El combate para controlar los precios de productos básicos es, casi con toda certeza, la última baraja de impacto popular que le queda al Gobierno frente al 14 de noviembre.
Las últimas noticias son que el oficialismo se abroqueló en esa táctica, ya no sólo en la figura de Roberto Feletti (que, por fin, pudo reunirse con Martín Guzmán).
El jefe de Gabinete; el ministro del Interior; el gobernador bonaerense y sus titulares de Producción y Desarrollo de la Comunidad; algunos gobernadores y funcionarios provinciales; numerosos intendentes del conurbano (¿por qué nunca se habla del interior cuando se discute de precios?); Hugo Moyano, entre otros dirigentes gremiales; legisladores, salieron a respaldar la medida a sabiendas de que es transitoria.
Esos gestos son relevantes porque dicen que el Gobierno es capaz de mostrarse unificado en, al menos, una cuestión. Una.
El resto continúa siendo una exhibición de contradicciones. De ausencia de jefatura de campaña, o de muy poco respeto por los señalamientos de quien la ejerciera. De comunicados y dichos que se cruzan, para solaz y esparcimiento de una oposición sinvergüenza que persiste en pontificar y acusar cual aterrizada desde otro planeta.
Esta última carta del Gobierno porta la buena nueva de requerir movilizarse, en defensa de la restringida capacidad de consumo en sectores populares y medios.
Llaman a militantes, a intendencias, a sindicalistas, a agentes municipales, a los propios consumidores (en el caso de éstos, sabiendo también que los recursos individuales, del tipo de no comprar tal o cual producto, son útiles para la catarsis personal; pero llegan hasta ahí, si no hay signos desde arriba que identifiquen a empresas y grupos precisos).
Desde ya, la parte efectiva de la noticia será que eso sirva para enfrentarse con éxito al conglomerado oligopólico que fija los precios.
Por tanto, es una lucha entre la invitación a disputar y quienes disputan desde una correlación de fuerzas que les es en extremo favorable. Entre el anuncio de lo simbólico que debe ejecutarse y el poder de fuego concreto.
Cuando los forzudos mayores advierten que habrá problemas, góndolas raleadas y hasta desabastecimiento, no pronostican. Avisan su decisión de que pase exactamente eso.
Pero, entonces, ¿de qué frente de derecha estamos hablando? ¿De uno que piensa en la posibilidad del terreno propicio para pudrir todo, como si después fuera cosa de una temperatura social controlada?
Sí. O algo de eso. Créase o no. Su odio de clase les es más potente que edificar un capitalismo con mayorías que consuman lo que ellos producen.
Jorge Alemán, en una entrevista de ese muy buen programa que es Desiguales, en la TV Pública, reparó en un detalle que debería ser asombroso y no lo es. Y que no sólo involucra a la oposición, porque en el oficialismo también se menta exclusivamente a los dueños, a los Ceo, a los individuos, como factores determinantes.
Resulta que en las reuniones para (intentar) acordar algo, lo que fuere, cuentan los apellidos bien antes que las cámaras empresariales. Los nombres propios y no la representatividad “institucional”.
¿Qué cosa dice, acerca de nuestra “gran burguesía”, el hecho de que prioritariamente se citen apellidos?
¿Qué significa que sea asunto de capangas, y/o de profunda imagen de tales, en lugar de ser actores que encarnan a la totalidad de sus sectores?
Cualquier llamado a diálogo y consenso, hoy, está destinado al fracaso.
El manual de la política enseña que ese tipo de convocatorias puede tener éxito cuando se lo formula desde posiciones de fortaleza. Y nunca si se lo hace en condición de debilidad, como la que hoy expresa el Gobierno.
La oposición huele sangre e, incluso, sus miembros que una ingenuidad supina sigue denominando “moderados”, como respecto del alcalde presidenciable Rodríguez Larreta, eluden todo convite.
Y con el intendente porteño se alinearon los de distritos bonaerenses que responden a su fuerza, junto a los “halcones” del sector.
Pedile diálogo a Mongo Aurelio, es el mensaje explícito de quienes dejaron la herencia más siniestra desde la recuperación democrática.
Ese clima de envalentonamiento opositor pone el marco general para la interpretación de noticias aparentemente desconectadas.
Puede tratarse de que Mauricio Macri rechaza presentarse ante el juez por el espionaje a los familiares de las víctimas del ARA San Juan; o de pretender la militarización patagónica contra un grupo de mapuches que no representan al conjunto de esa comunidad; o de sumarse a versiones de versiones acerca de aportes chavistas a administraciones K.
No es todo: hay reapariciones surrealistas, como la de Domingo Cavallo trazando perspectivas de hecatombe, que la prensa dominante destaca sin pudor.
A ese paquete se agrega el rechazo frontal de las corporaciones productoras y abastecedoras de alimentos a acuerdos de índole alguna, siquiera para frenar por tres meses una fabulosa recomposición de ganancias que no se detuvo ni en pandemia y de la que ayer, en este diario, Alfredo Zaiat dio prolija cuenta.
Sumado a la violencia desencajada de los medios opositores (a los que algunos del oficialismo les obran de satélites reproductores), no debe haber dudas sobre la marcha firme de una estrategia de desestabilización.
En términos complementarios o más figurativos: un golpe de mercado al estilo del que siguió al Plan Primavera de Alfonsín, a mediados de 1988.
El machaque mediático con esa probabilidad, la renovada presión sobre el dólar, la incertidumbre acentuada frente al arreglo o no a que se llegue con el FMI, etcétera, son un combustible muy complicado para un gobierno con clima de derrota.
Paradójicamente, esa atmósfera contrasta con los datos de una economía que señala índices de recuperación a niveles pre-pandémicos.
Es decir: el país, en “la macro”, empieza a estar mejor que durante el derrumbe del macrismo y antes del bicho.
Sin embargo, la amenaza de las expectativas, del creer que va a pasar necesariamente lo peor aunque eso tenga componentes de un imaginario trabajado por los medios y sus socios, se planta por delante de los (macro) datos positivos.
Y encima, el Gobierno se dispara a los pies con una frecuencia que, a veces, ya no es por día sino a cada rato.
Desde la plácida comodidad de los comentarios en los foros, y de la dirigencia a derecha e izquierda que puede lanzar consignas facilistas e incendiarias porque no está comprometida en la lucha por el poder real, se dice alegremente que todo se arregla poniendo huevos y ovarios.
Pero en el mundo real, no en el de las declamaciones fantasiosas, lo que hay es un gobierno débil.
¿Cómo podría ocurrir que esa imagen se revierta, no para producir efectos inmediatos pero, sí, con fines de reconquistar confianza a futuro de mediano plazo y mientras la economía recupera envión?
Ahí es cuando cabe imaginar que el Presidente y CFK se muestren juntos.
Que bajen un mismo discurso en vez de estar de acuerdo en reserva, sobre cuestiones básicas, para que después, en público, surja un enfrentamiento que parece sin retorno.
Que se coordine la comunicación en base a una línea valiente de cuál salida proponen, dentro de las restricciones capitalistas y de una victoria neoliberal de alcances universales.
Que establezcan algo grande a lo cual enfrentarse, porque sin conflicto claro no hay destino posible que no sea aguachentarse. Como ahora le sucede al Gobierno.
¿Será que aspirar a eso también es fantasía?
¿O será que es la chance mayor, e inclusive única, de que el Gobierno y el Frente de Todos puedan salvarse?