Habían pasado meses y años de cautiverio y décadas de impunidad en tierra propia, mechada con algunos destellos de justicia en tierra ajena. Cuando por fin la reapertura del proceso que significó la nulidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final sucedió, pasó más tiempo: el lento avance del expediente, los palos en la rueda de y en las instancias apelativas, la llegada del juicio oral y público a cuentagotas. Aquella tarde del 26 de octubre de 2011, el momento por el que sobrevivientes y familiares de víctimas habían estado luchando desde el inicio de aquel camino, se demoró tres horas más, pero al final llegó: los crímenes de la patota de la Escuela de Mecánica de la Armada durante la última dictadura cívico militar eran reconocidos por la Justicia argentina y un puñado de represores marinos y prefectos eran los primeros en ser señalados como culpables. Y ya pasó una década.
“Fue increíble”, definió Ana Testa, a diez años del día en el que el Tribunal Oral federal número 5 de la Ciudad de Buenos Aires condenó a 16 marinos, militares, policías y prefectos retirados por crímenes de lesa humanidad cometidos en la Esma. Testa eligió “la calle” para transitarlo, la avenida Comodoro Py, que para aquella tarde se había convertido en escenario ampliado de la sala de audiencias de los tribunales donde Alfredo Astiz, Jorge “Tigre” Acosta, Ricardo Cavallo y otros genocidas escucharon su destino.
Había un escenario, pantalla gigante y parlantes; había “corralito” para sobrevivientes y familiares; referentes de organismos de derechos humanos, y el resto del asfalto para la militancia, la gente. “Tenía la versión de que adentro te sacaban si aplaudías o gritabas y yo quería gritar, sacarme todo, cada vez que dijeran 'perpetua'. No podía con la contención que exigían adentro”, recordó Testa, que fue llevada a la Esma tras ser secuestrada en noviembre de 1979, y “liberada” en marzo de 1980.
El edificio LIbertad, sede de la Armada Argentina, miraba de frente todo el espectáculo. Graciela Daleo, cautiva en la Esma desde octubre del 77 a abril del 79, querellante y presente en casi todas las audiencias del debate que duró 22 meses, también prefirió estar afuera la tarde en que la justicia fue tan real que la estremeció. Así como darle la espalda a ese “edificio donde mucho de aquello se pergeñó y sirvió de guarida para muchos de los que aquel día terminaron condenados”, mientras se abrazaba, lloraba y gritaba con compañeros y compañeras.
Proceso colectivo
Daleo insistió en remarcar que la sentencia como todo el camino que significó llegar a ella fue “una construcción colectiva”. Y compartió con Página/12 algunas líneas de la carta que le dedicó a sus compañeros y compañeras de querella --colectivo Kaos-- y los de las otras querellas --Justicia Ya, Centro de estudios Legales y Sociales, Justicia Ya, la de familiares de los 12 de la Santa Cruz, entre otras-- “al calor” de aquel momento bisagra. “Este acontecimiento en el largo camino compartido para que ‘juicio y castigo’, consigna histórica y justa, se haga real. Puede ser, está siendo, porque esta lucha que sostienen miles, los tiene a ustedes como actores concretos”, y “tiene a nuestros compañeros desaparecidos como motores permanentes de cada entrada a Comodoro Py”, les dedica en ese texto urgente.
A diez años, propuso, además, pensar aquel veredicto “fundacional” para muchos en el marco de la “geografía de juicios y procesos de justicia” sobre los crímenes de la última dictadura que se estaba llevando a cabo en todo el país. "Esma no fue una isla”, remarcó.
El juicio que se pudo
Daleo recordó que aquel que comenzó en diciembre de 2019, con 18 imputados y 86 “casos” --secuestros, torturas, desapariciones y asesinatos-- “no era el juicio que nosotros considerábamos que había que hacer, pero fue el que habíamos logrado conseguir y sobre esto debimos afirmarnos y seguimos adelante”. “Esa insistencia y convicción de afirmarse en lo logrado para seguir avanzando, nunca aceptar un techo, es parte de lo aprendido” en el proceso de memoria, verdad y sobre todo justicia argentino, sostuvo.
“Esa sentencia fue una victoria”, dijo, a pesar del juicio y todos los “obstáculos”, los “ataques de las defensas y defendidos”. Para el sobreviviente Carlos Lordkipanidse, querellante representado por el colectivo de Justicia Ya, las 12 perpetuas y las condenas de entre 25 y 18 años de prisión para otros cuatro represores --dos fueron absueltos-- fue “ejemplar para aquel momento”, ya que “la Justicia dejaba de tener esa pretensión ridícula de sentar a los represores uno por uno en la causa más emblemática y con más prueba que hay sobre el terrorismo de Estado y empezaba tomar dimensión más real de lo que había sido la Esma”.
El juicio duró dos años y llegó luego de un primer debate que se llevó a cabo contra un solo acusado, Héctor Febrés, por cuatro casos de secuestro y torturas en la Esma. Cuatro días antes de conocerse el veredicto, Febrés fue hallado muerto en su celda de la base de Prefectura Naval en Tigre. “Arrancamos asustados”, reconoció el “Sueco”, que, como Daleo, como Testa y muchos otros compañeros --entre ellos, dos muy queridos suyos e imprescindibles en el camino de resistencia y justicia, Víctor Basterra y “Cachito” Fuckman-- comenzó a denunciar los delitos del grupo de tareas 3.3.2 en 1987, en el marco de la causa n° 761, que se abrió post Juicio a las Juntas. El expediente quedó interrumpido por las leyes de la impunidad y retomado cuando fueron anuladas, décadas después.
El fiscal Pablo Ouviña, que compartió la representación del Ministerio Público Fiscal con Mirna Goransky en el debate, remarcó como un “desafío” el “mantener fuera del análisis de la prueba” el efecto que les generó “los tipos de dolor escuchados durante el debate, tan intenso, tan fuerte”. Definió la sentencia de la que se cumple una década como “una respuesta posible, aunque no completa” para los crímenes en los que la Justicia pudo traducir aquellos dolores. “Y esa respuesta fue un principio de reconstrucción de lo que fue la Esma. Por la cantidad y variedad de casos y por las responsabilidades de quienes participaron”, sostuvo.
El legado
La sentencia por Esma II, que se conoció meses después del veredicto, “abrió un panorama importante”, analizó Lordkipanidse. Por un lado, “significó un quiebre” en la estrategia abroquelada de los represores. “De repente, todos estos tipos sentados en el banquillo no se bancaron más el mandato de tener que comerse la condena ellos solos, se sintieron abandonados por sus jefes, y empezaron a hablar”, recordó. Inmediatamente después de la sentencia, comenzaron la delaciones y les sobrevivientes pudieron “identificar a represores que conocíamos de apodo nomás, como el “Gordo Tomás”, supimos que era Cionchi (Rodolfo, condenado a perpetua en el juicio que vino inmediatamente después) cuando Capdevilla lo mandó al frente”.
Fue además el primer paso efectivo dentro de lo que fue la megacuasa Esma de investigar y juzgar a los responsables por delitos sexuales cometidos durante el terrorismo de Estado. Ese paso tuvo su primer resultado concreto este año, una década después, en las condenas a Acosta y a Alberto “Gato” González por esos delitos cometidos contra tres sobrevivientes del casino de oficiales marinos. “Los temas de violencia sexual fueron inciciados a partir de que les sobrevivientes tomaran nota de que este proceso no tenía cierre, que iba a continuar, que estaba asegurado”, remarcó Rodolfo Yanzón, abogado querellante. Para él también aquella sentencia fue “ejemplar” e “histórica”.
“Cuando empezaron a tomar nota de que los jueces estaban ahí, que los escuchaban, que era irreversible, ahí empezaron a hablar más”, remarcó el abogado.
Testa coincidió: “Había cierta desconfianza de lo que pasaría con todo el debate y nosotros. Había temor, algunos aseguraban que esto no duraría nada, que volvería alguna ley como las de Menem, y que entonces los represores nos volverían a buscar”, recordó.
Nada de esto ocurrió y muchos sobrevivientes que no se habían animado a declarar lo empezaron a hacer después de esta sentencia. El juicio que siguió, identificado como “Esma Unificada”, se extendió entre los noviembres de 2012 y 2017, contó con más de 800 testigos y juzgó y condenó a casi 70 represores por crímenes cometidos contra 789 víctimas.
Hacedores de la memoria
El Espacio Memoria y Derechos Humanos (exESMA) entregará el reconocimiento "Hacedores de la memoria 2021" a las y los sobrevivientes de ese centro clandestino de detención y tortura, también maternidad clandestina, que funcionó en el barrio porteño de Núñez durante la última dictadura. Ellos "forjaron la resistencia a la impunidad y enfrentan a diario a los negacionismos", destacan. El encuentro se realizará el sábado próximo a las 18.30 en la Plaza Declaración de los Derechos Humanos, del espacio ubicado en Avenida Del Libertador 8151.