Si hay una carrera hermosa, es la de Veterinaria. Estudiamos a los animales que tanto nos gustan y nos adentramos en el pensamiento científico entendiendo cómo funciona la vida. Casi todas las Facultades de nuestro país están rodeadas de espacios verdes y los compañeros son buena onda. Los programas de estudio son difíciles y largos, pero no menos interesantes. Aprendemos desde la medicina individual de animales pequeños y grandes, domésticos y exóticos, y nos extendemos hasta la Salud Pública, la producción agropecuaria y los alimentos. Para muchos la carrera representa una gran etapa de la historia personal, casi diría un verdadero jardín de rosas, tanto sea por los pétalos como por las espinas, pero con el mismo colorido. Hasta que un día abren una tranquerita y del jardín nos largan a la calle.
En este escenario (como en tantas otras ocupaciones), nos encontramos con una enorme variación de experiencias individuales. Por eso el análisis de la profesión debiera hacerse un poco más objetivamente, apelando a hechos y cifras. Pero antes de llegar a eso, quiero insertar esta imagen: una camilla en una guardia del conurbano. Sobre ella, un hombre inconsciente con la cara deformada por hematomas. La sangre le llega hasta la chaqueta donde en el bolsillo del pecho dice su nombre y abajo "Médico Veterinario". ¿Tienen esa imagen? Perfecto... continuemos entonces con la calle y las espinas. Spoiler: ya no hay pétalos.
En los últimos tiempos han surgido informes en distintas partes del mundo relacionados con violencia hacia los veterinarios. Según la asociación británica de esta profesión, el problema es más grave en la clínica de pequeños animales, donde el 66% de los encuestados aseguraron que fueron agredidos por los tutores de mascotas.
El Colegio de Veterinarios de Madrid se quejó que la profesión veterinaria fue considerada esencial durante la pandemia, pero luego no obtuvo ningún reconocimiento. Muy por el contrario, en el último año las personas tendían a ser más hostiles durante las consultas. Aquí pasó lo mismo.
"¡Pero se llenan de guita!", diría alguien. La verdad es que no: un estudio del Ministerio de Desarrollo Productivo sitúa a la Veterinaria entre el pelotón de las 20 primas salariales más bajas de la Argentina.
Más espinas: una investigación de la "American Veterinary Medical Association" concluyó que la tasa de suicidio entre veterinarios es 2,5 veces superior que la población general. ¿ Algunas de las causas? Marcado estrés laboral, jornadas de trabajo interminables, alta exigencia de los clientes aún en casos irreversibles, resultados inciertos, aislamiento profesional, poco reconocimiento social, fatiga por compasión, etc.
"¡Pero la gente los quiere!", dirá otro alguien. Si, es cierto. La mayoría de nuestros clientes, supongo, caso contrario no estaríamos acá. Pero de un tiempo a esta parte venimos siendo víctimas de los llamados "discursos de odio", esos que procuran “promover, incitar o legitimar la discriminación, la deshumanización y/o la violencia hacia una persona o un grupo de personas en función de la pertenencia de las mismas a un grupo..." (CONICET- 2021).
No es intención colocarnos a la altura de graves problemas de discriminación que persisten en nuestro país, como los de género o xenofobia, pero cada quien libra sus batallas y nosotros nos encontramos inesperadamente envueltos en una. Es indiscutible que algunos sectores del activismo animalista más radicalizados han elegido a la profesión veterinaria como blanco permanente de sus agresiones, sobre todo a la hora de discutir temas de Salud Pública, el Control de la Fauna Urbana o de las Zoonosis. Expresiones como "Corpo Veterinaria", "asesinos" o "comerciantes" se repiten en todas las redes sociales donde se discuten estos problemas. Las ponen en sus comunicados, las dicen en los concejos municipales y hasta en el Congreso de la Nación. Escraches, amenazas y perfiles truchos para atacar colegas son cosa de todos los días. Pero, ¿por qué pasa esto? Tengo mis teorías, pero son tantas que abonarían otro artículo. Ahora, si pensaste en la frase "algo habrán hecho" en relación a los veterinarios, sólo diré que me resulta una expresión horrible, en cualquier circunstancia.
Volviendo al tema: según los especialistas, "estos discursos generan con frecuencia un clima cultural de intolerancia y odio y, en ciertos contextos, pueden provocar en la sociedad civil prácticas agresivas". Agresión como la que sufrió el colega de Morón, el que les describí en la camilla. Son esos discursos los que motivan nuestra protesta del próximo miércoles: persianas cerradas en las veterinarias para visibilizar esta realidad. No pedimos que nos tiren con pétalos de rosas, pero sí que al menos aflojen con las espinas.
Roberto "Obe" Giménez es médico veterinario (UBA) - MP: 6491 y diplomado en Comunicación Científica (UNICEN)