La vida escuece. Somos a duras penas lo que somos. No siempre comprendemos cuánta fortaleza se necesita para vivir en la fragilidad. El “negro” Héctor Enrique lo sabe. Recuerda soñando esa inolvidable carga de belleza que le regalaron las aduanas de su infancia, y el silencio hondo de una realidad extrema sumida en la pobreza. Se nutre de lo íntimo, de lo cercano, para penetrar en las entretelas humanas con el deseo de averiguar, buscar, sentirse parte, transgredir, y preguntarse sin rebabas, sin dobleces: “¿Cuánto pueblo pueden tolerar?”.
- ¿Cuánto?
- No mucho. Todo lo que huele a pueblo les irrita.
- ¿Le molesta que una parte de la sociedad se apodere de determinados símbolos?
- Claro. Se adueñan de palabras como si fueran suyas: patria, república, bandera, pueblo. De la palabra deuda no se apoderan. ¿Dónde está la plata de la inmensa deuda del gobierno “republicano” anterior? Yo no lo sé. Qué me lo expliquen. Pueblo es lo que viví en mí casa. Con mi papá cargando bolsas al hombro trece horas al día, y mi mamá limpiando casas.
- Se aproxima la elección de noviembre. ¿Cómo la ve?
- Complicada. La situación económica es difícil, lo determina todo. Pero no podemos perder la memoria. Somos el único país del mundo con dos pandemias: la actual y la que nos dejó el gobierno de Macri.
- ¿Se sale mejor como ser humano de esta pandemia?
- Pensaba que sí, pero me parece que no. Estamos exactamente igual que antes. Intolerantes, divididos.
- ¿Parece que ninguna gran tragedia sirve para refinar la sensibilidad humana?
- Al principio hubo un cierto contagio de solidaridad, pero hoy queda muy poco de todo aquello. El egoísmo es parte de nuestra naturaleza.
-¿Cómo recuerda su infancia?
- Linda. Con muchas necesidades y dificultades, pero muy linda.
- ¿Pasó hambre?
- No. A ese extremo no. Pero la pobreza convivía con nosotros. Faltaban muchas cosas, pero jamás un plato de comida. Era curioso, mis padres nunca tenían hambre por la noche. Nos decían que se arreglaban con unos mates. Era la manera de que la comida alcanzara para todos. Esto lo hablé con Diego una vez, y en su casa pasaba lo mismo.
- ¿Con el tiempo se olvida esa pobreza?
- No. No se olvida nunca. Te marca. Te marca para siempre. Te condiciona a una forma de andar por la vida, de entender muchas cosas. El fútbol me ha permitido tener una vida acomodada, pero no me olvido de donde vengo. Mi vieja venía destrozada de limpiar casas y se ponía a lavar la ropa a mano porque no teníamos lavarropas. Eso no se olvida. No se puede olvidar. Recuerdo que íbamos con los pantalones remendados, con zapatillas atadas con hilo de albañil. Una vida dura. Mi hermana con 10 años nos daba de comer, nos bañaba. Una genia. Nos ayudábamos entre todos.
- ¿El fútbol vive de espalda a la realidad social?
- No, no lo creo. El jugador ha sido siempre generoso. Ha apoyado a los más vulnerables, a los más necesitados. El ejemplo es Diego.
- ¿El fútbol argentino se perdió en la búsqueda de una nueva identidad?
- Sí, sin duda. Se fue a imitar al fútbol europeo. Algo curioso, porque ellos vinieron a imitarnos a nosotros, y al final nos copiaron, y nos han copiado bien. En el 78 se salió campeón del mundo con nuestro estilo de juego, y en el 86 pasó exactamente lo mismo. La selección de Scaloni ha recuperado ese estilo, esa identidad.
- El fútbol femenino reclama su espacio. ¿Se lo estamos dando en su verdadera dimensión?
- Creo que sí. Me pone muy contento verlas tan apasionadas. Se cuidan, se entrenan. Están peleando por su lugar, como debe ser.
- Se ha decidido a participar en Masterchef.
- Sí, toda una aventura. Muy intensa. Me despierto de madrugada pensando en el programa. Tan solo por el hecho de que me hayan elegido ya me siento ganador.
-”He sido, soy, y seré siempre peronista”, dijo. ¿Lo suscribe?
- Sí. Siempre. Peronista y vacunado. Me “vacunó” mi viejo. Ahora solo me falta la dosis de la pandemia que nos dejó Macri. Habrá que desarrollarla. De todas formas, si viene un gobierno no peronista y lo hace bien, bienvenido sea. El país es lo primero.
(*) Ex jugador de Vélez y campeón mundial Juvenil Tokio 1979.