Yo suelo ir seguido al Parque San Martín, uno de los pulmones verdes de la ciudad de Salta. Voy sobre todo cuando estoy con mi hijo, para que él juegue mientras me tomo unos mates o toco la guitarra. Ese ser humano chiquito que tengo de hijo, mientras juega, en algún momento me pide ir a la cama elástica, al pelotero, pintar o comprar un pochoclo o un algodón de azúcar. Y vamos, le compro algunos minutos para que salte o alguna golosina permitido-de-salidas, consumimos hasta cierto límite que me parece prudente, oscurece y volvemos a casa.
Voy porque siento que es un espacio de encuentro e interrelación entre personas de distintos sectores sociales, primando lo popular. Es paradójico: el Parque se concibió en un principio como un lugar para la clase alta, acomodada de Salta. Con el paso del tiempo, los “chetos”, o los “cholos” como se les dice por estos pagos, se retrajeron del centro hacia lugares más resguardados (Tres Cerritos, Valle Escondido, El Huaico) y quedó el Parque para los morochos, los negros, los indios, los rochos.
De una economía popular a una social y solidaria
En el Parque encontrás un universo de posibilidades: atriles para pintar, juegos públicos, botecitos, sanguchitos, hamburguesas, milanesas, postres, artesanías, ropa, música, etcétera. Un espacio de encuentro y sociabilidad a precios módicos, un lugar en donde la economía popular se mueve, permitiéndole a cientos de familias sobrevivir. ¿Sabías que Salta tiene uno de los mayores índices de trabajo informal del país? 45,4% según el Indec, siendo la media nacional un 34,4% (Indec EPH 2017). Una parte de esos números correspondería a las actividades que se realizan en el Parque, los manteros en las peatonales, sobre la avenida San Martín, las ferias barriales, como la de Solidaridad, por mencionar algunos ejemplos.
Estos números ya alarmantes se agravan si nos enfocamos en la informalidad del trabajo en la juventud. En la Argentina, las labores informales alcanzan al 55 % de los ocupados, asalariados y cuentapropistas que trabajan sin regulaciones o sin registrar (Informe Agustín Salvia, ENES-Pisac para los años 2014-2015). Para la juventud los promedios de informalidad empeoran notablemente: Jujuy (78 %), Salta (78 %) y Tucumán (70 %).
Nos preguntamos ¿qué hacer con esta economía informal popular con sus múltiples vulnerabilidades (trabajadores precarizados de sectores sociales humildes) cuando la violencia emerge en su mayor expresión con el asesinato a sangre fría por parte del Chino, un paria urbano (inmigrante ilegal), de Alex, un pibe de barrio? ¿Qué hacemos? ¿la cancelamos? ¿la prohibimos? ¿la criminalizamos? Desde los organismos de Derechos Humanos y las ciencias sociales instamos a que no se estigmatice ni criminalice la economía popular emergente, sino que se asista y otorguen los canales para su formalización e inserción en la economía social y solidaria.
Celebramos que se tome cartas en el asunto desde el municipio, pero no desde una lógica prohibitiva punitivista sino más bien regulacionista, gradual, bajo el paragua de los derechos humanos, así como el trato digno.
Los espacios sociales públicos más dichosos y alegres, tienen también sus tramas, códigos y lógicas de territorialidad. Si no hay una base de acuerdo, entendimiento y solidaridad, hasta en el lugar más jocoso y pacífico, estará surcado por la violencia y la tragedia.
Ese caldo, esa sopa social con esos condimentos, venía haciendo bulla hace rato. Faltaba una pizca de picante para que todo explote.
No hay partes oficiales de cómo sucedieron los acontecimientos, en base a los relatos periodísticos escuetos leídos reconstruimos que una pareja, Alejandra Quinteros y Javier Ponce, cobraban de manera ilegal y abusiva elevados cánones a los puesteros del Parque. El ambiente se venía caldeando, muchos puesteros presentaron notas solicitando regularizar la situación. El caldo engordaba, mientras el humor social se agita efervescente, asediado por la pandemia + la crisis posterior al período neoliberal (2015-2019) de mayor endeudamiento de la historia de Argentina y del FMI.
Crónica de una muerte anunciada
Lavalle y Juramento. Madrugada del sábado, según dicen los testigos, Javier y Alejandra estaban bebiendo, ebrios, pasaban a cobrar la “comisión”, pateando algunos puestos y bravuconeando a algunas personas. Se llamó tres veces a la policía y no se hicieron presentes. En eso sale la hermana de Alex Vilte Martínez (increíble la minimización de la mujer en las crónicas periodísticas: la mujer sale como “hermana de”) a reclamarle el desmadre y los improperios. Arremeten contra ella y la golpean, dejándole un hematoma en el ojo. Desde un código de la masculinidad imperante, Alexis va a “defender” a su hermana. En lógica varonil, los entes masculinos tienen que demostrar quién es el que más se la banca, el más capanga, el más poronga. Los varones aprendemos a zafar de la violencia ejerciéndola.
En medio de la discusión viene un secuaz de la pareja, Rafael “Chino” Falcón, saca un cuchillo de carnicero y degüella a Alex, cortándole vías vitales ubicadas en el cuello como la yugular, la carótida y la tráquea. Alex muere en cuestión de minutos. Con el horror de la muerte en los ojos, testigos dicen que Javier lo subió a su camioneta y lo tiró en el Hospital San Bernardo, dándose posteriormente a la fuga. Hay otra versión más desalmada: dicen que el Chino tiró el cuerpo en los jardines de Lola Mora, con la estatua de Zuviría sin inmutarse por la escena, y se dio a la fuga en dirección a la calle Mendoza. Muere un ser humano. Un pibe, uno de los nuestros, un pibe laburador, de barrio, joven, y nos preguntamos nuevamente ¿cuánto vale una vida?
Peñarol está de luto, se llevaron a su rapero favorito
Villa Belgrano amaneció con la noticia de que asesinaron a uno de sus leales, uno de los pibitos que jugaba de chico en el Club Peñarol del barrio. Un pibe que, desde el testimonio de sus amigos, era un copado: re buena onda, humilde, siempre estaba para los demás, capaz de darte una mano en lo que necesites. Tan leal era que hasta entregó la vida por su gente. Lo matan cuando va a defender a su hermana. Por los testimonios se sabe que Alex no asesta ni un golpe, el curtía otra onda, rapeaba desde el 2013, 2014. Su pseudónimo rapero, A.K.A, era salud y libertad, escribía y componía sus temas y los grababa. No era de batallar en formato 1 contra 1, la versión más extendida y competitiva del freestyle. No, a él le gustaba improvisar de manera libre, tirar un free, escribir, siempre de frente con la palabra.
Por las calles de Villa Belgrano fue el cortejo fúnebre, con las bengalas, bombos y tamboriles de Peñarol, agitando con banderas y bengalas, llorando con la rabia atravesada en el cuerpo.
El registro audiovisual de @javiercorbalan es estremecedor y emotivo: rostros severos, curtidos por largas jornadas laborales, desgarrados, desfigurados, sumidos en el llanto, la tristeza e impotencia, llevando el cajón, acompañando la caravana, desarmándose en el momento de la despedida…
¡Se llevaron un rapero loco! y nos duele acá, en la sonrisa de nuestros sueños, en la boca del estómago, acá muy adentro del pecho.
Los morochos desviados de la San Martín
Desde la sociología de la desviación, Becker nos apuntaba allá por los 70 que para la construcción social de la desviación de una persona o un grupo hay tres factores en juego: el acto, quien lo hace y quien reacciona. Si lo pensamos desde 3 dimensiones clásicas como ser de género, etnia y clase, podemos observar en las sociedades distintos grados de desviación. El clima estaba crispado con la estigmatización de los manteros de parte de los medios dominantes de comunicación salteños sumado al enojo de comerciantes del centro con un mayor grado de legalidad. Sin embargo, el Parque San Martín contaba con cierta benevolencia, había cierta tolerancia con los trabajadores informales de este sector, hasta que uno de ellos se convirtió en asesino y en la pelea por el territorio mató a otra persona hundida igual o peor que él hasta el cuello en el océano de las vulnerabilidades.
Se agitaron insinuaciones xenofóbas por la nacionalidad venezolana de la pareja y del Chino, repudiamos cualquier intento de estigmatización a la figura de los inmigrantes y reivindicamos el derecho migrante como un derecho humano inalienable.
Pedimos justicia por Alex Vilte Martínez así como también que se vele por los puestos de trabajos de las familias en el Parque.
La palabra: un arma cargada de futuro
Yo no voy a dejar de ir al Parque. Es más, por lo menos una vez al mes nos convocamos con la familia del hip hop, a hacer los filtros de Líricas Subterráneas, una compe que quiere que prime la metáfora por sobre el insulto/la piña/la violencia/la muerte. Y vamos a rapear y freestylear ahí nomás, en la plaza de las naciones unidas, muy cerca de donde mataron a Alex y se desvaneció, yéndose de este plano material. Igual, aunque físicamente no esté, lo vamos a encontrar, seguro va a estar en cada frase que tiremos, con nuestras armaduras de rap recorreremos el Universo Hip Hop y lloraremos a nuestro amigo, acribillaremos a palabras a su asesino, compartiremos un cypher (ronda de rap) pacífico, haremos una batalla con su muerte, ganaremos y lo resucitaremos en cada agite que hagamos, porque nunca podrán matar esa idea que nos hermana y une y que es que queremos un mundo más tierno, sensible y pacífico, para nosotros, para nuestros jóvenes y para nuestros hijos.
Yo escribo y casi que me desarmo, con los pedacitos de humanidad que me quedan voy hilvanando esta crónica, sosteniéndome como me enseñaron los pibes de la calle desde/por la palabra, porque no queremos que quede impune este crimen pero tampoco queremos mancharnos con sangre las manos, porque seguiremos luchando por el derecho a un trabajo digno, a una inclusión social plena.
La muerte sigue esparcida en el aire de la ciudad de Salta. Nosotros nos volvemos a preguntar: ¿Cuánto vale una vida?
*Sociólogo. Miembro del Observatorio de DDHH “Abuelas de Plaza de Mayo”. Coordinador del Programa de Intervención para Hombres. Organizador de la competencia de Freestlye Líricas Subterráneas