“No soy un buen lector –dijo—pero lo voy a leer con el corazón” y se mandó de cabeza el poema de un desaparecido, leído por un presidente de la República, en la Feria Internacional del Libro, 2005. Insurrecto alborotador en un país donde los cómplices de la dictadura seguían en el poder económico, en el poder mediático y en estamentos del Estado. ”Quisiera que me recuerden por haber hecho caminos/ por haber marcado un rumbo/ porque emocioné su alma/ porque se sintieron queridos, protegidos y ayudados/ porque interpreté sus ansias”.
El poema de Joaquín Areta resonó con el espíritu revolucionario que lo había concebido. El presidente Néstor Kirchner se apropió de esa energía y le habló a un público donde estaban las Madres y las Abuelas, en otro cuadro insólito al que convocaba ese flaco desgarbado y estrábico que rompía las categorías de la corrección política y se aventuraba por el laberinto de las ansias del pueblo que quería querido, protegido y ayudado.
En los años anteriores ningún presidente se había atrevido a apropiarse del sentimiento revolucionario de un desaparecido, ninguno había hablado así en un acto público, ninguno había logrado reunir a las Madres y a las Abuelas en un acto oficial. Rompía esquemas y se ponía del lado de los débiles. No quería ayudar a los débiles desde el poder: tomaba partido como otro de los débiles. No era un juez neutral que actuaba a favor de los derechos humanos. “Somos todos hijos de las Madres de Plaza de Mayo”, había dicho cuando asumió la presidencia.
El jefe del diario La Nación, José Claudio Escribano le había advertido que si se metía en esos temas no iba a durar más de un año. Y era como si le hiciera pito catalán cada vez que abrazaba a Hebe o a Estela. “No quiero que cuando lleguemos al bicentenario todavía estemos esperando qué es lo que pasa con las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final –agregó después de leer el poema de Areta--, es hora de que la Justicia se expida y que los argentinos podamos avanzar decididamente contra la impunidad.”
Pocas semanas después, la Corte declaró inconstitucional las leyes de la impunidad que habían logrado imponer los cómplices de la dictadura a contrapelo de la mayoría de la sociedad.
Una democracia vale la pena si es capaz de aceptar los retos que le planteó Néstor Kirchner a la inestable transición democrática argentina. El primer obstáculo había sido lograr que un presidente electo hiciera la transmisión del mando a otro presidente electo, como había sucedido con Raúl Alfonsin y Carlos Menem.
La prueba de oro que planteó Kirchner fue si esa democracia era capaz de aceptar un presidente que asumiera los reclamos de la calle, que no sólo escuchara a los poderosos sino que diera prioridad a los más desguarnecidos, que tomara los reclamos de los trabajadores, de los jubilados y de los desocupados.
Para la cultura política que predominaba en una sociedad atravesada por golpes y dictaduras militares, inclinarse por los más débiles significaba desafiar a los que nunca perdieron en dictaduras o en gobiernos tibiamente democráticos, en crisis económicas o en los momentos de prosperidad. El autoritarismo considera que es autoritario hacerle caso a las mayorías.
El desafío se planteaba también a la inversa: era un desafío para la democracia aceptar esos cambios que la institucionalidad autoritaria del país siempre había rechazado. Y para los que venían haciendo estos reclamos era un desafío concretarlos en democracia. El gobierno de Néstor Kirchner fue un aprendizaje democrático para los mejores. Los otros se quedaron en el pasado, donde las mayorías populares tenían la obligación de pedir permiso --siempre rechazado-- a las minorías del poder.
”Es una tarea ardua y difícil –explicaba en 2005 en la ciudad de Lincoln la negociacion por la deuda-- pero ustedes ven, cuando yo discutía y peleaba por los intereses del país me decían que lo que tenía que hacer era pelear menos y ceder más para que la Argentina pudiera arreglar su problema. Para algunos es muy fácil pelear menos y ceder más, porque ellos no son los que sufren el hambre, la angustia ni la exclusión social, ni el desempleo ni la indigencia ni la pobreza. Ellos ceden todo, qué les importa el resto de los argentinos. Yo les puedo asegurar de corazón que no vine a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada”.
En ese momento recibía críticas desde la izquierda por elegir el camino de la negociación y desde la derecha por plantear una negociación en términos muy duros con los prestamistas privados.
Apareció justo cuando se necesitaba alguien así, con los principios y con la política. Hablar en forma despectiva sobre la correlación de fuerzas llevaba al voluntarismo y el consignismo. Es la base de una actitud testimonial, algo que nunca fue el peronismo. Marcarse una meta y operar sobre la realidad para que la correlación de fuerzas sea favorable y sostenga el impulso hasta lograrla, es hacer política.
Los principios y la política son herramientas democráticas cuando van juntas, como lo expresó Néstor Kirchner en ese discurso. Seguramente algunas veces se gana y otras se pierde. Pero siempre es mejor que quedarse de brazos cruzados y resignarse frente a una situación adversa sin dar la lucha para intentar torcer la correlación de fuerzas y aprovecharla al máximo.
Cuando leyó los versos del militante secuestrado-desaparecido Joaquín Areta, Kirchner explicó que la había elegido porque “me sentí absolutamente comprendido en estas palabras, que rompen toda temporalidad y marcan un absoluto compromiso con la Argentina, que Joaquín y tantos querían.”
Nadie podía imaginar que muriera apenas cinco años después de haber leído esa poesía con esa pronunciación canyengue de las eshes y entrecortado por la emoción. Los que quedaron atrás, los dueños y los que sirven a los dueños, le hicieron una leyenda negra, lo difamaron, profanaron su tumba, destruyeron sus estatuas y quieren borrarlo de la historia. Difícilmente lo consigan porque eligió bien esa poesía, hacía bien en hacerle caso a su intuición porque así será recordado por la mayoría:
“Quisiera que me recuerden junto a la risa de los felices/ la seguridad de los justos/ el sufrimiento de los humildes/ Quisiera que me recuerden con piedad por mis errores/ con comprensión por mis debilidades/ con cariño por mis virtudes,/ si no es así, prefiero el olvido,/ que será el más duro castigo por no cumplir mi deber de hombre”.