Wanda. Sin apellido, porque la celebridad que alcanza supera la necesidad de especificidad, se nombró en la cópula que, como devota esposa, aun sostiene. Pero ni Nara, ni López, ni Icardi, Wanda ante todo Wanda, encarnación del escándalo. Abanderada de las pasiones contradictorias engolosina al pueblo cholulo mediante esa mezcla de incorrección y desparpajo. Pasó por todo lo que la gramática misógina le dictó: la puta, la santa y la madre. La pobre, la hermana, la que cumple el sueño aspiracional hasta la estratófera, la doña que aprende en la universidad de la calle, no toma cursos de formación pero es la mejor empresaria. Sin pelos en la lengua, la que miente sin inmutarse, estratega actualizada a la demanda mediática, en tv o redes, la Wanda del pueblo pochoclero, que se siente sola en el desarraigo europeo pero se jacta de su escenario burlándose de las bitches empobrecidas. Wanda, la que temen que la olviden, la migrante fantasía del tercer mundo que posa como ama y patrona de la Eiffel. Wanda, la madre de la América blanqueada, con prole idénticamente rubia a las aspiraciones del argentino central cuyo proyecto eugenésico secreto encuentra su reflejo solo en una vidriera de Milán. Versace vs. Armani, dice la periodista Mariana Moyano, es el juego de marcas y modelos, que se diputa en la ofensiva triangulación que se configura en este bardo. La estética Versace, Gianni de la exuberancia, encuentra su paroxismo popular en nuestra América en el slip de Maradona, ¿tal vez si le seguimos la pista al calzón termine en un cajón de Wanda? Wanda, en el podio de las botineras, antes muerta que victimista, redentora de la tilinguería, mejor que Nanis y Claudia juntas, sucesora indiscutible del cenicero de Susana le arma el programa porque la señora del teléfono ya no puede siquiera decir un hola, Wanda la del pueblo instagramero.
Suárez. La china que no ha nacido en China, ni trabaja en un supermercado, ni David Bowie le ha escrito una famosa canción, portadora de un ridículo apodo, sobre un apellido ordinario ha escrito un descargo de dudosa autoría que da cuenta de un paso. Un paso hacia una nueva imagen que podría capitalizar un público bien pensante, de la clase media alta burguesa, que condecora la feminidad pulcra. Solemne, quiere limpiar su nombrecito enchastrado con leche en un motorhome, y se limpia, la chica hermosa de ojos redondos. Eugenia Suarez, desde prematura edad dejaría de ser una más del montón pero su apuesta es desmarcarse de la hiper villana que pudo haber sido -y nos encantaba-, se desliga de esa mujer deseante quita-marido que engatusó a los chongos más cotizados en la tv, esa zorra que mojada persigue sus deseos más perversos se perfuma ahora con el legado casi angelical de la pobre víctima de la uniformidad que sentencia al macho: ¡malo, malo, mentiroso! La más linda del país, según algunas, esconde la hipersexualización que ella misma supo abonar para caminar por la pasarela de la gran vía madrileña vestida de verde con el cochecito. La china, que no es china, quiere ser buena actriz, buena madre, una chica buena, que se esfuerza por esconder todo aquello que el ADN machista le inyecta. Pero en la competencia entre los buenos modelos de mujer cis es innegable que esa rivalidad femenina, entre Wanda y la China se dirime con mayor sutileza e inteligencia. Una guerra de looks, como un ball. Qué casualidad, coinciden como China Zorrilla y Betiana Blum en Esperando la carroza. Wanda se muestra con traje verde entre encajes ceñidos que hacen explotar sus exuberantes pechos, mientras la otra China se pavonea en una versión de verde sustentable, amigable y sobria y con nuevo estilo bien Armani.
¿Y Mauro? Denostado por las feministas, por los futbolistas, por su propia mujer, desorientado y desdibujado, escenifica el buen marido que se ha hecho cargo de hijos ajenos, que ha amado con locura hasta el máximo riesgo, el tonto de la película que quedó atrapado entre dos polleras de alta costura, un pebete de 28 que arrancó con el problema a los 19, mal asador que se viste como un mal sojero porque su argentinidad se le escapa entre los dedos cuando migró pequeño, desbordado por su propia fortuna, fama y persecución. Un machito sin gracia, tatuado hasta el cansancio para tal vez contornear algo de lo propio, cuya leyenda más aterradora bajo el ombligo, en esa pelvis deportista, escribe “Isabela”, zona en que cualquiera que se acerque de rodillas a su miembro deba rendirle culto a su pequeña hija.
¿La escena es cuir? A la compañera trans, una actriz y scort italiana que asegura haber estado con Icardi, Wanda se encargó de arrancarla de raíz con un insulto transfóbico y a otra cosa. En cambio a la China, se la instrumentalizó como el mejor rival que podría encontrar Wanda, la más reconocida y popular roba novios. Aporta fama y distinción, consecuencias en el medio televisivo, futbolístico y nacional, además más de ocho niños en el medio y el escenario ideal. Desde Europa para la Buenos Aires rica exportan la novela que cuenta con personajes tridimensionales, contradictorios, y libres de problemas económicos. Ni fría ni calculadora, Wanda, esa bocona brillante, da cuenta de una educación sentimental más cercana a la de un chico trans del conurbano hiper enamorado, a una travesti engañada llorando en la vereda que sus vecinas mojigatas de las altas esferas. Que las emociones intensas del desamor traspasen las paredes líquidas de la corrección nos apela. Incluso más, Wanda es el gran espejo que nos estiliza. ¿Por qué, sino, la comunidad cuir también amaría este Wandagate? Una primera aproximación podría ser que, si atraviesa a todo el país, ocupa lugar central en la agenda mediática, si todes podemos participar mediante las redes, interactuar y suponer, como detectives salvajes atar cabos y mirar sus perfiles para enterarnos con la velocidad del metadato, y ahora: ¡qué pasó!, ¿por qué nosotres estaríamos exentxs? Y aunque los políticos y más creyentes de “lo verdaderamente importante” se despeguen de esta pasión popular, además de que somos parte de ese pueblo chimentero, ¿por qué en particular las maricas me escriben con las novedades del caso, me río con mi pareja a carcajadas en la cama hasta las 4 am? Algo en particular nos interpela. En su clasismo, racismo y violencia tóxica de los amantes, algo nos encanta. ¿Acaso nos regodeamos como zorras del sufrimiento heterosexual? La hiper espectacularización de esta maravillosa novela, sus capítulos en fracasos, no nos deja tan solxs. Quizá estamos siendo testigos que todo este artificio de blanquitud multimillonaria en el triángulo amoroso, en su ocaso, que con esos ejemplos perfectos de masculinidad y feminidad cis, se derrumba solo con dos mensajitos.