Montaña emblemática cerca de la frontera boliviana con Perú, Huayna Potosí es uno de los íconos de la ciudad de La Paz y también (por su altura y dificultad media) la favorita del turismo internacional. Elena Quispe Ticuta perdió la cuenta de las veces que encaró su ascenso llevando el equipaje de los viajeros que contratan la excursión para hacer cumbre. Pero su tarea invariablemente terminaba en Campo Alto, el campamento donde los alpinistas pasan la noche unos mil metros antes de la cima. “Llegaba hasta 5.200 metros, siempre estaba constante andando hasta media montaña, iba de ayudante de cocina y de porteadora, llevando mochilas de los turistas, hasta 30 kilos yo cargaba”, cuenta. Cómo es arriba y qué se siente, era la pregunta recurrente en esas noches de acampada previas a culminar la travesía. Pero Elena no sabía. “Hasta aquí nomás yo llego –respondía–. Nunca me he atrevido a subir porque no tengo equipo de montaña”.
Sin embargo, una red silenciosa se iba tejiendo entre esas mujeres que un buen día, se animaron: “Si tanto estamos andando en la montaña y casi llegar a la cumbre, por qué no llegamos hasta la cima... De esa manera hemos conformado un grupo de Cholitas escaladoras”, relata como si no se las hubiera visto ya por todos los medios del planeta jugando al fútbol con sus polleras y su alegría.
El 17 de diciembre de 2015 emprendieron el ascenso del Huayna Potosí cargando sueños y equipaje propios. Una decena de mujeres indígenas rompiendo un cielo de cristal a 6.088 metros de altura. La noticia no podía sino dar la vuelta al mundo.
“Nosotras no hemos pensado que se iba a formar esto, lo han sacado en medios de comunicación, en Facebook y todas las redes sociales. Nos llamaban para entrevistas: 'cómo ha sido, cómo se han animado', todo eso. Lo hicimos como una competencia entre nosotras, con mis compañeras, como para decir: quién llega primero, eso nomás era. Pero de ahí muchos nos han llamado y de esa manera nos hemos dicho: '¿Quiénes se animan a seguir, quiénes se animan a escalar otras montañas de más de 6 mil?'. En eso hemos quedado”, repasa Elena.
Desde entonces, el grupo no ha parado de ascender en número y en altura. Han llegado a ser dieciséis escaladoras conquistando las principales montañas de Bolivia: Illimani, Parinacota, Prapami y el volcán de Sajama (la máxima altura boliviana a 6.542 metros). Con semejante entrenamiento, pronto estuvieron listas para su desafío mayor: el Aconcagua, cuyo pico a 6.960,8 metros sobre el nivel medio del mar es el más alto de todo el continente americano, del hemisferio sur y también del occidental. “Nos hemos encontrado con mucha motivación que nos han dado pero muchos también nos decían 'no van a poder las mujeres de pollera, cómo van a escalar, no van a llegar, llegarán hasta Plaza de Mulas, hasta 4 mil a 5 mil llegarán'. Pero nosotras nos decíamos: 'Vamos a llegar'”, recuerda Elena.
–¿Qué significa la pollera para ustedes?
–Significa mucho porque nosotras representamos a todas las mujeres indígenas, nuestra cultura, nuestra identidad, que llevamos la pollera, no nos avergonzamos. Esta pollera representa a la chola paceña y nosotras no podemos dejarla porque yo, por ejemplo, he crecido con pollera, de chiquita. Porque mi abuela era de pollera, mi mamá, que aún vive, es de pollera y de esa manera yo las represento y estoy representando a todas las mujeres indígenas.
En enero de 2019 Elena y sus compañeras se convirtieron en las primeras mujeres indígenas en hacer cumbre en el Aconcagua. Una hazaña de esa naturaleza requiere apoyo y ellas,con su paciencia ancestral, lo van consiguiendo. Para el ascenso contaron con la colaboración de una empresa italiana de material de montaña. La experiencia además fue registrada en un documental dirigido por los españoles Jaime Murciego y Pablo Iraburu. Cholitas, que se estrenó en España con la presencia de las cinco alpinistas, ya ganó cerca de 25 premios en festivales internacionales y ahora –pandemia mediante– está teniendo su esperada exhibición en Bolivia. El fenómeno es total y las invitaciones llegan desde todo el planeta, del Kilimanjaro (Tanzania) al colosal Monte Everest, en los Himalayas. “Con ese proyecto estamos las Cholitas escaladoras: conquistar la montaña más alta del mundo, nos estamos preparando y por eso también hemos ido a hacer la prueba, a ver qué tanto de resistencia tenemos (N. de la R.: se refiere al famoso partido de fútbol a 5.000 metros de altura). Por lo menos jugar un partido en la altura y de esa manera también, saber qué se siente, a ver si nos va a afectar la altura o nos vamos a quedar sin oxígeno. Nos estamos preparando de esa forma también para el proyecto más grande, llegar al Monte Everest, a una altura de 8848, tocar el cielo...”.
–¿Cómo están entrenando?
–Siempre estamos saliendo a trotar en las mañanas, estamos trotando una hora, dos horas. O caminar por las calles, como estamos viviendo en la altura a 4.200 metros sobre el nivel del mar, no tenemos mucha dificultad, a veces nos vamos para el Glaciar viejo, en la base del Huayna Potosí, que está aquí a una hora. Ahora por ejemplo, si se concreta el proyecto para el año 2023, supongo que puede ser lo del Monte Everest.
–¿Qué cambió en tu vida cuando te convertiste en una cholita escaladora?
–(Se ríe) Bueno, en mi caso ha cambiado mucho porque antes, que no salía a las entrevistas, que no escalaba... yo era muy tímida, no podía expresarme y no podía decir. Yo pensaba: me van a discriminar, me van a decir no se habla así y por ejemplo cuando he regresado de Aconcagua he cambiado mucho mi forma de hablar, mi forma de expresarme y la gente también te dice “has cambiado mucho”. Y ya hasta en la casa ha cambiado mucho, por ejemplo; claro, no tengo hijos, tengo mi esposo, Carlos Mamani, que es guía de alta montaña, y él me apoya, yo le digo si tengo entrevistas, yo me voy donde sea, tengo entrevista a tal hora y él también me dice: “Ya”. No me dice nada como antes: 'Tienes que cocinar, que esto, que el otro...'. Ahora ya no.