“Los locos se hicieron cargo del manicomio”. La frase graficó el hecho de que cuatro talentos de Hollywood fundaran en 1919 su propio estudio en la Meca del cine. Charles Chaplin, Douglas Fairbanks, Mary Pickford y David Griffith crearon United Artists, que se codeó con estudios como Warner, Paramount y Universal. Cuando llegaron los 70, UA se sumó a la gran era del cine estadounidense con títulos como Atrapado sin salida, Rocky y Annie Hall. Además, tenía a su cargo la saga de películas de James Bond. Sin embargo, un estrepitoso fracaso puso fin a ese momento en el que los directores tenían un poder casi absoluto. Un desastre que derivó en el fin del estudio. La película se llamó La puerta del cielo y acabó además con la carrera de su director, que venía de ganar el Oscar.
El director y los productores
Michael Cimino había nacido en Nueva York en 1939. Comenzó su carrera como director de avisos publicitarios en los años 60 y se dedicó a escribir guiones con la idea de poder dirigirlos. La oportunidad le llegó en 1974, cuando una nueva productora, llamada Malpaso, le compró un guión. Era Thunderbolt and Lightfoot. El creador de la productora ya había despuntado como director, pero apostó a Cimino para ponerse detrás de cámara. Así, el nuevo director comenzó su carrera impulsado por Clint Eastwood. El policial que Eastwood y Jeff Bridges protagonizaron resultó un éxito de taquilla y crítica.
A continuación, Cimino se abocó a su proyecto sobre la guerra de Vietnam: El francotirador. Fue un éxito en 1978, con sus estremecedoras escenas de ruleta rusa, en uno de los primeros films sobre el trauma de la derrota en el sudeste asiático. La película llamó la atención de los nuevos responsables de United Artists.
Se habían producido cambios en el estudio a fines de 1977. Los responsables de producción se fueron y crearon Orion Pictures, un estudio exitoso en los 80 y que quebraría en 1991. UA estaba en manos de Transamerica Corporation, que puso al frente a dos ejecutivos menores de 40 años: Steven Bach y David Field. El dúo heredó la producción de una nueva película de 007; el proyecto de Rocky II; Manhattan, de Woody Allen; Toro salvaje, de Martin Scorsese; y Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola, que ya estaba en etapa de edición después del caótico rodaje en las Filipinas.
Field y Bach decidieron apostar fuerte a un proyecto propio, surgido de cero, que dejaría su marca en UA y en Hollywood. Buscaron al director del film sobre Vietnam que había sacudido al país y le preguntaron qué le gustaría filmar. Cimino los entusiasmó con una idea ambiciosa: la historia del conflicto de fines del siglo XIX en Wyoming, donde los colonos europeos fueron reprimidos por los pequeños y grandes hacendados. Pasó a la historia como la guerra del condado de Johnson: pistoleros pagados por los terratenientes sembraron el terror atacando a los inmigrantes acusados de robar ganado. Los colonos se organizaron y comenzó un conflicto armado que terminó con la llegada de la Caballería.
Así como había escritores que soñaban con escribir la Gran Novela Americana, Cimino se propuso filmar la Gran Película Americana, el western más grande jamás realizado, una película grandiosa y admirada para siempre. Field y Bach se vieron a sí mismos como ganadores del Oscar por La puerta del cielo y se jugaron por el proyecto. El presupuesto inicial fue de doce millones de dólares para una película que no debía superar las tres horas de duración. Dos semanas después de que Hollywood consagrara al director con el Oscar por El francotirador, en abril de 1979, comenzó el rodaje. Los problemas ya habían empezado antes, así que cuando Cimino recogió la estatuilla y creyó estar en su hora más gloriosa, en verdad había iniciado su caída.
Comienzan los problemas
Bach y Field aceptaron el protagónico de Kris Kristofferson como James Averill, el graduado de Harvard que toma partido por los colonos. También sumaron a otro actor pedido por Cimino: Christopher Walken (ganador de un Oscar como actor secundario por El francotirador), en el rol de uno de los matones. Había que elegir a quien haría de Ella Watson, la madama del burdel enamorada de Averill. Diane Keaton rechazó el papel. También Jane Fonda, en lo que fue una muestra de la impericia de los productores: Fonda había dicho que El francotirador era una película fascista y se negó a saludar a Cimino la noche de los Oscars.
Entonces, el director aprovechó que no había actriz y tiró un nombre: Isabelle Huppert. Como buen cineasta era cinéfilo, pero Field y Bach no registraban a la actriz fetiche de Claude Chabrol (tampoco a Chabrol). No solamente era desconocida en Estados Unidos: casi no hablaba inglés y su pronunciación era pésima. Sin embargo, Cimino los contradijo y la impuso. Los productores consultaron con Andy Albeck, el hombre que Transamerica había puesto para controlar las finanzas de UA. Field le planteó que el episodio con Huppert podía ser una señal de que no se sabría el costo final de La puerta del cielo. Se habló de un margen de hasta 20 millones, 8 por encima de lo pautado. Albeck dio luz verde. John Hurt, Sam Waterston, Brad Dourif y Joseph Cotten completaron el elenco.
Para entonces, primeros meses de 1979, habían elegido filmar en Montana. Se contrataron cientos de extras y la preproducción incluyó cosas como lecciones de serbio para Dourif, actor que en una escena se dirigía en ese idioma a un grupo de colonos. También se les enseñó a los actores a andar a caballo e, incluso, a patinar, con vistas a la escena de baile que dura cerca de diez minutos (David Mansfield, músico de Bob Dylan, compuso a sus 22 años la música del film y toca el violín en pantalla mientras patina a toda velocidad). Todavía no había empezado el rodaje y ya se hablaba del “Campamento Cimino”. Así estuvieron durante casi dos meses antes de empezar a rodar.
El perfeccionismo de Cimino lo llevó a repetir tomas infinidad de veces. Una escena muestra a Kristofferson dormido en su cama de hotel después de una borrachera. El alcalde llega con varias personas a la habitación; el protagonista despierta y los ahuyenta con un golpe de látigo. Cimino hizo 52 tomas solamente para eso, y le insumió toda una jornada de rodaje. Después de los primeros seis días de filmación, la película ya tenía un atraso de cinco días respecto del esquema de trabajo. Se habían gastado 900 mil dólares por un minuto y medio de material editable. A los dos semanas, el retraso ya era de diez días y había tres minutos listos, a un costo de tres millones de dólares.
Las luces de alarma se prendieron en el estudio. En el set, las cuestiones de producción las manejaba una amiga del director, Joann Carelli, que había trabajado con él en El francotirador pero no tenía capacidad para una película de la escala de La puerta del cielo. Field y Bach entendieron que Carelli estaba allí simplemente para cumplir los designios del cineasta.
Un rodaje fuera de control
¿Qué hacer? La década terminaba y el fin de los 70 era un muestrario de que los directores no eran infalibles: Steven Spielberg fracasaba con 1941, lo mismo que Scorsese con New York, New York. La posibilidad de un colapso antes del estreno era palpable en el caso de La puerta del cielo. Los números se disparaban y la idea de estar frente a un desastre de proporciones inéditas comenzó a ser la comidilla de Hollywood. Bach y Field nunca habían estado antes en una filmación. Eran debutantes absolutos y encima tenían que lidiar con algo sin precedentes.
Repasaron casos previos. En Cleopatra, los costos obligaron a la Fox a cerrar sus puertas durante cuatro meses y a esperar un milagro. El romance de Liz Taylor y Richard Burton en la vida real fascinó a la prensa y al público y eso evitó la debacle. UA no podía permitirse un cierre. Segunda opción: el caso de Queen Kelly. Erich von Stroheim fue echado por el productor Joseph Kennedy (padre de JFK) y amante de Gloria Swanson, estrella del film, que quedó inconcluso hasta que se filmó otro final en 1931. Field y Bach entendieron que pagarían un costo enorme por echar a un niño mimado de Hollywood, bendecido con el Oscar tres meses antes.
El tercer caso lo habían heredado: Apocalypse Now, de Coppola, que se estrenaba en agosto del 79. Del caos de tres años de producción y un presupuesto triplicado emergía una obra maestra después de un fuerte ajuste. Los productores decidieron que había que acotar costos y ver si el western definitivo de la historia del cine salía a la luz. Había una diferencia: en Montana no había tifones ni el protagonista se había infartado como Martin Sheen en las Filipinas. El problema era la megalomanía de Cimino.
El rodaje debía durar 69 días y calcularon que, al ritmo que imprimía Cimino, terminarían en enero de 1980, para un total de 200 jornadas de trabajo. De 12 millones de dólares originales, los costos se iban a 50 millones. En otras palabras: La puerta del cielo se convertía en la película más cara de la historia. Bach y Field viajaron a Montana y le explicaron al cineasta que su búsqueda de la perfección iba a destrozar las finanzas del estudio y no habría manera de estrenar la película. Un ejecutivo de UA fue puesto para supervisar a Carelli, la amiga de Cimino, en lo que fue un golpe interno sin antecedentes en la historia del estudio. La respuesta del director fue un memo dirigido a Field y que repartió entre actores y técnicos: le informó que prohibía la entrada del emisario al set y a la sala de edición y también que no tenía permitido dirigirle la palabra.
Field quemó las naves con una propuesta final. Cimino había trabajado con Barry Spikings como productor en El francotirador y no ahorraba elogios por su labor. “Démosle el 50 por ciento de la película y la distribución en Estados Unidos en caso de que Transamerica nos dé el OK. Si Spikings acepta, no me ves más la cara. Si dice que no, cerrás la boca y terminás esto como se te diga”, fue la oferta del ejecutivo. Spikings vio el material filmado y los costos de producción. Rechazó subirse al Titanic. El próximo paso fue echar a Joann Carelli como productora y emplazar a Cimino como empleado de UA, con lo cual Field y Bach lo amenazaron con quitarle el derecho a editar la película. Ya llevaban 90 días de rodaje y 18 millones invertidos. Le impusieron un plan de rodaje y la advertencia de que no se superaría un tope de 25 millones.
La filmación llega a su fin
Para fines de agosto, Cimino estaba dos días por delante de acuerdo al nuevo plan. Ya era tarde y encima el hermetismo del rodaje se rompió. Un periodista llamado Les Gapay trabajó como extra (a razón de 30 dólares por día durante dos meses) a fin de poder entrar al set. Publicó sus impresiones en Los Ángeles Times: un director obsesivo, escenas filmadas infinidad de veces y accidentes en la filmación, más lesiones en los caballos. La nota se reprodujo en los principales diarios.
En esos días, cuando se suponía que el rodaje debía haber terminado a comienzos de julio, Cimino filmó el clímax de la película: la batalla final entre los colonos y los pistoleros a sueldo. Terminó de filmar el 29 de septiembre. En total, había 225 horas de metraje para editar. Todos creían que lo peor había pasado y que de la sala de edición saldría una gran película. Fue en ese momento cuando un David Field hastiado renunció a UA, dejando a Bach a cargo de todo.
Como Cimino había entregado el material en tiempo y forma de acuerdo a las nuevas imposiciones, no solamente mantuvo su derecho al final cut, sino también a filmar un prólogo y un epílogo. El segundo era sencillo: mostraba al personaje de Kristofferson en un barco, varios años después de la guerra del condado de Johnson. El prólogo era algo fastuoso: ambientado en los años previos a los hechos de Wyoming, recreaba la graduación del protagonista en Harvard, con una imponente escena de baile a cielo abierto. Se filmó en Oxford, ante la negativa de Harvard y UA controló presupuesto y tiempo de manera absoluta. Al final de cada día de rodaje, Bach era informado de que todo estaba bajo control. Si había un desliz de Cimino, la película se quedaría sin prólogo y epílogo. Reducido a un hijo del rigor, Cimino cumplió con los plazos.
"Quedó un poco larga"
Montar una película de tres horas sobre una base de 225 horas de cinta era una labor inmensa. Y fue doblemente inmensa cuando UA le avisó a CImino que quería un corte para estrenar en la Navidad de 1980, pensando en los Oscar. Llegó a estar varios días sin dormir, encerrado con su asistente. Pasaron ocho meses. En junio de 1980, anunció a los ejecutivos que había un corte. Bach se encontró con un hombre exhausto; le preguntó cuán cerca estaba de una película definitiva. “Quedó un poco larga y espero poder recortar quince minutos”, respondió el director. Lo que debía durar tres horas se extendía por cinco horas y media. Solamente la secuencia de la batalla duraba unas dos horas.
Fue la consumación del desastre. Se habían pospuesto proyectos para apostar fuerte por La puerta del cielo, las relaciones entre los ejecutivos se habían tensado y el prestigio del estudio estaba por el piso, luego que la prensa expusiera los pormenores del rodaje. No había obra maestra que justificara el esfuerzo. Cimino regresó a la sala de edición y en octubre salió con un corte de tres horas y media. Ningún ejecutivo quiso verlo. No había tiempo para volver a editar sin poner en riesgo la fecha de la premiere en Nueva York, en la que se vio una película de ritmo extremadamente lento.
Las reseñas del día siguiente fueron la lápida. “Esta película falla de tal manera, que uno piensa que Michael Cimino le vendió el alma al diablo para hacer El francotirador y ahora el diablo vino a cobrar su deuda”, escribió Vincent Canby en el New York Times. “Ver La puerta del cielo es como si uno caminara durante cuatro horas en el living de su casa”, agregó.
Una semana más tarde, UA y Cimino acordaron frenar la distribución de la película y dejar que el director realizara un nuevo corte, que estuvo listo en abril de 1981 y se vio en Los Ángeles. Duraba dos horas y media y tuvo una crítica elogiosa de Kevin Thomas en Los Ángeles Times. No ahorró halagos a la versión corta y luego diría que en veinte años de profesión nunca se había sentido tan solo al escribir una crítica. Canby apuntó que ahora era como una persona obesa sometida a una fuerte dieta: más delgada, pero la misma persona.
El fin de una era
El costo final alcanzó los 44 millones de dólares. Apenas pudo recuperar 1,3 millones en la taquilla. Transamerica cesó en sus funciones a Andy Albeck y echó a Bach. A los pocos días, se anunció la venta de UA a la Metro-Goldwyn-Mayer. Uno de los estudios más importantes era absorbido por otro, algo que nunca había pasado. Y La puerta del cielo era, en el imaginario, lo que había hundido a United Artists, cuando en rigor bastaron dos rondas de la bolsa de Nueva York para que Transamerica recuperara la inversión. Cimino estaba en Cannes presentando la película cuando se anunció la venta de UA. Norbert Auerbach, sucesor de Albeck, criticó en los medios el modelo de director poderoso y que lo que había pasado podía destruir a la industria si no había un fuerte control en los costos de producción. Los dorados años 70 del cine americano terminaban con una hecatombe que hundía a Cimino y al modelo del director creativo con un estudio a sus pies.
Tildado de fascista por Jane Fonda cuando se estrenó El francotirador, Cimino era visto casi como un marxista por el revisionismo de La puerta del cielo, que era anacrónico en un país sacudido por la derrota de Vietnam, la crisis económica y los rehenes de la embajada en Irán. Estados Unidos no estaba a la puerta del cielo, sino de la revolución conservadora de Ronald Reagan.
Cimino filmó cuatro películas de bajo costo en los 16 años siguientes. Todas se ajustaron al presupuesto y pasaron sin pena ni gloria. Convivió con los elogios por El francotirador y el estigma de La puerta del cielo, de la que no solía hablar en público, si bien participó en 2012 de una versión restaurada, junto a su amiga Carelli. Fue un habitué de festivales, irreconocible por sucesivas cirugías estéticas (se rumoreó que su transformación apuntaba a una operación de cambio de sexo) y murió en 2016.