistema opresor no los deja”. “Me parecía interesante rescatar eso de la obra de Shakespeare: si a Romeo y Julieta los dejasen estar juntes, ¡quizá duraba un tiempito y listo!”, se ríe.

“Quería plantear la pregunta de qué pasa ante una sociedad que oprime el deseo porque es el motor en un montón de cosas”, plantea, y sostiene que esa perspectiva se puede pensar en términos de la ola feminista o el movimiento de diversidad y géneros. “Cómo los y las adolescentes lo tienen más a flor de piel y pueden encarnar nuevos paradigmas en sus cuerpos porque tienen ese deseo”, enfrentado a un mundo adulto al que le cuesta entender el orden de lo corpóreo.

Bailan las almas en llantas nació a partir de una experiencia que tuvo Ruiz como docente de teatro en inglés en una escuela pública de Chacarita, donde iban muchxs adolescentes que estaban haciendo la primaria para adultxs de la villa de Fraga. Uno de los pibes les contó que tenía que irse del barrio porque la policía lo estaba persiguiendo. “A modo de cuidado, porque medio que se la tenían jurada, la madre lo sacaba del barrio. Ahí nos despedimos de Julio, no supimos más nada de él”, recuerda.

La idea de la obra nació de una vivencia docente de la autora y directora, Pilar Ruiz. | Imagen: Cecilia Salas. 

Eso pasó en 2014 y fue el disparador para contar un hecho de violencia institucional a través del teatro. “Laburé esos años mucho con adolescentes, tuve vinculación muy directa con su universo y los temas que se trafican entre elles”, reflexiona Ruiz. “Cuando sos docente vas escuchando en dónde están sus gustos, sus deseos, sus necesidades. Por eso en la obra los personajes son adolescentes, porque tienen la pulsión del deseo por sobre cualquier otro elemento racional que después ocupa la vida adulta”, resalta.

¿Qué relaciona a un autor inglés del siglo XVI con lxs pibxs de los barrios en Buenos Aires? La autora asegura que lo primero que se le vino a la mente fue “una suerte de imagen de destierro, cuando Julio tiene que irse del barrio para cuidarse, y esa acción es un momento clave en términos de acción dramática en Romeo y Julieta”, detalla.

“¡No podía creer que estuviéramos viviendo un destierro en el siglo XXI en Buenos Aires porque la ley lo persigue! Hay algo en Shakespeare que es muy de lo humano, por eso se actualiza todo el tiempo”, destaca la autora. Para ella, esa actualización de una obra escrita en 1597 pone en foco a las disputas de poder: “En general caen sobre los más jóvenes, y eso mismo sucede en la obra inglesa. Una disputa adulta termina teniendo consecuencias en les jóvenes de la obra”.

El texto está escrito en verso y rima con un lenguaje actual. El vestuario es el típico que se presupone de los sectores populares: joggins, camperitas y gorras. Entre cumbia y reggaetón, drogas y hambre, robos y represión, esa elección marca una distancia con aquello de lo que habla en un juego doble: estetización homogeneizante en la vestimenta para remarcar la elección, y un palabrerío que choque con lo visual y temático de la obra. Ruiz cuenta que esa especie de voz narradora es un trabajo de ficcionalización sobre un mundo que conoce, pero del que ella no surgió.

“Tengo una situación de privilegio en relación a lo que estoy contando, mi cuerpo no pertenece a ese universo, mi realidad es otra, y me parecía que poder hablar de eso merecía asumir esta condición. Decir que no pertenezco a ese universo pero me interesa reflexionar sobre él, abrir preguntas. Creo que eso hace la ficción”, plantea.

Como el texto, el vestuario y la puesta en escena, hasta el título de la obra adapta una Londres isabelina a las calles y vivencias de los barrios populares de Buenos Aires. “Tiene que ver con reivindicar la cultura popular, la música y el lugar del goce que lleva el ritmo de la cumbia”, enumera Ruiz. Aún en la tragedia, que suene cumbia. “En la mayor tragedia que podamos contar, aún así los cuerpos bailan. Reivindicar algo del goce y del deseo por sobre la tragedia. Me parecía importante que algo de eso quedara en el gustito final de la obra: que las almas bailen”, concluye.