Hace una década, Ryan Murphy (Nip/Tuck y Glee) reinstaló el género de terror en la pantalla chica con American Horror Story. La premisa del producto, tan incestuoso como camp y posmoderno, aún sigue vigente (va por la décima temporada). Año tras año, la franquicia se desdobló en géneros y estilos, forjó una troupe de actores, ligó personajes y temáticas de manera desvergonzada. De un manicomio a un aquelarre, pasando por un circo freak, el slasher ochentoso, la crítica a Donald Trump y el propio apocalipsis ¿Qué más queda por explorar en el “Murphyverse”? American Horror Stories (disponible en Star+ desde la semana pasada) es su respuesta.
A diferencia del original, el spin off presenta una historia de terror diferente en cada capítulo. Los fans reconocerán varias criaturas: la casa embrujada de la primera temporada, influencers molestos, un Santa Claus perverso, la proyección de una película maldita, aparecen en este juego insolente. “Nos preocupa el efecto del contenido violento en nuestra sociedad”, lanza una Tipper Gore recreada y agredida para la ocasión en el tercer episodio. Esa clase de idas y vueltas le dan un extraño garbo a la propuesta. La serie ya tiene confirmada una segunda temporada.